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Cuadernos canadienses (III): Casa Loma

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo
Cuadernos canadienses (III): Casa LomaCuando escribí la entrada sobre Toronto, mencioné que seguramente habría alguna cosa sobre la que escribiría de forma más detallada; una de ellas, y además de mis favoritas en la ciudad, es este castillo. Casa Loma es su nombre original, aunque los canadienses siempre tienen el detalle de explicarle a todo el mundo que es un nombre español, y que su traducción al inglés es The house on the hill, el otro nombre por el que se conoce a esta construcción.
Casa Loma fue construida por Sir Henry Pellatt, un millonario canadiense de origen británico, que después de sus viajes por la tierra de sus antepasados se enamoró de la arquitectura del lugar y encargó el proyecto de su propio castillo medieval al arquitecto E.J. Lennox. Los trabajos de construcción comenzaron en 1911 y terminaron muy rápido, tan sólo tres años más tarde, en 1914. Se contrató a trescientas personas para llevar a cabo las obras, y el coste total ascendió nada menos que a tres millones y medio de dólares, que para esa época suponía una auténtica fortuna.
Sir Henry estuvo viviendo en este castillo con su mujer durante algo menos de 10 años, hasta que se arruinó, porque una casa de semejantes características es muy cara de mantener, y finalmente el matrimonio tuvo que abandonar su hogar, que pasó de unas manos a otras e incluso estuvo a punto de convertirse en un hotel de lujo; finalmente, en el año 2011, pasó a ser propiedad del ayuntamiento de Toronto.

Cuadernos canadienses (III): Casa Loma

Desde los jardines

Casa Loma está en Austin Terrace 1, cerca de la confluencia de Davenport Rd. y Spadina Avenue. Aunque Toronto es una ciudad con una extensión bastante grande, es muy fácil orientarse allí porque su plano forma una cuadrícula casi perfecta, con dos avenidas principales y calles más pequeñas que se van ramificando a partir de ellas; además en prácticamente todas las calles hay autobuses y tranvías que las recorren de punta a punta (en el caso de esta calle tenemos el autobús 127, que nos deja justo al lado, o la estación de metro Dupont, cuya salida está a algo más de 500 metros de Casa Loma). Otra posibilidad es ir hasta allí en coche, ya que en el exterior del castillo hay un aparcamiento bastante grande; aunque teniendo el transporte público, yo creo que no merece la pena ni plantearse coger el coche.

Cuadernos canadienses (III): Casa Loma

Entrada del invernadero

El edificio se puede visitar durante todo el año, y los jardines sólo están abiertos desde mayo hasta octubre, por razones obvias; aunque imagino que a lo mejor hay temerarios a los que no les importaría corretear por allí a 40 bajo cero... En la propia página web de Casa Loma es posible consultar tanto el horario de visitas como los precios de las entradas, que también se pueden comprar online si preferimos ir a tiro hecho; en el precio de la entrada está también incluida la audioguía, disponible en unos cuantos idiomas, entre ellos el español. Y por supuesto la visita la podemos hacer a nuestro aire, aunque supongo que lo más práctico es ir siguiendo el orden marcado, que empieza en la planta principal y acaba en los jardines; será este el orden que yo os indicaré aquí.
En la planta principal tenemos en primer lugar el vestíbulo, que además de recibir a los visitantes e impresionarlos con sus más de 18 metros de alto, es la estancia más importante de Casa Loma. A continuación está la biblioteca, cuyo suelo de roble llama mucho la atención porque su disposición en espiga crea juegos de luces y sombras según desde dónde lo miremos, y en cuyo techo podemos ver el escudo de armas de Sir Henry; también aquí está el comedor, igualmente de madera y en sus orígenes separado de la biblioteca únicamente por unas puertas paneladas, y en la que los libros que hay son simplemente de adorno, ya que no se conservan los libros originales, que fueron vendidos junto con el resto de bienes del castillo.

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Interior del invernadero

El invernadero es uno de los sitios más bonitos de todo el edificio y fue diseñado para albergar plantas durante todo el año; la habitación de servicio, que también era utilizada para los desayunos y que aún conserva muebles originales propiedad de los Pellatt; el estudio de Sir Henry, una de las estancias más pequeñas de la casa, utilizada por su dueño para trabajar y que tiene dos puertas secretas a ambos lados de la chimenea; la habitación de fumar, donde se jugaba al ajedrez o a las cartas; y la habitación de billar.
En la segunda planta está en primer lugar el dormitorio de Sir Henry, con las paredes forradas de madera y una chimenea junto a la cual hay un compartimento secreto en el que guardaba sus documentos confidenciales; al lado su cuarto de baño, toda una innovación en aquella época porque se diseñó con una ducha de varios grifos y diferentes niveles de tuberías, casi como el precedente de las actuales duchas de hidromasaje; muy cerca está el dormitorio de Lady Mary, que contrasta con el de su marido porque las paredes están pintadas en un tono azul muy claro que se llama Wedgwood y que por lo visto era su favorito; a continuación su cuarto de baño, más pequeño que el de su marido pero con un objeto muy poco común en la época: un bidé.

