“La intangible paz de los océanos sonoros de Wright era lo más cercano que había estado de la divinidad”
[Ricardo Portmán] @ecosdelviniloComo tantos otros discos, Wish You Were Here cayó en mis manos a través de un amigo, quien me lo prestó para que lo grabara en cassette. Para mi Pink Floyd eran una especie de entidad lejana, inalcanzable, etérea, un sonido que disintiguía desde muy pequeño pero que no experimenté con plena conciencia hasta que vi el primer directo suyo, el Delicate Sound of Thunder. Sentí cierto desencanto, especialmente por el rubio Scott Page en ese infumable rol de sax/rockstar y las canciones del A Momentary Lapse of Reason, que me dejaban muy indiferente. Era en los clásicos donde sentía chispas, pero aún no tenía un disco original a mi disposición. Una vez grabado el Wish You Were Here fue entonces que despegó el transbordador.La portada, una maravilla, tamaño vinilo, pasta sagrada, con esa pareja estrechándose las manos y la locura. Me causaba cierto gustillo que lo hubieran lanzado el año de mi nacimiento -un nuevo gol para la clase del ’75-. El contenido, un tesoro, una sesión de hipnotismo sin aviso previo.
Shine On You Crazy Diamond era un colocón en sano, un trip sin riesgos que desvelaba las artes absolutas del cuarteto como compositores e instrumentistas. Entonces no le prestaba mucha atención a la división por partes de la pieza, me conformaba con llamarlas ‘la parte suave’, ‘la parte cantada’ y ‘la parte de la ventisca’. Me parecía sublime la interpretación de Rick Wright, incluso me llegué a identificar con él con el paso del tiempo, porque era el callado, el artesano en las sombras que prefería la gloria del segundo plano -sí, ahí reside también la trascendencia-.Welcome To The Machine era el himno de lo que no querías hacer, de las cárceles de la mente que nunca faltan, ya sea la escuela y sus barrotes o la oficina y sus vacíos. Era la red de engranajes de las pesadillas, que no entendía de tiempos ni emociones y hoy sigue significando lo mismo para mí. Cambio de seña con Have a Cigar, rock potente, como hecho a posta para quitarse el sabor a dolor de Welcome To The Machine. No es que Cigar fuera el Himno de la Alegría pero su vibración rock en celo quitaba hierro a la pena. Grandioso Roy Harper a la voz en sus cinco minutos de fama.
El tema titular ha sido coreado para media humanidad, todos los guitarristas principiantes lo han apuntado en su lista de canciones a dominar y tras décadas no ha perdido ni un ápice de su belleza, frescura y nostálgico aroma a madera. Wish You Were Here era la demostración que Pink Floyd podía desnudarse y emocionar, dejar fuera las maquinarias para encender la fogata y recordar a los que no están.
Tras la última nota de la parte final (la novena) de Shine On You Crazy Diamond la sensación que se percibía era de bienestar, de haber descubierto algo único, que nadie más (excepto otros millones de humanos) poseía, un misterio en un disco y una certeza de grandeza. En mi primera adolescencia la intangible paz de los océanos sonoros de Wright era lo más cercano que había estado de la divinidad. Luego llegarían The Dark Side of The Moon, Animals, Meddle y Atom Heart Mother, pero siempre estarían un paso por detrás de mi Valhala, de Wish You Were Here.
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