Me encantan las joyas cinematográficas que desde Francia se encargan de regalarnos cada cierto tiempo. Especialmente si son de terror. Crudo es la última. Podría entenderse como parte de la nouvelle vague horreur que comandó la nueva hornada de cine de terror europeo, ya que comparte varias de sus características (ausencia de lo paranormal, personajes que se enfrentan a dilemas humanos, sensación de encierro), pero la realidad es que va más allá, y es una evolución del mismo. Julia Ducornau ha creado un monstruo avalado por el marketing (que ya apesta un poco) de haber provocado el desmayo de equis personas en tal o cual festival (lo mismo dijeron de Martyrs o L'Intérieur). Independientemente de tal barato aval, Crudo se erige como una de las mejores y más originales películas de terror que se han rodado en Europa en los últimos diez años.
Si la nouvelle vague horreur se vio influenciada por el slasher, Crudo es un discípulo aventajado del body horror de David Cronenberg, pero añadiéndole un divino toque francés. El punto de partida diegético de Crudo es sencillo: una joven inocente, de familia veterinaria y vegetariana, llega a la universidad para seguir la tradición de su linaje y convertirse en médica de animales. Allí su hermana estudia el segundo año de carrera. Todo transcurre con normalidad hasta que un día, como parte de una novatada organizada por los veteranos, come un trozo de carne. De ahí a una reacción alérgica, a un vómito de pelos y a devorar carne cruda y otras tantas lindezas que no destriparé, hay un paso en el guion perfectamente diseñado, estructurado y dialogado de Julia Ducornau.
La influencia del body horror en Crudo se manifiesta precipitadamente, con esa primera reacción alérgica cuyo retrato puede provocar que sientas incluso el picor. Pero continua con esa vagina que quiere ser depilada o ese dedo cortado por accidente. El cuerpo, los cuerpos, y su alteración o su amputación, son quizás el protagonista principal de la película, junto a la evolución psicológica de Justine, la personaje-humano principal, la cándida alma que pronto comienza a experimentar las mieles de perder el rastro de su inocencia.
Todo es así porque si el cuerpo es un personaje-no humano principal en Crudo, su tema estrella es precisamente ese: la pérdida de la inocencia. Justine no se llama así por casualidad, y no hay que atar muchos cabos para conectar su nombre con la ingenua adolescente a la que el Marqués de Sade hizo experimentar los infortunios de la virtud. Así, entre lo gráfico de Cronenberg y los filosófico de Sade, Crudo consigue crear un relato audiovisual cuya concatenación de imágenes, palabras, canciones y sonidos es difícil que dejen a alguien indiferente.
Olvidaos de una sucesión de instantáneas transgresoras sin ningún sentido, ya que vuestro interés por el desenlace de Crudo crecerá a medida que la cinta avance y se vaya desvelando un secreto que solo la precisa posición de los hechos permite vislumbrar. Ahí reside el innegable atractivo de Ducornau tras la cámara: en lanzar una ráfaga de bellas y a la vez estremecedoras alegorías que conforman una metáfora no solo sobre la pérdida de la inocencia, sino también sobre la tradición, su pertinencia y su aceptabilidad.
Una gramática fresca cuyo sentido pedagógico nos lleva a una firme conclusión: siempre existe una solución a los problemas, por muy crudos que se nos presenten... Un debut inolvidable.