A estas alturas me resulta un poco raro comentar mi devoción por Melville, de todos los que habitualmente pasan por este blog es sabido que es uno de nuestros buques insignia sin ir más lejos la cabecera de este rincón de internet es de una de sus películas ("Hasta el último aliento" (1966)). Si alguien me preguntara el porque de esta inclinación no sabría responder algo concreto, seguro que se me ocurrirían una serie de aspectos, el tratamiento particular de los personajes probablemente fuera uno de los esenciales, la rotundidad que imprime a los mismos y como les da forma para que acabemos entendiendo todos sus actos.
Quizás si en este caso se hubiera respetado el título original ("Un flic") desde el primer momento nos hubiéramos dado cuenta por donde iban los tiros, pero como en nuestro particular país somos así, le dimos otro que realmente no dice nada y menos se corresponde con lo que vemos. El director lo que pretende sobre todas las cosas es destacar la figura del comisario Coleman (Alain Delon), a través de peculiar sobriedad, de su particular estilo, pretende mostrarnos como actúa este personaje de rostro impenetrable y casi imperturbable, de cómo su mente maquina para imponer la ley a quien intenta quedarse fuera de ella.
Al contrario que en ejemplos anteriores, en este último trabajo el maestro del cine negro francés apunta de manera bien distinta a planteamientos pretéritos. En este trabajo pretende dimanar una imagen de modernidad y de juventud del lado de la ley, de hecho, el propio Coleman aunque bastante avezado en su trabajo es una persona joven, trabaja en un edificio de nueva construcción. La comisaría donde se haya su despacho es totalmente nueva, incluso el vehículo que utiliza en sus desplazamientos parece ciertamente novedoso, porque o decirlo también la forma de vestir no tiene nada que ver con el de algunos de sus compañeros más veteranos. Por definirlo en una frase estamos ante el nuevo hombre del siglo XXI, moderno, inteligente, consciente del lugar que ocupa en la sociedad que le ha tocado vivir.
En contraposición a todo esto tenemos a nuestro grupo de atracadores, vestidos a la vieja usanza, no han conseguido dejar la trasnochada gabardina en el armario. Sus sienes están plateadas debido a las canas y es que la edad no perdona, no han conseguido adaptarse a los nuevos tiempos. Incluso los coches que utilizan en sus correrías son de gama alta pero todos unos clásicos. Aun así no crean que son una banda de cualquieras, ellos urden su plan de una forma milimétrica como a Melville le gusta, teniendo en cuenta los lugares idóneos donde la fechoría se hace más favorable, y como siempre hizo durante su carrera, tranquilos, vamos a ser testigos de todos los detalles que se produzcan durante el robo, incluso rodados casi en tiempo real.
Melville siempre fue un detallista de estos aspectos, le encantó hacer verosímiles estas situaciones, para que el espectador no se sintiera engañado, nos llegaba a mostrar incluso las especiales herramientas fabricadas para acceder a los lugares requeridos. Aprovecho para indicar la poca calidad de las imágenes de la escena del helicóptero y del tren, se delatan por si mismas y considero que podía haber hecho un mayor esfuerzo a la hora de su realización, no dando la sensación de mediocridad que en todo momento siento cuando las veo, no puedo evitar dar este “toque” al maestro.
No solo es digna de mención la forma de actuar de los delincuentes en general en el cine de Melville y en particular en este trabajo, todos sus investigadores, comisarios, policías, etc, los que a la postre resolverán el caso tienen una agudeza increíble, no exentos de una profusa inteligencia por supuesto. Coleman ya hemos dicho que es un tipo duro, capaz de hacernos saltar de la butaca cada vez que suelta la mano y esta se estrella en el rostro de alguien, pero no se equivoquen su mente es aun más dura. Su psicología le permite controlar las situaciones a su antojo, conoce perfectamente su entorno y esto le hace que pueda prescindir del diálogo cuando va a transmitir algo a quien le conoce, su férrea mirada basta.
Como hacen algunos animales para enseñar a sus crías a cazar, Coleman se regodea en su presa, no se limita en acercarla a terreno farragoso para que no pueda defenderse. Sobre todas las cosas le preocupa que le consideren superior, que se den cuenta que no hay manera posible de burlarse de su inteligencia. Si ellos son capaces de urdir un plan cuasi perfecto para cometer el delito, una vez cometido este él será capaz de fraguar otro aun mejor que sus enemigos para demostrarles una de las premisas que siempre ha imperado en la filmografía del cineasta galo, el que la hace la paga, antes o después.
TRONCHA