Cuando llegaron a casa, todo parecía estar en calma. En algún momento del camino habían perdido el rastro del ser dirigiéndose hasta allí, aunque algo les decía que no andaba muy lejos. La mano de Bea había dejado de sangrar por completo sin que ninguno de los dos se hubiera dado cuenta: tenían toda su atención en el peligro potencial que se cernía sobre sus madres. Con las armas preparadas (una escopeta y una pistola) decidieron dar una vuelta por el perímetro para ver que todo iba bien: fue entonces cuando la madre de Bea los descubrió y tras el susto inicial los fulminó con una mirada al grito de: "¡Pasar para dentro ahora mismo!".
Dieron la vuelta y entraron por la puerta principal, siempre mirando alrededor asegurándose de que no había peligro. Cuando pasaron al recibidor la puerta se cerró de golpe tras ellos, momento en el que enarbolaron las armas instintivamente hacia su espalda. Tras ellos, estaba la madre de la chica con una cara mezcla de enfado y de susto al mismo tiempo.
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