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Cuadernos cátaros (IV): Lagrasse, Villerouge-Termenès, Peyrepertuse y Quéribus

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo

Cuadernos cátaros (IV): Lagrasse, Villerouge-Termenès, Peyrepertuse y Quéribus

Claustro de la abadía de Lagrasse.

Sábado, 26 de agosto de 2011. Tenemos un día de lo más completo, así que toca madrugar para aprovechar el tiempo lo más posible. Dejamos Carcassonne y ponemos rumbo a Lagrasse, que está tan solo a menos de 40 kilómetros, y donde visitaremos la abadía del mismo nombre. En la entrada, donde está además la tienda de recuerdos, nos dicen que la visita se hace de manera libre, aunque en el precio está incluida una audioguía, disponible en español, que te va explicando todos los detalles mientras vas recorriendo las diferentes estancias.
A pesar de que es sábado, la verdad es que el ambiente es de lo más tranquilo y recorremos la abadía totalmente solos, así que podemos ir parando sin problema en todas y cada una de las salas. De todas las estancias, mi favorita resulta ser el claustro, que en realidad me recuerda a una típica corrala de las que tenemos todavía en el centro de Madrid. En la zona exterior de la abadía hay un enorme huerto por el que también aprovechamos para darnos una vuelta, porque es un gustazo pasear por allí.

Cuadernos cátaros (IV): Lagrasse, Villerouge-Termenès, Peyrepertuse y Quéribus

Castillo de Villerouge-Termenès.

Tras visitar la abadía, ponemos rumbo a nuestro siguiente destino: el castillo de Villerouge-Termenès, en el pueblecito del mismo nombre. Este castillo está íntimamente relacionado con Guillaume Bélibaste, el último cátaro conocido, que fue quemado en la hoguera entre los muros de este edificio por no abjurar de su fe; es decir, el castillo es el último escenario oficial de la historia del catarismo. Por motivos de conservación no se puede acceder al pueblo en coche, así que lo dejamos en el aparcamiento que hay a la entrada; justo a su espalda tenemos las indicaciones para llegar al castillo, que está muy cerca. En este caso no tendremos que subir montañas interminables, ni tampoco veremos paisajes espectaculares desde las alturas, ya que el castillo se encuentra a ras del suelo.
El edificio está muy bien conservado, y contrasta totalmente, por ejemplo, con lo poco que queda del castillo de Montsegur. Y desde luego Villerouge-Termenès no es tan imponente, pero también tiene su encanto; fue restaurado, y hoy día se considera uno de los ejemplos más bellos de arquitectura medieval en esta zona de Francia. Lo que sí se conserva igual que en sus orígenes son las cuatro torres que lo flanquean.
En la entrada nos atiende una señora muy simpática que, cuando nos pregunta de dónde somos y le decimos que españoles, se pone a hablar con nosotros en un español casi perfecto. Con nuestras entradas nos da las audioguías, que están incluidas en el precio, y nos explica cuál es el mejor orden para recorrer el castillo y enterarnos bien de todo. Empezamos por la planta baja, en la que Bélibaste nos indica que será él, a través de la audioguía, quien nos llevará por el interior del castillo; lo más original de la audioguía, o al menos yo hasta ahora no lo había visto, es que no tienes que andar pulsando botones con números sino que es ella sola la que se activa cuando detecta que vas entrando en las diferentes estancias. En esta planta baja nos cuentan todos los detalles sobre la vida de Bélibaste, y la planta primera está dedicada al arzobispo de Narbona; en la segunda planta vemos diferentes objetos de la época, así como una pareja vestida de medieval, preparada para ir a un baile. Desde aquí subimos las escaleras que nos llevan al camino de ronda, recorremos todo el perímetro del castillo y contemplamos las estupendas vistas desde los 23 metros de altura de la torre del homenaje.
Como curiosidad, en uno de los laterales del castillo está la Rotisserie Médievale, un restaurante en el que sirven recetas originales de los siglos XIII, XIV y XV, gracias a la labor de investigación de historiadores y medievalistas. Lástima no haber metido en la maleta mi traje medieval, porque habría sido un puntazo quedarse allí a comer, y vestida de turista no es lo mismo... En cualquier caso ya va siendo hora de hacer un alto en el camino, porque comer hay que comer de todas formas, así que paramos en el trayecto hacia nuestro siguiente destino y después seguimos rumbo hacia Duilhac-sous-Peyrepertuse. No tenemos muy claro si vamos a poder subir al castillo, porque el día ha amanecido más o menos despejado pero, según vamos llegando al pueblo, vemos unos nubarrones negros y con muy mala pinta. El castillo de Peyrepertuse está en una montaña de unos 800 metros de altura, y las nubes están justo en cima; pero decidimos continuar camino y una vez en el castillo ya decidiremos qué hacer.

Cuadernos cátaros (IV): Lagrasse, Villerouge-Termenès, Peyrepertuse y Quéribus

Aves rapaces en Peyrepertuse.

