Revista Diario

Crónicas marinas (5): de cuerpos apolíneos.

Por Negrevernis
Tienen la suficiencia que sólo poseen los adolescentes en pleno momento de coger tiempo al tiempo, que no pasa por ellos porque, es más: se detiene ante sus cuerpos musculosos y cuidados de gimnasio. Sabedores de rozar belleza de éfebos, se pasean entre las toallas de la piscina: bañadores mínimos -verde uno, rojo el otro-, mientras mandan mensajes a velocidad de vértigo por su teléfono móvil de última generación; gritan de un extremo a otro y bailan espaciadamente con rápidos pasos alrededor de la joven socorrista. Encandilada ella, no resiste el hechizo y les sonríe: brillan sus dientes perfectos mientras se arregla la coleta rubia. 
Los dos -Cástor y Pólux- nos permiten subir nuestra mirada hacia ellos y regalarnos los oídos en la hasta entonces mansa y pausada tarde de piscina: han traído su música y altavoces; conectan todo con el alargador que la hipnotizada socorrista les cede -como no podía ser de otra manera- y suben al máximo el volumen. Y yo no sé si acercarme a ellos y agradecerles el repertorio musical que atruena entre las olas de cloro, recordarles que el tiempo pasará y sus cuerpos se ajarán, mortales, o, simplemente, desear a sus padres una larga, dura y dolorosa adolescencia.
 Crónicas marinas (5): de cuerpos apolíneos.

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