Un paso, sí, un paso. Ese simple acto de poner un pie delante de otro, es un momento clave en nuestra vida. Y como momento clave, puede suponer un antes y un después que transforme nuestro día a día. A pesar del transcurso de todos estos años, mucho se sigue hablando del primer paso que dio el hombre en la luna (ese que seguimos viendo en blanco y negro y sobre el que tantas dudas se han generado); y sin embargo, poco se habla de ese otro paso que supone cruzar el límite que separa dos mundos muy cercanos, que llamaremos el del bochorno y el de la honradez. Y es que existen pasos, y pasos.
Pese a que aparentemente nos hayamos acostumbrado, y callemos para no reconocerlo, las sensaciones siguen siendo las mismas. Un hormigueo sube desde los tobillos, recorre nuestras piernas y alcanza las extremidades superiores, (el que llegue al rostro depende de lo que al final pueda suceder). Ese cosquilleo revela nuestro estado de nerviosismo y ansiedad. El miedo, por pequeño que sea, nos invade. Hace que miremos a un lado y otro, que incluso alguna vez nos hayamos detenido antes de dar ese paso, y hayamos dirigido nuestra mirada hacia atrás. La respiración se contiene, como si dejar de respirar sirviera de algo. Y en este instante deseamos estar solos, que nadie se encuentre a nuestro alrededor, y sin embargo, comprobamos como nuestros deseos nunca se ven cumplidos llegados el momento.
Hemos dado el paso. Hemos cruzado el arco de seguridad antihurto de cualquier centro comercial o de la pequeña tienda de barrio que pueda colocarlas. No ha sonado alarma alguna. Nadie nos ha mirado. Nuestra honradez y reputación no se ha visto ultrajada. Cómo si aquella fuera la máquina de la verdad.
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