¿Perciben los animales momentos que a nosotros se nos pasan? ¿Reconocen señales en aquellos sitios en los que no vemos nada? ¿Sienten lo que nosotros no sentimos? A la comunidad científica las respuestas a estas preguntas le puede interesar, al resto de los mortales... no siempre. O se acepta o no.
Hace unos años saltó a las primera páginas de los periódicos un felino de aspecto grave, como todos. Cuando un gato te mira no sabes si te está juzgando o, simplemente te saluda a su manera. Oscar se llama el protagonista, habitante de una residencia de ancianos, de personas que queman sus últimos cartuchos de vida, presos, de la neblina mental que provoca la demencia o el Alzheimer. La que provoca la edad avanzada.
La historia es conocida. Oscar se convirtió en el primer “médico” que sabía, sin equivocarse, cuando estaba viviendo sus últimas horas un paciente y, entonces, se colaba en su habitación y se acurrucaba junto al enfermo hasta que moría. Montaba un velatorio anticipado o le despedía, según se mire. Lo que podía ser un mal augurio terminó convirtiéndose en un acto reconfortante para las familias, para el personal sanitario que, entonces, ya se volcaba al cien por ciento veinte con el paciente y, probablemente, para el propio enfermo.
Pero había un escéptico en esta historia del hospital Steere House, el doctor David Dosa, al que ni siquiera le agradaban demasiado los gatos. Y su mente, científica, le decía que un felino no podía saber algo que la ciencia, a él, no le decía. Solo era un gato.
Personaje principal de una crónica entrañable y por el que, primero cuando lo aceptó, escribió un artículo en The New England Journal of Medicine y después el libro “De guardia con Óscar” que en España ha publicado la Editorial Maeva, casi una guía para familiares de enfermos mentales, con la que se acercan a un mal que les arrebata a sus seres queridos, para intentar comprender no ya por qué ocurre sino para asimilarlo.
“La historia de Oscar -dice, para El Boletín, el doctor Dosa- es la historia de los cuidadores de los pacientes con enfermedades terminales como el Alzheimer. Oscar es ciertamente el pegamento que mantiene unidas todas esas historias, pero, los lectores, han visto a través de los ojos de los cuidadores y creo que se debe a eso que la historia haya tenido tanto éxito”.
Su narración se mueve todo el tiempo entre los momentos terribles, desde asumir la enfermedad tanto por el enfermo como por los familiares, la desolación que deja y la alegría de disfrutar de los pequeños buenos momentos, ¿esta es la receta, si es que hay alguna, para sobrellevar esta enfermedad?
Dado que existen pocos medicamentos, los cuidadores que mejor hacen su trabajo son aquellos que disfrutan de los buenos momentos. Como me dijo un miembro de una familia: “He tenido que aprender a amar a la mujer en la que se ha convertido mi madre. Ella ya no era la madre con la que crecí. Tuve que aceptarlo, pero cuando eso pasó me di cuenta de que esa pequeña anciana que se parecía a mi madre resultaba, de hecho, una compañía muy agradable”. La receta es disfrutar de los pequeños buenos momentos de la vida.
¿Qué aconsejaría como terapia para aceptar esta enfermedad?
Como paciente, lo más importante es encontrar un buen médico que no te abandone cuando ya te haya recetado todos los medicamentos posibles y no haya más pruebas que hacer. Como cuidador, creo que es importante encontrar gente con la que hablar que pueda ayudarte durante el proceso. En ocasiones, algunos cuidadores son mejores aconsejando que los propios médicos. Nadie tiene que emprender solo el camino o llevar el peso sobre sus hombros. Organizaciones como la Asociación de Alzheimer o su equivalente en España pueden ser de mucha ayuda.
Usted como médico cuestiona el sistema sanitario y, en ocasiones, el desinterés, el exceso de trabajo, la desinformación… ¿Qué se puede hacer ante esta situación?
En Estados Unidos hay un gran desinterés general por las residencias. Creo que a la gente la da miedo pensar en que llegue el día en que tengan que estar ingresados en una, así que nuestro sistema sanitario las ignora casi por completo. Es interesante que nuestro sistema sanitario no se haga cargo económicamente de las estancias a largo plazo en las residencias. Por tanto, la mayoría de las personas que trabajan en esos centros tienen una sobrecarga de trabajo, y en ocasiones mal pagada, en contraposición a los maravillosos cuidados que les dan a sus pacientes.
¿Cree que a los ancianos se les trata con el respeto que merecen?
Es difícil para mí decir si ése es el caso en todo el mundo, pero en Estados Unidos los descartamos fácilmente. Desafortunadamente, nos hemos convertido en una sociedad que evalúa la juventud y la belleza por encima de la sabiduría y la experiencia. Una de las cosas más tristes que he visto en mi trabajo como geriatra es el aislamiento social que padecen muchos ancianos. Muchos de ellos tienen un sistema muy pobre en el que sostenerse, y es muy triste.
¿Para un científico como usted qué supuso asumir que un ser irracional como Oscar podía enseñarle algo?
Ahora que he estudiado lo que Oscar hace y que he leído más sobre ello, la idea de que un gato pueda “saber” cuándo alguien va a morir es difícilmente inconcebible. Los animales tienen unas habilidades increíbles para sentir cosas que a los humanos se nos escapan. Pensemos en los animales que huyeron de Indonesia antes del tsunami o los perros que han sido entrenados en Estados Unidos para oler el cáncer de garganta o de estómago, los animales tienen la habilidad de percibir cosas que nosotros no podemos. Además, debo confesar que Oscar no está solo en lo que hace. He oído historias sobre otros animales a lo largo del mundo que pueden “sentir” cuando alguien va a morir. Creo que Oscar es único porque vive en un medio en el que puede sentir esto una vez tras otra, y lo hace bajo vigilancia.
Confiesa, David Dosa, que le costaba aceptar que un simple felino pudiera enseñarle lo que la Universidad no le había mostrado. Su estructura mental no terminaba de acomodarse a una situación como la que le planteaba, sin proponérselo, el gato “doctor”. Después de “hacerse” colegas laborales Dosa ha cambiado. Por eso, asegura: “estoy más abierto a escuchar, ya sea a mis pacientes y sus quejas o al mundo que me rodea. Al final del libro veo que Oscar entra en una habitación y me pregunto si querrá decirme algo. Terminé el libro diciendo “estaba escuchando”. Hay muchas cosas en este mundo que no podemos comprender, pero si nos abrimos a nuevas formas de pensamiento, en ocasiones los misterios se revelan por sí mismos”.
Merche Rodríguez