Revista Opinión
Sólo la ética, los valores, los principios cristianos, podrán salvar al mundo.
autor: Juan L. Ruiz de la Peña
Teología de la Creación
Sal Terrae - p.188-189
El pronóstico pesimista
En 1947 veían la luz unas páginas de C.S. Lewis que presagiaban la abolición del hombre como etapa final del dominio tecnológico de la naturaleza. El artículo de Lewis ha sido incorporado al libro de Daly como último capítulo del mismo (33), difícilmente podría redactarse un epílogo más sombrío al análisis del problema ecológico.
La tesis del ensayista inglés es la siguiente: la conquista de la naturaleza por el hombre culminará con la conquista del hombre por la naturaleza. En el proceso de sometimiento ilimitado del entorno natural al poder tecnológico, no es el Hombre quien vence; son unos pocos hombres quienes en realidad sojuzgan a la naturaleza y a los demás individuos de su especie, condicionando cada vez más estrechamente a la humanidad futura. Los poderes de la generación presente reducen dramáticamente los de la siguiente generación. El poder humano no crece con las generaciones, disminuye. Lo que crece es la concentración de poder en cada vez menos manos. "Cada nuevo poder logrado por el hombre es un poder sobre el hombre". La superélite de la nueva era estará constituida por los Condicionadores, los Controladores, los Motivadores o creadores de móviles; armados con los recursos de un Estado omnicomprensivo y de una tecnología irresistible, los utilizarán para desembarazarse de todo condicionamiento previo; declararán caducados los viejos modelos éticos, los vigentes imperativos de conciencia, y confeccionarán el nuevo moledo.
Puesto que ellos saben cómo producir conciencia, serán ellos los que decidan qué clase de conciencia producir. Así, y sólo así, habrá sido a la postre conquistada la naturaleza, toda la naturaleza, incluida la humana. "La conquista final del hombre es la abolición del hombre", concluye Lewis.
Despachar esta lúgubre predicción con el fácil trámite de declararla fruto de la histeria anticientífica sería una necedad. Ante todo, porque no es Lewis el único en ver las cosas de este modo. A los cuarenta años de la aparición de su ensayo, está logrando récords de venta el último libro de Konrad Lorenz, cuyo título reproduce casi literalmente el del pensador británico (34). Un divulgador solvente como Asimov constata que no existen civilizaciones avanzadas, porque todas acaban suicidándose (35). Delibes se muestra escépticamente resignado a ser testito de un desastre inevitable (36). García Bacca se pregunta "qué esclavitud será comparable con la que nos caerá en suerte o en desgracia frente a un Señor y Dueño de la energía atómica" (37). Se excusan, por consabidas, las citas de los inevitables Huxley (Un mundo feliz) y Orwell (1984), la incontable legión de los glosadores de este último en este año emblemático (38) y, en fin, la pseudoutopía de Skinner (Walden Dos).
Pero además, y esto es lo realmente importante, la figura de los Controladores, tan magistralmente anticipada en el plano literario por estos autores, ha tomado cuerpo al conjuro de la crisis ecológica.
Así, se sugiere con mayor o menor explicitud (eso va en gustos) que el remedio ha de consistir en una bárbara operación quirúrgica: los cibernéticos del Club de Roma no excluyen la conveniencia de catástrofes locales para evitar la catástrofe planetaria (39): una especie de voladura controlada del edificio en ruinas para salvar el resto de la manzana. Aún con más brutal franqueza, se sostiene que la ayuda a los países en desarrollo debe limitarse, para que resulte eficaz, a sólo aquellos que tienen todavía posibilidades de remontar el colapso demográfico. Lo que significa, dicho lisa y llanamente, que hay naciones ya irrecuperables, a las que debe darse por perdidas y en las que cualquier inversión sería un derroche reprobable.
El libro de los Paddock es, a este respecto, de un impudor modélico; países como la India tendrían que ser desheredados por la comunidad internacional, al ser reos confesos del pecado de prodigalidad demográfica; en ellos sólo cabe dejar que la naturaleza siga su curso (40).
De ahí a ponderar las virtudes terapéuticas de una conflagración atómica (eso sí, cuidadosamente circunscrita a determinadas regiones del globo) no hay más que un paso. Que además -para colmo de sarcasmo- se presenta como un gesto misericordioso: "las minorías afortunadas deben actuar como si fueran depositarias de una civilización que está bajo la amenaza de las buenas pero desinformadas intenciones. ¿Cómo podemos ayudar a un país extranjero para que no llegue a la superpoblación? Sin duda, lo peor que podemos hacer es enviarle alimentos. El niño salvado ahora se convertirá mañana en un reproductor. Movidos por nuestra compasión les enviamos alimentos, pero ¿no es verdad que es ésta la mejor manera de aumentar la miseria de una nación superpoblada? Las bombas atómicas serian más benevolentes (41)
Si el despiadado cinismo de estas tomas de postura subleva la conciencia de cualquier biennacido, no se olvide cómo se puede llegar hasta ahí: el proceso mental seguido es el que anticipaba Lewis: cuando a la degradación ecológica se suma la desertización ética, los resultados no pueden ser sino éstos: la conquista del hombre por el hombre, el "acabemos con el hombre antes de que el hombre acabe con la naturaleza", la "abolición de lo humano" como anticipación del final "sálvese quien pueda".
33. Lewis, C.S., "The abolition of Man" en (Daly, H.E., ed.) Toward..., pp. 321-333
34. Lorenz, K., Der Abbau der Menschlichkeit, Wien 1983
35. Asimov, I., ¡Cambio! 71 visiones de futuro, Madrid 1983, pp. 148 s.
36. Delibes, M., Un mundo agoniza, Barcelona, 1979
37. García Bacca, J. D., Antropología filosófica contemporánea, Barcelona 1982
38. Véase, a este respecto, lo que escribía Raúl Guerra en El País (5 de marzo de 1984): "el holocausto atómico es una letra de cambio; con la mentalidad al uso, las grandes potencias, se reúnan o no en Ginebra, lo único que hacen es regatear su fecha de vencimiento, en cualquier caso un día inevitable"
39. Vid. Ganoczy, A., Homme créateur - Dieu créateur, París 1979, pp. 98 s.
40. W. y P. Paddock, op. cit.; Ehrlich, P., The Population... (pp. 160 s.) se muestra de acuerdo: "en mi opinión no hay elección racional que no sea la de adoptar alguna forma parecida a la estrategia de los Paddock en cuanto concierne a la distribución de alimentos"
41. Hardin, G., citado por Feenberg, A., p. 75