El concierto que el pasado día 1 ofreció Lambchop en la Joy Eslava empezó el día de navidad del 2009. Ese día, James Victor Chesnutt, más conocido como Vic Chesnutt, cantante, mentor y amigo íntimo de Kurt Wagner, alma máter de Lambchop, se liberó de todas sus ilusiones y decidió suicidarse.
Kurt siempre supo que parte de aquella hermosa amistad era la vocación suicida de Vic y que un día u otro acabaría llegando la noticia de la muerte del amigo, pero no sabía hasta que punto la muerte te sorprende y te humilla, incluso cuando la esperas.
La muerte de Vic provocó tal necesidad de catarsis en Kurt que, ya a través de la pintura – Kurt iba para pintor hasta que amaneció un día en Nashville – ya a través de la música, intentó aliviar la pena con un proceso creativo que acabó en el maravilloso “Mr. M”, el último trabajo de Lambchop, una ofrenda para los que creemos en la bondad del ser humano a pesar de todas las desgracias y un regalo para los que tuvimos la suerte de escucharlo en directo el pasado domingo.
Kurt apareció en el escenario diez minutos antes de lo esperado. Falsa alarma. Apaciguó el ánimo de los más devotos con un simple gesto de mano y se puso a revisar las guitarras, probó los micrófonos, colocó unas botellitas de agua, abrió su cartera y extrajo cuatro papeles, a simple vista desordenados, que contenían las canciones del concierto. Con cada cosa en su sitio, se esfumó sin que apenas nos diéramos cuenta. Cinco minutos después, puntuales, apareció la orquesta en el escenario. Y no digo grupo, digo orquesta porque Lambchop suena como una orquesta con un batería, un bajo, un órgano, un pedal steel, un piano y las guitarras de Kurt… y los coros de Cortney Tidwell, que actuó de telonera con más pena que gloria con una especie de country alternativo apenas entendible, pero que durante el concierto se reivindicó como una corista maravillosa con unos timbres de voz asombrosos y exquisitos. Una orquesta con un sonido elegante y sereno, un batería suave hasta la caricia, un pianista que mimaba las teclas de un piano conmovedor y un Kurt puro sentimiento que fue desgranando cada una de las canciones de “Mr. M” – sólo faltó la espléndida “Gar” – en medio del silencio delicado y profundo con el que el público agradeció la pasión de unas canciones que hablaban de amor, de pérdida, de tristeza, de esperanza, de soledad, de la vida y de la muerte. Canciones como la optimista “Gone Tomorrow”, la inconformista “The good life (is wasted)”, la reflexiva “Mr. Met” (Los amigos nos hacen sensibles, la pérdida nos convierte en idiotas, el miedo nos vuelve críticos y el conocimiento nos transforma en seres complejos) o la más hermosa y sencilla canción de amor que he escuchado en mucho tiempo: “Never my love” (Nunca había estado enamorado antes, no había necesitado nada, sólo estar contigo para tener un momento dulce a tu lado).
Por si había alguna duda de que la tristeza por la pérdida de los seres queridos se puede transformar en amor y la necesidad de esperanza acabó el concierto con canciones en las que el sentimiento de vuelta a casa de “The man who loved beer” (How i quit smoking – 1996), la idea de que lo mejor está por venir de “My blue wave” (Is a woman – 2002) o la energía y el coraje de “Up with people” (Nixon – 2000) acabaron por maravillar a un público que asistía emocionado, sosegado y entusiasmado al concierto, seguramente, más enternecedor y apasionante de sus vidas.
El broche final fue una versión espléndida del clásico de Dylan “I threw it all away” (Una vez tuve montañas en la palma de la mano y ríos que fluían todo el día. Debo haber estado loco, nunca supe lo que tuve hasta que lo perdí todo. Amor es todo lo que hay, lo que hace que el mundo gire. No importa lo que pienses, no serás capaz de hacer nada sin él. Te lo dice uno que lo ha intentado)… sobran las palabras.