Golpeó la puerta una y otra vez hasta que comenzaron a sangrarle los nudillos. La desesperación había apartado a un lado el dolor así que continuó como si nada hasta que no pudo más. Descansó unos segundos y decidió cambiar de estrategia: empezó a empujarla para ver si conseguía que cediera de una vez; había escuchado un disparo en la habitación donde estaban Bea y su hijo. No entendía nada y le daba bastante igual, sólo quería entrar fuera como fuera y saber que estaban bien. Antes de acometer con furia asesina contra la puerta, los había llamado y se había parado a escuchar, pero no había obtenido respuesta alguna así que se temió lo peor, fue entonces cuando su juicio desapareció y convirtió a la puerta en el peor enemigo que había tenido en su vida.
-¿Pero qué demonios estás haciendo?- la voz de Berta, la dueña, sonó a sus espaldas. Cristina se giró y no tuvo que decir absolutamente nada: su rostro lo decía todo.
-¿Qué ha pasado?-. La mujer se acercó rápidamente mientras sacaba torpemente un manojo de llaves.
-He escuchado un disparo y por más que los he llamado no me han respondido-. Al igual que Cristina, Berta se temió lo peor y se apresuró a abrir, con sus manos temblorosas.
leer más