Construir un castillo en la arena de la playa es todo un ritual; requiere estrategia y organización -casi tanta como encontrar un lugar donde plantar la sombrilla, dejar los aperos, extender la toalla y hacer tuyos unos centímetros de arena y sal. No vale cualquier lugar, como bien decía hoy el padre-vecino-de-playa:
- Aquí, aquí, que es liso: haced vuestro castillo.
Además de la necesidad de un lugar llano -mal, me digo: los castillos se construyen en lo alto, por aquello de defender el territorio-, el castillo playero puede estar o no cerca de la orilla. La madre y tía-vecinas-de-playa se lo señalaban esta mañana a sus cachorros:
- Huyyy, hala, que se inunda el castillo, tan cerca de la orilla -solucionado rápidamente por los niños, que han terminado la destrucción de la olas pala en mano.
El castillo de la playa puede tener diversas formas: tipo cubo-pastel, con torrecillas -según el mismo cubo de antes-, redondo, alineación de atalayas unidas por muro de arena o agujero con paredes y salida al mar. La elección corre a cargo del niño y su padre, como indicaba el vecino-de-playa-de-atrás:
- No, no: el castillo lo haces tú, yo sólo soy el supervisor de obra -es decir: la construcción en cuestión requiere de una cuadrilla de obreros bajo la eficaz dirección de uno más hábil.
Y las defensas básicas del castillo deben ser reforzadas rápidamente una vez culminada la obra, detalle del que se ha dado cuenta enseguida Niña Pequeña, de forma que, cubo en mano:
- Voy a ir a la orilla yo sola a por conchas para poner en el castillo -dice, remarcando muy seria ese yo sola. Y es que la creatividad última del artista tiene algo de soledad...