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Crónica elegíaca de una derrota electoral

Publicado el 03 julio 2016 por Dcarril

El viejo toro ibérico no quiere morir. Frente a las algaradas pasionales y místicas, frente a los cantos que apelan a la revolución y la muda de la piel ya inservible, el animal español prefiere refugiarse en torno a su cuenco y su fuego, pues no teme la pobreza, sino que la ha conocido y la estima en sus fantasías melancólicas. Otrora esa pasión mística condujo a los poetas a portar armas en su bolsillo. Hoy es muy distinto. Reducidas sus exigencias y sus deseos fundamentales al mero resistir la vida cotidiana y a la evitación de los traumas convulsos, los españoles se refugian en el seno todopoderoso de su Leviatán, aunque éste solo arroje un pedazo de pan a su plato cada día y a cambio exija sacrificios sin mesura. Constituido en base al odio, el desprecio o la desconfianza, el toro ibérico teme verse en relación con sus semejantes, abomina de los nuevos despertares y en su lugar apela al instinto barroco que clama por un crepúsculo indefinido. Es casi con placer como produce sus propias leyes martirizantes y cómo las eleva al rango de reglas universales; es como si el toro acribillado en la plaza fuera una representación verdadera del español, su reflejo más sincero y puro, frente al cual el diestro representa la autoridad diabólica y eterna de la Santa Iglesia, de la Tradición que no es sino otro nombre de la maldición que se ha autoimpuesto el espíritu español. Recluidos en sus propias celdas, los presos de esta nación aislada y medieval que es capaz de convertir el dolor en chanza y la seriedad en disparate, entierran como la avestruz su cabeza ante la maldición de la gitana. No hay forma de embestir este legado mágico, este pensamiento en el que el español ve reflejado su carácter más propio y su destino. Exorcizar ese poder sería matar lo que de más íntimo tiene este animal ibérico. Y sin embargo, nuestra tarea -aunque haya de apoyarse en teologías de esperanza en lo que recuperamos el sentido social de nuestra existencia- es no cesar de intentarlo.Crónica elegíaca de una derrota electoral

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