Cuando por fin llegamos al sitio habilitado para aparcar a los pies del castillo y vemos dónde está, a mí me da la sensación de que la subida va a ser más difícil aún que la de Montsegur; no sé si son las nubes que tapan medio castillo y casi no lo veo, o que al estar tan integrado en la montaña parece un acantilado, pero el caso es que se me cae el alma a los pies... Aunque ya que hemos llegado hasta allí, habrá que animarse a subir. Al lado del aparcamiento hay una pequeña zona de picnic, unos aseos, la taquilla y la tienda de recuerdos. La subida despista un poco, porque el primer tramo es un camino muy bonito por el que vas paseando rodeado de vegetación y arbustos, pero hacia la mitad nos encontramos una cuesta con una pendiente muy pronunciada; pero por supuesto, una vez arriba, merece la pena el esfuerzo porque las vistas son sencillamente espectaculares. Aunque también agradecemos haber sido previsores y haber subido con prendas de abrigo, porque en lo más alto de la montaña hay unas ráfagas de viento increíbles y hace bastante frío. Aprovechando que al llegar vemos que un cartel anuncia una exhibición de cetrería, nos quedamos para verla; no dura mucho, pero en el poco rato que estamos allí acabamos con los ojos rojos, la melena al viento y tierra por todas partes. Incluso uno de los pájaros tiene un momento complicado para aterrizar, porque la corriente lo lleva hacia el lado contrario.
Después de la exhibición nos dedicamos a recorrer el castillo, que está dividido en cuatro partes: el recinto bajo (protegido por la muralla y dos torres, y en el cual se encuentra también el camino de ronda), el torreón viejo (aquí se encuentran las ruinas de la iglesia románica de Santa María y los restos de una antigua vivienda), el recinto mediano (con ruinas de varios edificios que fueron construidos alrededor de una cavidad natural de la propia montaña) y el torreón de Sant Jordi, con sus diferentes habitaciones adosadas, y al que se sube por la escalera de San Luis; en esta escalera, por cierto, hay que ir con cuidado porque los escalones resbalan y la barandilla es una simple cuerda sujeta a la piedra, así que sobre todo si hace viento es mejor ir agarrado. Una vez arriba, por supuesto las vistas son increíbles; si el día está despejado, como nos ocurre a nosotros en algún momento, al fondo se ve incluso en castillo de Quéribus. Y en fin, desde esas alturas a mí el paisaje me recuerda muchísimo a Edoras...
Nuestro siguiente destino es precisamente el castillo de Quéribus, que ya decía que hemos visto previamente porque en algunos momentos en los que el cielo se ha despejado un poco, su silueta se aprecia desde el de Peyrepertuse. El castillo de Quéribus se encuentra a las afueras de un pueblecito llamado Cucugnan, sobre una montaña de unos 800 metros de altura. En la falda de la montaña hay un aparcamiento, y justo enfrente vemos una zona de picnic, unos aseos y la taquilla, dentro de una casita de madera muy chula que me recordó a las de algunos pueblos de Alemania. Desde la taquilla sale un camino de tierra, en principio con no mucha pendiente pero que se va complicando hasta llegar a una escalera un poco más empinada que va bordeando el castillo; según subimos se nota el viento cada vez más, y de hecho en algunos tramos no habríamos podido subir de no ser por la cuerda que hay a modo de barandilla. Ya me habían advertido de esto y pensé que quizá era un poco exagerado, pero desde luego no lo es; vemos por todas partes carteles que avisan de que hay que tener precaución con el viento, y además cuando hay tormenta no te dejan ni visitar el castillo. Es decir, que no hay que tomárselo a guasa.

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Vistas desde el castillo de Quéribus.

El castillo está formado por tres recintos superpuestos, construidos de tal manera que se camuflan perfectamente en la roca. A lo largo del recorrido vamos encontrando paneles explicativos de cada punto de interés: una de las primeras cosas que vemos son los talleres y las antiguas caballerizas, además de uno de los muros de defensa. Más adelante atravesamos una puerta con un arco y llegamos al camino de ronda y al primer nivel de la muralla defensiva. Después subimos por otra escalera y encontramos el antiguo cuartel, junto al cual también hay restos de viviendas, de cisternas y de chimeneas, entre otras cosas. En el tercer y último nivel están las almenas y la torre del homenaje, en cuyo interior está la sala del pilar, que tiene como elemento más destacado un pilar en forma de palmera. Y desde la zona más alta de la torre vemos la silueta del castillo de Peyrepertuse, igual que desde él hemos visto antes la silueta del de Quéribus.
Con esto termina nuestra ruta por tierras cátaras. A última hora ponemos rumbo a nuestro siguiente destino: el hotel Univers en la ciudad costera de Rosas, en la Costa Brava, que será nuestro lugar de descanso y relax durante los últimos días de las vacaciones; pero esa es otra historia...

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