Revista Cultura y Ocio
Lo que José María Cumbreño nos propone en su último trabajo (que lleva por título Cuaderno de verano y que ofrece en su cubierta la imagen significativa de un sacapuntas) no es, en el sentido clásico, poesía. Pero sí que es poesía en el sentido etimológico, porque el autor extremeño combina la seriedad, el humor, la palabra y las imágenes para ofrecernos un laberinto de enigmas, del que nos pide que extraigamos conclusiones o enseñanzas. Porque este libro es, ante todo, un vademécum de retos visuales, que podemos recorrer de dos maneras: acelerados, intentando llegar al meollo del volumen; o bien con lentitud, recelosos de que los matices se nos estén escapando o se camuflen. Si procedemos de la primera forma la lectura nos ocupará diez minutos. Ni uno más. El problema es que saldremos con la impresión errónea de que este libro no es otra cosa que un juego vacío e intrascendente. Pura distracción que a nada conduce y que no nos dejará poso.Si lo hacemos transitando por la segunda vía, resistiéndonos a pensar que este alarde es un mero desperdicio de tinta, el cofre del tesoro nos mostrará luces de alto brillo: bien por su humor (p.16), bien por sus implicaciones sociológicas (p.37), bien por su profundidad psicológica (p.47), bien por el estremecimiento que nos provoca en la piel y en el alma (p.62).Yo les recomiendo de corazón que reserven ustedes un par de horas para nadar por estas páginas juguetonas, sabias, alígeras y marmóreas, porque es probable que en ellas encuentren más de un motivo para quedarse pensando. No es poco en los tiempos que corren.