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En una de las habitaciones

También en esta misma planta, además de los dormitorios de los duenos, hay otros tres más: una habitación de invitados, la habitacion Windsor (que Henry Pellatt bautizó así porque tenía la ilusión de que algún día la familia real británica se alojara en su casa, y la habitación redonda, que tiene esta forma porque se encuentra justo debajo de una de las dos torres del castillo.
A continuación, podemos seguir la visita subiendo hasta la tercera planta, en la que veremos entre otras cosas el museo de rifles (Sir Henry era militar), una habitación para los sirvientes y la llamada habitación del jardín, con unas vistas preciosas a una de las zonas ajardinadas de Casa Loma. Por último, las escaleras por las que se puede subir a las dos torres: Scottish (la que tiene el tejadillo en pico) y Norman (la de las dos chimeneas).
Por supuesto, ni que decir tiene que desde las torres son espectaculares las vistas que tenemos sobre toda la ciudad.

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Vistas desde la torre Norman

Ahora nos toca bajar, porque todavía quedan algunas cosas por ver. Una de ellas es el sótano, en el que encontramos por un lado la tienda de regalos (que estaba pensada para ser por un lado una bolera y por otro una galería de tiro, pero nunca se llegó a terminar) y la cafetería (diseñada para convertirse en el gimnasio de Sir Henry); justo debajo del invernadero se encuentra la piscina, que tampoco se llegó a acabar del todo y que en la actualidad se utiliza como sala de proyecciones en la que nos muestran un audiovisual que cuenta la historia del señor Pellatt; por último tenemos una bodega con capacidad para casi 2.000 botellas; y también el túnel de algo más de 200 metros, que comunica el edificio principal con los establos (que durante algún tiempo estuvieron cerrados) y que desde hace algunos años muestra una serie de fotografías en una exposición de lo más curiosa que lleva por título Toronto's dark side.
En la zona de los establos, además de ver las estancias en las que se alojaba a los caballos, también podremos recorrer la exposición de carruajes y vehículos antiguos, la mayoría de principios del siglo XX, así como ver el garaje; éste resulta muy curioso porque está todo dispuesto como si en cualquier momento fueran a aparecer por allí los mecánicos para ponerse a trabajar: hay mesas de herramientas, latas de aceite... En una de las paredes del garaje podemos ver incluso un antiguo surtidor de gasolina.

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Túnel hacia los establos

Y si aquí termina la visita al edificio, nos queda todavía un buen rato de estar en Casa Loma, porque nos falta ver lo más grande en extensión: sus jardines, que ocupan nada menos que 20.000 metros cuadrados, rodean todo el castillo y durante el tiempo que permanecen abiertos (desde mayo hasta octubre, como comenté al principio) hay en ellos infinidad de variedades de plantas, parterres de arbustos, así como fuentes y esculturas, todo ello cubierto de un césped que suele estar siempre la mar de bien cuidado. Hay una zona que está delimitada por paredes de piedra y setos de cedro, que recibe el nombre de jardín secreto y que si no estás atento te lo puedes pasar de largo porque está un poco camuflado en el entorno.
También en esta misma zona hay un cobertizo que en su día utilizaron los primeros jardineros del castillo para guardar el material necesario para cuidar del jardín, y que en la actualidad sigue manteniendo la misma función para que puedan usarlo los jardineros que se encargan del mantenimiento de todo este espacio ahora.

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Los establos


Si no eres de visitar edificios de este tipo y no te apetece echarle unas horas a Casa Loma, creo que si viajas a Toronto en primavera o en verano deberías al menos intentar no perderte una vuelta por los jardines; aunque Toronto es una ciudad muy verde y prácticamente en todas partes te encontrarás parques, zonas verdes y todo tipo de flores, aquí es simplemente espectacular ver tantas variedades juntas. Impresiona saber que cuando Henry Pellatt tuvo que abandonar su casa, los jardines llegaron a estar tan descuidados que aquello se convirtió casi en una selva; y gracias al buen trabajo que hicieron varias organizaciones de la ciudad, ahora podemos disfrutar de esta maravilla.

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El garaje

El castillo también se puede alquilar para organizar todo tipo de eventos y festejos, entero o por habitaciones sueltas para por ejemplo hacer sesiones fotográficas, e incluso para rodar películas. De hecho, me enteré de que la mayoría de películas estadounidenses se ruedan en Toronto porque sale mucho más barato filmar allí; y como curiosidad, si habéis visto la película X-Men del año 2000 (la primera), posiblemente os pasara desapercibido este detalle, pero la escuela en la que estudian los mutantes no es otra que Casa Loma.
Resulta muy llamativo encontrar un sitio así, todo un remanso de paz, prácticamente al lado de la zona de rascacielos de la ciudad. Así que si tenéis ocasión de visitarlo, yo desde luego no me lo perdería.

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