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Pero lo cierto es que la Villa no sólo es un lugar donde se puede apreciar la grandeza del arte renacentista sino que, además, es testigo de una historia que oculta caprichos, despechos, aires de grandeza y algunas que otras pasiones que experimentaron aquellos que la habitaron y que hoy, lejos de juzgarlos, deberíamos agradecerles ya que, de no haber sido víctimas de aquellas es probable que hoy no tendriamos Villa del este para disfrutar y nos veríamos imposibilitados de vivir un día como la Alicia de Lewis Carroll o como algún personaje salido de las cabezas de los fantasiosos Hermanos Grimm.
1.
Cuando el autobús estacionó frente al rosario de negocios de recuerdos ubicados en la entrada de la Villa del Este, tuve la sensación de que los 30 km. que me separaban de Roma la alejaban doblemente en distancia y hacía que la viera como perteneciente a otra galaxia. El increíble cambio de vida que se experimenta cuando uno se aleja un poco del mundanal ruido romano sirve para tomar conciencia de que, si bien "Todos los caminos conducen a Roma", no viene nada mal alejarse de ellos y largarse a la búsqueda de otras formas de vida. Al llegar a la Villa promediaba la media mañana y antes de hacer el ingreso me quedé un rato disfrutando de la pequeña brisa que contrastaba con el implacable sol de julio y hacía mover, de manera suave y casi cinematográfica, la copa de los cipreses que poblaban la silenciosa avenida.
Dos mujeres cincuentonas hablaban fuerte (ambas vendedoras de los locales de souvenirs de Tívoli, la Villa d´este y la Villa Adriana) y se reían a carcajadas sin ninguna preocupación. Delante de ellas, un matrimonio de ancianos caminaba lento en dirección al Monasterio Benedictino en el cual se encuentra la Villa mientras que, un puñado de niños, todos con sus cascos y las rodilleras puestas, los esquivaban desde sus bicicletas rompiendo con el cuadro de ensueño que regalaba la imagen matinal. En los minutos que duró mi reconocimiento de la ciudad jamás oí una ambulancia, ni autos, ni bocinas, ni tráfico contaminante, ni gente sobresaltada. Tívoli parecía un verdadero remanso y la aparente armonía que se vivenciaba en las calles parecía ir en sintonía con lo que minutos más tarde vería dentro de la Villa.
2.
Levanto la vista y desde la mano de enfrente, sobre la vereda que da al otro lado del boulevard, la guía me grita y me invita a unirme al resto del grupo. Cruzo y veo una pequeña explanada que termina en una esquina, y al doblar por ella, un enorme convento benedictino aparece frente a mí. Aun costado una pequeña callejuela en mal estado y pintada de color ladrillo me hace caer en la cuenta nuevamente de que no estoy muy lejos de Roma. Camino apenas unos metros en dirección al pórtico del monasterio y veo una escultura de bronce erosionado que representa a un monje flaco, espigado, alto, con un rostro de bondad pocas veces visto y que de un modo etéreo y sublime acaricia una paloma que parece dibujarse al ras de su mano. Me acerco para ver de quién se trata y veo una placa que pone "Tívoli a San Francesco".
Ante mi curiosidad inexpugnable la guía me rodea por detrás y- haciendo uso de una gran vocación de servicio- me cuenta que Tívoli fue una de las primeras urbes fuera de Roma en adoptar a Francesco como un protector de la ciudad. Comienza a pegarnos una pegatina para que nos identifiquen dentro de la villa y, mientras me toca el turno, me quedo observando en silencio la paz que transmite la expresión de la cara y la perfecta redondez de la cabeza esculpida del santo.
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3.
Una vez dentro del recinto de la Villa (que linda con el Monasterio Benedictino) la guía realiza una explicación estrictamente informativa que acumula datos tales como superficies, latitudes, algunas fechas y líneas de tiempo para comprender las miles de piezas y obras de arte que se esconden al otro lado del patio de entrada. Por unos segundos me alejo del grupo y me acerco a una fuente que me llama la atención: "La Ninfa durmiente de la Gruta".
