Revista Viajes
La primera vez que subí a la colina del Buda y me encontré en el Bastión de los Pescadores me pregunté por qué a nadie se le había ocurrido filmar ninguna escena de las tantas películas de Dracula que se hicieron a lo largo de la historia. Quizás la culpa la tenían los rumanos, ya que hace unos cuantos años les ganaron a los húngaros el territorio de Transilvania y con él también los derechos de imagen de la controvertida figura del Conde valaco, pero lo cierto es que, más allá de cualquier especulación o cuestion histórica, el viejo bastión en la colina húngara me resultó el lugar mas "draculesco" en el cual estuve, incluso mucho más que lo que sentí en varias ciudadelas y pueblos de la antigua Rumania.
No es casual que el Bastión de los pescadores tenga reminiscencias del conde Vlad Tepes. Antes de la Primera Guerra Mundial, Transilvania pertenecía al territorio húngaro y, según cuenta la historia, el conde solía visitar la capital húngara durante los años del siglo XV, época en la que vivió. Pero además por esa misma época, entre los tantos reyes que gobernaron Hungría hubo uno que lo hizo en el mismo tiempo en el que Vlad era conde de Valaquia: Matías I (o "Rey Matías el justo" como lo conocen los húngaros), razón por la cual los parecidos entre ambos son tantos que parece que se está hablando de la misma persona.
El Bastión fué enviado a construir a finales del siglo XIX y la idea principal era la de tener un sitio en lo más alto de la colina desde donde los pescadores tuvieran un lugar para ver las aguas del Danubio, el cual se encuentra a los pies de la colina y que divide en partes simétricas el Buda del Pest. Cuando se pensó en como estaría compuesto el complejo, los arquitectos quisieron darle cierto halo de misterio y ocultismo en cada una de las estructuras que habían pergeniado. De esa forma, el Rey Esteban y su lujoso caballo pasó a ubicar un sitio de privilegio en el corazón del Bastión y, a su alrededor, como coronándolo, se ubicaron 7 torres que representan las siete tribus fundadoras del imperio Magyar (actual Hungría).
La estatua ecuestre del Rey Esteban se encuentra ubicada sobre un altar de mármol en el cual se representan los momentos más emblemáticos en su vida y en la del imperio húngaro. Esculpidas siguiendo los lineamientos del arte gótico (ése que supo plasmar a Drácula tanto en pinturas como esculturas) el monumento tiene cuatro leones que lo escoltan a modo de vigías y cuatro ángeles que aún hoy conservan el dorado impoluto con el que los decoraron a principios del siglo XX.
Aquí el momento de la coronación del Rey Esteban, primer rey cristiano y que murío de anciano y no por haber sido asesinado como les sucedió a los anteriores.
Las cúpulas góticas con ojivales, en toda su circunferencia, permiten tener una de las vistas más bellas de la ciudad. En la actualidad muchas de ellas fueron adaptadas para brindar un poco de confort a los turistas que llegan hasta allí, sobre todo en lo que refiere a cuestiones climáticas Una de ellas (la mayor) cuenta con un café calefaccionado, en el cual se pueden reponer del frío y así poder continuar con la visita. Incluso, por las noches, en una de ellas, funciona un teatro en el cual se llevan a cabo diferentes representaciones. En otra, en cambio, se habilita un exclusivo restaurante donde se puede probar lo mejor de la gastronomía húngara.
La estatua ecuestre del Rey Esteban, la cúpula mayor del Bastión y el techo multicolor de la Iglesia de San Matías conforman la postal más clásica del Bastión de los pescadores (e incluso de Budapest).
Entre las cúpulas del Bastión y la estatua del Rey Esteban se encuentran amplias escaleras y balcones de estilo gótico que dan la sensación de estar viviendo en una película de la edad media.
Debajo de un techo que sirve de segunda planta, en el Bastión reposa una serie de esculturas que representan a los personajes históricos más significativos de la historia del país. Algunos de ellos son personajes mitológicos y otros, en cambio, existieron verdaderamente. Éste es el lugar que quizás más remite a la figura del conde Drácula, por la estética de los ropajes y las actitudes de muchos de ellos.
La cúpula mayor del bastión se encuentra decorada con mayólicas, esculturas de animales exóticos y también de personajes que dedicaron su vida a la vida marina.
Las escaleras en sí mismas podrían ser consideradas una verdadera obra de arte. Con extrañas formas y enmarcadas por decenas de árboles secos las tornan uno de los sitios privilegiados por los aficionados a la fotografía que encuentra en ellas un elemento clave para componer misteriosas tomas.
Los leones custodian los diferentes miradores de bastión y exhiben los escudos que pertenecían a las familias más ricas del imperio. En épocas invernales muchos de ellos son clausurados por que las nevadas y las bajas temperaturas vuelven el piso escarchoso e inseguro para los turistas.
Desde una de las torres del Bastión se tiene una de las vistas más bellas del Parlamento, el Danubio y los techos de las casas del Pest.
La cúpula de la Iglesia de San Esteban
También se ven los diferentes puentes que atraviesan el Danubio (en este caso se ve el Puente de las Cadenas, el más antiguo y verdadero emblema de la ciudad)
El Puente de las cadenas une ambas partes de la ciudad
Los techos de iglesias y muchas de las construcciones aledañas al bastión pueden ser vistas desde un sitio de privilegio en la colina del Buda.
Ubicado a los pies de la estatua del Rey Esteban, este artista vestido como un soldado de la época medieval recrea, junto a un gigantesco y salvaje halcón, los tiempos de esplendor del imperio.
El Bastión es tan fabuloso para fotografiarlo que muchos turistas son capaces de hacer cualquier cosa para lograr excelentes composiciones con la cámara fotográfica.
Una noche decidí burlar a las bajas temperaturas y a la nieve que caía sin parar desde el aterdecer y subí hasta la colina. Al llegar el bastión se encontraba casi vacío, apenas dos o tres personas emprendían el regreso a la ciudad dado que el frío era insoportable. Me quedé sentado en uno de los bancos de piedra que miran hacia el Danubio y desde allí estuve largo rato admirando la increíble belleza de Budapest. Poco a poco la nieve empezó a caer con más intensidad y, en pocos minutos, una tormenta de copos comenzó a caer con tal intensidad que parecía no tendría fin, al menos en la hor siguiente.
Un verdadero regalo divino me dije. La antiquísima construcción con aires del medioevo me protegía de la tormenta y a la vez me regalaba, a través de las columnas y ojivales de la galería, una vista que nada tenía que envidiarle a cualquiera de las pinturas que pueblan las paredes de la Galería Nacional, a poquitos metros de allí. Algunas de las instantáneas que me traje guardadas en la (mi) memoria son éstas:
Cuando me dispuse a irme, tomé mi cámara y giré hacia la plaza donde está la estatua del Rey Esteban. Entre los arcos medievales divisé la figura de una chica que tomaba la nieve del suelo y la tiraba hacia arriba, a la vez que giraba sonriente con los ojos mirando en dirección al caballo del rey. Entonces entendí que el regalo de la nieve cayendo sobre el Danubio había sido compartido. Esa noche, además de mí, alguien más se llevó del bastión un recuerdo imborrable, atesorado en el corazón.
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