Revista África

Crónica del día a día

Por Bubisher

 

Foto: Beatriz Navarro

Todo rueda sobre las ruedas del Bubisher, por las piedras de la Hammada, bajo el cielo tantas veces citado, pero nunca fielmente descrito, de Smara.
A la emoción inicial del reencuentro, de la primera mirada en directo, del pellizco en la piel para asegurarse de que los pies estaban donde estaban y que no se trataba de un sueño, le han seguido días de intenso trabajo, de cansancio envuelto en papel de felicidad. Los voluntarios que ahora están en Smara siguen ese hilo invisible que cada presencia ha ido alargando, día a día, semana a semana, luna a luna.
Nada parece nuevo y, sin embargo, todo es nuevo cada mañana. Porque nuevas son las miradas que abren los libros llenos de mundos posibles y únicas las formas de vivirlos. Carlota los baila, Luisa los devora, Javi los transita, Inés los interpreta en imágenes, y Sergio los tiñe de azul. Y junto a ellos, Memona y Daryala los disfrutan y transmiten su regocijo a los niños, mientras Larossi transporta el entusiasmo de todos de acá para allá.
No obstante, no solo de lectura se va haciendo el camino, también se va conformando a través de largas conversaciones, algunas formales en formato de negociaciones ministeriales, otras distendidas alrededor del omnipresente té, y otras salpicadas de estrellas como las que tienen lugar los jueves en las Noches del Bubisher. Pero sobre todo, el Pájaro de la Buena Suerte va ganando peso a base de humanidad, de colaboración de intercambio de afectos, de puro aprendizaje por parte de todos.
Y, entre esos todos, hoy recordamos a Julia, que después de dos meses y ya en España, aún continúa, según sus propias palabras, en los campamentos. Con tesón y fortaleza ha seguido día a día la reconstrucción, ya finalizada, de la escuela Brahim. Pero, sobre todo, ha sido una saharaui más. Y a Gemma y a María Josefa que, en sus dos semanas de estancia trabajando con el Bubisher, llevaron la prensa, si no diaria, sí llena de contenido, a Smara. Que disfrutaron y se sorprendieron con la cantidad de niños que cada mañana y cada tarde llenaban de alegría y de auténtico interés por los cuentos las escuelas y la biblioteca rodante. Un lujo y un placer haber contado con ellas y con su simpatía.
El problema de los campamentos en general, y del Bubisher en particular, es que crean una especie de adicción que afecta a ese lugar en el que anidan los sueños. Y cada regreso, es el mismo regreso, el de todos al mirar hacia atrás, segundos antes de partir, cuando se imprime con fuerza en nuestro interior una sola palabra: Volveré.


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