Editado por el Museo de la Ciudadde Murcia en 1999, y con quince sugerentes ilustraciones de Antonio Martínez Mengual, este volumen está dedicado por el autor a su hijo Yayo Delgado Gil, “con quien comparto la feliz contingencia de ser murciano” (sic); y tiene un comienzo francamente chocante, en el que la erudición cinéfila, el rigor histórico y una construcción literaria impecable se aúnan para capturar la atención de los lectores: “Contrariamente al título de la famosa película protagonizada por Lee Marvin, en esta ciudad acaece el raro suceso de existir su nombre, Murcia, antes de que existiese realmente la propia ciudad. Nada menos que mil años, o más acaso, logró pervivir la nominación de Murcia como mero topónimo, hasta que fijó población a la que señalar lingüísticamente en el 825 de nuestra era” (p.7).
Efectivamente, Santiago comenta que el nombre de la ciudad fue pasando desde la “Myrtia” de la época de Escipión el Africano, pasando por la “Múrsiya” árabe, hasta la “Murcia” castellana, y que ese triple ramal de influencias fonéticas la configuró tal y como la conocemos. Y, justo después de manifestarnos que nos encontramos ante las páginas de un “escritor metido a historiador, que no de historiador que ejerce” (p.16), se dispone a entregarnos una narración fluida, amena y rigurosa, sobre los avatares seculares de la ciudad, a la que siempre ha manifestado una devoción extrema, no sólo como habitante de la misma, sino como estudioso, novelista, poeta, paseante y observador.
En esta excepcional narración nos encontramos con Abderramán II, Todmir, Ibn Mardenix (a quien se debe entre otras cosas el castillo de Monteagudo; y de quien llega a decir Santiago que fue “el primer turista del Mar Menor”, p.33), Ibn-al-Arabí, Alfonso X, san Vicente Ferrer (que predicó en la actual plaza murciana de Santo Domingo en el año 1411), la trilogía áurea murciana en el mundo de las letras (Cascales, Polo de Medina y Saavedra Fajardo), el cardenal Belluga, el conde de Floridablanca, Francisco Salzillo (“demiurgo que dio volumen y rostro, ropaje, expresión y vida a las personas divinas”, p.69) y otros ilustres personajes.
En suma, estamos ante una aproximación seria, crítica y documentada a la historia de Murcia, que debería estar en todas las bibliotecas (públicas y privadas) de la ciudad, por lo que tiene de manual imprescindible para conocer su devenir, su cultura, sus personajes principales e incluso su proyección futura. Asensio Sáez, el gran escritor de La Unión, anotó una vez que “amar nuestra ciudad es una forma infalible de topar con nuestra propia raíz”, y tal vez sea eso lo que pretendía dar a sus lectores Santiago Delgado: una muestra aquilatada de sus raíces sentimentales, de su amor a Murcia, esa ciudad en la que ejecuta la feliz contingencia de vivir.