Crónica: Ocean Colour Scene en La Riviera (22 de abril)

El pop británico clásico siempre ha tenido algo de melancólico, desde los Kinks y Small Faces a Paul Weller y sus mejores discípulos de los 90, esos Ocean Colour Scene que se presentaban anoche ante un público treintañero y nostálgico, que venía a rememorar himnos - pero no a quemar la noche, ni siquiera a perder la voz. Al otro lado de las puertas de La Riviera, esperaban la rutina, despertarse pronto mañana, quizá incluso llevar a los niños al cole...

En la noche un tanto agridulce que se vivió ayer en Madrid, había algo inevitable que fallaba, y no era exactamente el grupo sobre el escenario. Era el momento: quince años tarde.

Porque da pena ver a unos Ocean Colour Scene venidos a menos por la edad y las circunstancias, mientras The Stone Roses encabezan Coachella y Liam Gallagher el FIB. Unos muy buenos músicos de su generación (especialmente ese mago de la precisión que es Steve Cradock a la guitarra) han quedado en tierra de nadie, a medio camino entre el revival de sus himnos de siempre y la promoción de un nuevo álbum.

El problema: Painting está repleto de canciones agradables pero sin chispa; sin ser malas, no nos interesan gran cosa. Pero se lo perdonamos porque son ellos, porque nos han hecho disfrutar muchas horas, y ayer lo volvieron a hacer, al menos durante veinte minutos mágicos dentro de un repertorio de hora y veinticinco minutos.

Intercalaron clásicos y novedades de una manera curiosa: una pequeña dosis en la segunda canción ( 'The Circle'), cuando casi ni habían solucionado los problemas de sonido con los que arrancaron. Luego, nos dejaron la miel en los labios hasta la sublime 'Riverboat Song', seguida de 'Profit In Peace', canción que seguramente no sea la favorita de nadie, pero que todos estábamos deseando corear. De hecho, teníamos bastantes más ganas que Simon Fowler.

Los de Birmingham volvieron a bajarnos los ánimos durante cinco temas anodinos, y entramos por fin en la recta final que nos quitó del todo la modorra: 'One For The Road', 'Traveller's Tune' y 'Hundred Mile High City', a modo de primer cierre, y a los bises, 'Robin Hood' (cara B que es un clásico en sus directos), 'It's My Shadow' y la perfecta y beatlemana 'The Day We Caught The Train', seguramente la auténtica responsable de todo lo que estaba pasando allí.

De la forma que lo he contado, se diría que en los clásicos sonaron enormes, bestiales, y en el resto de temas era una banda de aprendices. No. Eran los mismos, y sonaron siempre bien, correctos (más bien impecables en el caso de Cradock, y de Oscar Harrison, batería), con las gotas justas de soul y elegancia. Pero lo que cambiaban eran nuestras expectativas y ganas.

Ni que decir tiene que habría quitado dos o tres de las baladas más blanditas y habría incluído 'Better Day', 'Get Blown Away' (soy muy fan de Marchin' Already) y 'Mechanical Wonder', bonito y quizá último coletazo de OCS. Con el legado de himnos pop que arrastran, pueden decir con todo orgullo que son los 90, tanto como Oasis y Blur, y por ello resulta un poco tonto ese breve homenaje a los Gallagher y su 'Live Forever'. A lo mejor es que no pillé la broma.

En suma, puede que estén algo faltos de energía, puede que lo estemos nosotros, y seguro que todos tenemos ahora menos pelo. Pero entre el 96 y el 98 nos dieron algo irrepetible, y revivirlo bien merecía la entrada e ir a currar con sueño. Si vuelven el año que viene, yo repito.

Por último, mención especial para unos más que dignos teloneros, los barceloneses Stay, que han recogido la antorcha del pop británico y atemporal, con elegancia y psicodelia como mandan los cánones, y con la ilusión del que empieza. Media hora que acaso se le hizo corta a muchos. Su último disco y las maneras que apuntan sobre el escenario son garantía suficiente para seguirlos de cerca.

Las fotos son de El País (portada) y Bsides. En Bsides encontraréis, aparte del setlist completo, una lista de Spotify con todas las canciones de la noche.