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Así es como luego de varias negativas, el cardenal decidió resignarse a cumplir la función que le encomendaban pero no sin antes mandarse a construír un lugar que fuera lo más parecido a ese cielo en la tierra que él creía que le habían negado. De esa forma, y adueñándose de una enorme cantidad de hectáreas de la ciudad de Tívoli, se mandó a diseñar la Villa basándose en las residencias más fastuosas de Roma, Ferrara, Francia e ,incluso, la vecina Villa Adriana. Para ello mandó a construir enormes palacios, fuentes colosales, esculturas de estilo griego, romano y oriental (alimentadas en las mitologías de esos pueblos), ordenó crear uno de los jardines más bellos del Renacimiento y hasta incluso ideó una reproducción a escala de la ciudad de Roma, dentro del perímetro de los jardines.
El resultado de tamaña empresa es la magnificencia que aún hoy se puede vivenciar cuando se atraviesan los pórticos del monasterio y se pasa a otra realidad.
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Cuando veo que a lo lejos la guía levanta su paraguas rojo y lo agita en señal de querer unir al grupo me digo en silencio que no me quiero ir. Las dos horas que pasé recorriendo ese lugar difícilmente me las olvide alguna vez. Pienso que la Villa Adriana es impresionante, pero no tanto como ésta. Aquella es majestuosa -y está bien que lo sea- por que después de todo no era menos que la residencia de un emperador. Pero esta, muy por el contrario, tiene la extraña belleza que esconde detrás desilusión, odios y frustraciones.
Mientras el grupo se acerca hacia mí me pregunto si Hipólito d´Este alguna veza habrá superado la frustración por no haber llegado a Papa. Pienso también que muchos de los papas que pasaron por el Vaticano en aquellos años jamás tuvieron un lugar de ensueño como la Villa d´este. Y por eso mismo creo que, si el cardenal no alcanzó la felicidad en un sitio tan contradictoriamente bello y enigmático como aquel sería una pena.
La guía se para delante mío y me regaña por no haberla seguido. Le sonrío por cumplido y me pregunta qué me pareció el lugar. Le contesto que no tengo palabras y que jamás me hubiera imaginado que podría existir en el mundo un sitio de tales características. La mujer se sonríe y me invita a que no deje de conocer el Parco dei Mostri de Bomarzo, cerca de Viterbo. Le agradezco el consejo y me prometo en silencio no dejar de visitarlo en el próximo viaje. Subimos las escaleras, miramos por última vez las increíbles vistas que regalan los balcones y atravesamos las salas abarrotadas de arte, color y textura.
Sobre el patio de la entrada me encuentro de nuevo frente a frente con la Ninfa de la gruta. Ahí sigue, durmiendo un sueño eterno del cual parece nunca jamás despertar. Le agradezco que haya oficiado de maestra de ceremonia y en pocos pasos, me encuentro nuevamente al lado del Francesco de la paloma. Subo al autobús y emprendo la marcha hacia el Caput Regnum. Atrás quedan Tívoli, el antiguo monasterio, la estatua de Francesco, los naranjos, los seres mitológicos, la brisa tibia del verano, el olor a musgo y a trébol de las fuentes y la sensación de estar en un lugar donde alguien, alguna vez, pese a estar rodeado de tanta belleza, jamás pudo ser feliz.
"Todos los caminos conducen a Roma" leo en un cartel puesto en la última circunvalación antes de tomar la carretera. Es verdad, me digo. Después de todo siempre se termina volviendo a Roma independientemente de cuáles sean los caminos. (Aunque esta vez, sin lugar a dudas, bien valió la pena alejarse un poco de ellos).
Datos útiles:
Ver Villa d´Este desde el aire:
Sitio Oficial
Mail de info: villadestetivoli@teleart.org
Fax: 0039 0412770747
Telefono: 0039 0412719036
Cómo llegar:
Excursión de medio día (Civitatis)
Tren: desde la Estación de Roma Tiburtina
(www.trenitalia.it)
Billetes por anticipado
Información general