Revista Educación

¿Cuál es el propósito de la Educación?

Por Rakvi

por Milly Cascallar

¿Cuál es el propósito de la Educación?

En cierta oportunidad un colega al cual le parecía que la docencia era tan desgastante que no ameritaba los esfuerzos -cuando no sacrificios -que realizábamos algunos de sus
pares, quienes además de nuestro desempeño profesional, nos dedicábamos a
la enseñanza, me formuló, casi crudamente, una pregunta:¿cuál es tu
objetivo al educar?, ¿cuál es tu pretensión cuando enseñas?

Tengo claro que si bien la pregunta era de carácter personal, la intención del

interlocutor iba un poco más allá; pues partiendo de la premisa de
que enseñar es una actividad, un quehacer público todo el mundo tiene
derecho a saber cuál es nuestra intención al llevar adelante esa tarea
que cumple una función pública. Es más: considero que también los
padres, los maestros, el periodista, el actor, el guionista, en fin…
quien sea que maneje o tenga contacto con los medios de comunicación
también deberían formularse esa sencilla pregunta: ¿para qué educo?,
¿para qué divulgo? Es decir: ¿con qué finalidad manipulo al prójimo?
Porque educar, también es manipular, mal que pese reconocerlo. Hay
muchas teorías sobre la función de la educación, pero no me adentraré en
ellas por el momento…

Digo esto porque aunque hay quienes afirman que es posible un quehacer educativo “neutral”,los hechos de la vida cotidiana demuestran lo contrario. Educar – ya sea dentro del ámbito familiar, en la escuela, en el partido político, en el sindicato, en el cine, televisión, literatura, etc.-, y ya se trate dentro de un sistema tanto capitalista como socialista, – y en los diversos modelos de uno y otro -, significa siempre poner en marcha un muy complejo sistema de mecanismos sociales y psicológicos desde una concreta cosmovisión, desde una particular

concepción de la existencia – generalmente la imperante, (o la opuesta o
la “matizada” en algunos círculos o estratos sociales en las que el
individuo se encuentra inmerso ). Se trasmite, en definitiva, la
ideología dominante. Y lo dicho se concatena irremediablemente con el
para qué enseñamos. Todos los Estados que actualmente existen en el
mundo se sirven de la educación institucionalizada para reproducirse en
sus concepciones de la existencia y en las posiciones de dominio que
ejerce cada grupo, monopolios o partidos. Cabría preguntarse: ¿si se
introdujesen cambios en la educación se lograría que esta dejase de
estar al servicio de los diversos regímenes políticos para convertirse
en proceso creador y crítico en lugar de ser algo reproductivo? Desde
luego, abundan los defensores y detractores de la teoría. Quizá, lo más
acertado, sería adoptar un tipo de educación que se asemeje a lo
propuesto por el concepto de “educación permanente” intentando desde ese
lugar algunos cambios que, aunque resulten pequeños, puedan
proporcionar alumnos críticos y creadores. Sólo a través de la praxis y
no a través de los dogmas podremos verificar si es posible tal
pretensión o en qué medida ello es posible.

Resulta oportuno manifestar que aquí se utiliza el concepto de “educación permanente”

como sinónimo de socialización o culturalización; es decir,
como proceso mediante el cual cada persona va instalándose en una
sociedad, en una cultura, en una interpretación de la existencia humana.
Al nacer, el niño llega al mundo biológicamente programado merced al
código genético, pero tal programación biológica recibe, desde el primer
momento, las influencias sociales, culturales del grupo humano de donde
emerge. De suerte tal, que muchos sociólogos se inclinan a pensar que
un adulto llega a ser el resultado de dos factores íntimamente
concatenados: herencia y medio social. Tanto la socialización como la
culturalización se llevan a cabo a través de las instituciones sociales
principales, como son la familia, la escuela y los medios de
comunicación.
La educación permanente apunta a capacitar a los individuos para continuar su educación,

o sea, que el objeto y la recompensa de aprender es la capacidad continuada
para el desarrollo. La educación permanente propende a preparar al
hombre para que siga educándose y despertar sus energías espirituales y
creadoras.

No se trata aquí, volviendo a la pregunta formulada por mi colega, de realizar bellas

y ambiciosas respuestas tales como las de educamos para mejorar
la sociedad, promover al ser humano, generar científicos…. va de suyo
que los programas y planes de estudio patrocinadas por los respectivos
gobiernos y acciones ministeriales deberían tender a eso. Pero mi
planteo pasa por otro eje. Pasa por una cuestión personal: es decir, el
papel que cada profesor, hombre o mujer, desempeña ante un aula, y la
forma de encarar a ese auditorio.

Obviamente, mi colega no esperaba toda una larga exposición, ni tampoco

yo tenía interés en formular disquisiciones acerca de las teorías de la Pedagogía
y la Didáctica, ni la razón de ser de la educación (el porqué), ni el
para qué (ideales, teorías), ni a quién (sujeto individual, educación
popular, etc.) ni qué (planes, programas, contenidos), cómo (métodos,
procedimientos y recursos), ni tampoco cuándo, ni desde cuándo…etc.
En lo que a mí respecta, y por aquello de dar respuesta breve y sucinta a su interrogante,

manifesté a mi amigo que el objetivo que me propongo
primigeniamente al enseñar, es despertar la capacidad crítica del
estudiante, su potencialidad de análisis. Y esto más allá de doctrinas y
contenidos diversos. Lo más importante es que el alumno no se entregue a
ningún aserto – ya sea de derechas o de izquierdas, a ningún planteo
ideológico o científico – sin haberlo pensado, sin haberlo re-construido
antes. Lo que importa es que pueda pensar. Ni siquiera es tan
significativo que piense de esta o de otra determinada manera porque el
resto lo alcanzará él, con el devenir del tiempo. Alertarlo frente a los
mass media- televisión, prensa, radio, publicidad, libros,
conferenciantes, profesores -, es una labor que considero eje vertebral.

Una vez logrado que el estudiante sepa analizar, valorar, cotejar, criticar,

diagnosticar, mi rol docente -¡ y menuda tarea- es respetar
las concepciones, ideas, decisiones políticas, estéticas, religiosas,
morales y hasta científicas a las que él, libremente, se adhiera. Y
siempre ayudar a pensar y “pensarse” a sí mismo, rastreando lo
espiritual. Bucear en las aguas de la propia experiencia y de la
experiencia ajena con la intención de hacer perceptible lo
imperceptible, dado que lo espiritual constituye, en realidad, nuestra
esencia y es a través de esa espiritualidad que logramos posibilitar la
comunión entre lo corporal, lo social y lo cultural.

Tomado de:

http://www.elportalvoz.com/index.php?option=com_content&view=ar…


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