Jueves 21 de agosto de 2008. Madrugamos y después de desayunar salimos hacia Sintra disparados; no porque esté lejos, sino porque nos han recomendado llegar temprano para no pillar las hordas de turistas que se juntan allí en cuanto se acerca la media mañana. Como es una ciudad pequeña que se puede recorrer perfectamente andando, dejamos el coche aparcado en una de las calles al lado del Palacio Nacional. El aparcamiento en Portugal es bastante barato: 2'55 euros por 4 horas, así que pensamos que ese tiempo será suficiente para subir hasta el Parque de Pena para ver el Palacio y el Castillo de los Moros.
Sintra está dividida en dos zonas: el pueblo en sí, con callejuelas pequeñas y empinadas (esto de las calles empinadas es la tónica predominante en todo Portugal), restaurantes y tiendas de souvenirs; en esta zona se encuentran además el Palacio Nacional y la Quinta da Regaleira. Y la otra zona es la del monte, donde están, rodeados de bosque, el Parque y el Palacio de Pena y el Castillo de los Moros. Como aparece en todas las guías turísticas como visita obligada si se viaja a Lisboa, lo mejor es llegar allí lo más temprano posible, porque a partir de las 11 de la mañana aquello se empieza a llenar de gente y es un poco agobiante. Se nota que viven para el turismo, desde luego.
En el mismo centro, muy cerca del Palacio Nacional, hay una oficina de turismo a la que nos acercamos para pedir un mapa de la ciudad, que acompañan con un listado de monumentos y precios de entrada. Al lado de la oficina está la parada del autobús 434, que hace el trayecto de ida y vuelta hasta lo alto del monte, con paradas en el Castillo de los Moros y en el Palacio de Pena. Subimos en primer lugar al Palacio de Pena, que está a unos 4 kilómetros del centro de Sintra, en lo más alto del monte. El horario de apertura, del 1 de julio al 15 de septiembre, es todos los días de 9'45 a 19, y del 16 de septiembre al 30 de junio, de 10 a 17. Cierra los martes.
Desde la entrada hasta la puerta del palacio hay un trecho de 1 kilómetro más o menos. Si no te apetece recorrerlo andando, hay un autobús antiguo, con pinta de tranvía de color verde, que te lleva hasta allí. Para visitar el palacio más o menos con tranquilidad empleamos aproximadamente una hora y media; así que nos vino bien el madrugón, porque cuando salimos de allí sobre las 11'30 ya vimos la cola de gente que había para entrar. Está prohibido hacer fotografías dentro del palacio. Si llevas mochila, como era nuestro caso, el señor de la entrada te indica que te la cuelgues delante en lugar de a la espalda, por si al moverte no te das cuenta y le das un golpe a algún objeto.Yo ya había visto fotos de este palacio y me parecía una maravilla. Había leído, y al verlo me quedó claro, que Luis II de Baviera se inspiró en él para construir su castillo de Neuschwanstein. Sin embargo, la pega que le veo es que cuando te vas acercando a él, te das cuenta de que lo tienen un poco descuidado: está bastante sucio, hay paredes llenas de desconchones y de manchas de humedad, etc. De hecho vimos por allí a un par de restauradores trabajando en una de las paredes.
El palacio es una mezcla de estilos: gótico, árabe, hindú, manuelino... A algunas personas puede que esto les parezca curioso, pero a mí me recordó a los castillos que construía de pequeña con el Exin Castillos, que cuando se te acababan las piezas cogías algunas de otro juego y seguías con la construcción. Esta misma sensación de batiburrillo me dio el palacio. También se puede visitar por dentro, y es interesante de ver porque está todo decorado al detalle, como si realmente hubiera gente viviendo allí. Eso sí, me quedo con el exterior, porque las vistas son espectaculares desde cualquier punto.
Después de visitar el palacio, nos dimos una vuelta por el Parque de Pena, que tiene innumerables rincones, jardines y un montón de árboles y plantas. Desde allí se puede subir hasta el alto de la Cruz, desde el que hay unas vistas estupendas, o bien coger de nuevo el autobús hasta el Castillo de los Moros o, si queremos pasear, subir hasta él andando (a mí me costó un triunfo). En el punto de información del castillo te dan con la entrada un mapa con los lugares de interés y los caminitos que recorren el parque. También te indican que te irás encontrando señales para saber cuál es el camino que lleva hasta el castillo, aunque no sé muy bien cómo hicieron esto, porque nos pareció raro ir siguiendo las señales y ver que cada vez bajábamos más; al final no les hicimos caso y nos dimos la vuelta y efectivamente, al llegar a lo más alto (después de desandar todo lo andado) conseguimos llegar hasta el castillo.
El castillo está medio en ruinas, pero conserva cuatro torreones y desde allí hay unas vistas impresionantes. Vamos, que a pesar de lo mucho que me costó llegar hasta él, creo que de no haberlo hecho me habría arrepentido, porque fue lo que más me gustó de la visita a Sintra. La única precaución que hay que tomar es la de andar por allí con mucho cuidado, porque al estar en ruinas, en algunos tramos faltan piedras o los escalones están en mal estado. Y como además está en lo alto de una montaña, corre bastante viento por allí y es mejor agarrarse bien, sobre todo si se sube a las almenas.
Después de visitar el castillo bajamos de nuevo hacia el palacio, para coger allí el autobús que nos llevaba al centro de la ciudad. Aquí tuvimos una pequeña anécdota, y es que tanto hasta el palacio como hasta el parque y el castillo se puede subir en coche, aunque no hasta arriba del todo porque la carretera es muy estrecha y llena de curvas muy cerradas, y llega un punto en el que está prohibido subir con coches particulares porque en algunos tramos incluso está complicado que pasen dos en el caso de que se crucen. Antes de llegar al castillo, hay un aparcamiento de tierra en el que se puede aparcar si se llega a primera hora de la mañana (mejor antes de las 10). El problema es que sólo caben unos 30 coches, así que se llena en seguida. Y como a veces somos muy listos y debemos de pensar que las normas están precisamente para incumplirlas, a pesar de las prohibiciones, una vez que este aparcamiento se llena, la gente se dedica a seguir subiendo por esa carretera y a aparcar (a soltar el coche, más bien) en las cunetas.
Así que cuando llegamos a la parada del palacio para coger el autobús, vimos que había una cola inmensa de gente, y pensamos que el autobús estaría a punto de llegar (pasan cada 20 minutos aproximadamente). Pues no. Después de casi una hora de espera, la gente se empezó a impacientar y por fin nos enteramos de que un listillo (por no llamarle algo peor) con su coche particular había aparcado de tal manera que el autobús no era capaz de pasar. Seguimos esperando un rato porque oímos decir por ahí que habían llamado a la policía para que se llevara el coche con una grúa. Peeeeeeeeero, y esto parece de chiste, el coche de la policía no podía pasar tampoco. Esto no lo entiendo muy bien, porque desde el mismo palacio hay otra carretera que baja también hasta el centro; digo yo que podrían haberla cortado para que nadie bajara por ahí y los autobuses pudieran subir, pero en fin...
El caso es que estábamos ya hartos de esperar a que se solucionara la cosa y encima se puso a llover. Menos mal que ya nos habían advertido de que allí arriba, en un sólo día, se pueden llegar a ver las cuatro estaciones del año y ya íbamos preparados porque empezaba a hacer fresquete. Al final decidimos seguir la carretera desde el palacio y hacer andando el recorrido hasta el centro. La verdad es que fue un paseo muy agradable y en algo menos de una hora estábamos otra vez en Sintra, pero desde luego si me encuentro al que dejó el coche en mitad de la carretera, le habría llamado de todo. Además yo iba con el estrés de que seguro que nos íbamos a encontrar el coche con una multa o algo peor, porque entre pitos y flautas tardamos más de 4 horas en volver... Pero no, ni multa ni nada, así que hicimos como si no hubiéramos visto nada, volvimos a poner otro ticket y nos fuimos a comer tan ricamente.
Tras este pequeño percance, para la hora de la sobremesa visitamos el Palacio Nacional, que destaca por la figura de las dos chimeneas cónicas de sus cocinas. El palacio se puede visitar por dentro, aunque la impresión general que da es de que lo tienen medio descuidado. Nos llamó sobre todo la atención el hecho de que no hay prácticamente vigilantes de seguridad, tampoco hay por ningún sitio carteles de 'no tocar', todo el mundo hace fotos con y sin flash, y allí nadie dice nada...
Por último nos acercamos dando un paseo hasta la Quinta da Regaleira, que es un monumento declarado patrimonio mundial, que integra todo en uno un palacio, una capilla, unas cocheras, un invernadero y unos jardines enormes alrededor. A la entrada hay, además, una cafetería con terracita en la que te puedes sentar tranquilamente a tomar algo. Lo de entrar al palacio fue todo un misterio, porque aunque estuvimos un buen rato mirando, no conseguimos encontrar ni la taquilla ni a nadie en la entrada para cobrarte, ni nada de nada. Una vez dentro, visitamos las diferentes estancias de la Quinta y también subimos hasta su torre, desde donde hay unas vistas muy bonitas a los jardines, la capilla, etc. Lo que más me llamó la atención fue (cómo no) la biblioteca, porque era una habitación con estanterías desde el suelo hasta el techo, y además en el suelo habían colocado unos espejos. De esta forma, si te acercabas a las estanterías y mirabas hacia el suelo, parecía que las filas de libros no se acababan nunca. Me pareció muy interesante pero un poco peligroso, porque la habitación estaba a oscuras cuando entramos, y con el despiste de los espejos más un escalón inesperado que había en el otro extremo, casi me dejo algún diente.
Para rematar este día tan ajetreado, antes de volver hacia Lisboa pasamos por un par de sitios: en primer lugar nos acercamos hasta el Cabo da Roca, famoso por ser el punto más occidental de la Europa continental. Sus coordenadas exactas están inscritas en la placa del monumento conmemorativo que hay en este lugar, al borde de un acantilado que se eleva a casi 150 metros sobre el nivel del mar. Como en su día dijo el poeta Luis de Camôes, el Cabo da Roca es 'onde a terra acaba e o mar começa'.
Por último, paramos un momento en la famosa playa de Guincho en Cascais, así como en la Boca do Inferno, y finalmente también tuvimos ocasión de pasar, aunque muy fugazmente, por Estoril. La mañana siguiente sería nuestro último día en Lisboa, y antes de continuar camino hacia Coimbra nos habíamos dejado para visitar su famoso oceanario.