" Innovación", dícese de un término peligroso normalmente, y aplicado desde hace siglos, no sólo ahora. ¿Por qué peligroso? Porque por lo regular se le da un mal uso, además de que se esperan resultados mágicos e inmediatos.
Una innegable realidad de este siglo XXI es que la palabra "innovación" tiene una definición muy estrecha; se centra en el objetivo de crear valor monetario inmediato. Es la manera que hemos encontrado de disfrazar la palabra "impaciente".
El término, o "dicho", puede tomar diversas formas. Por ejemplo, la creación de un nuevo producto que la gente quiera comprar. Nuevas formas de comercialización de una vieja idea. Aplicar nuevos procesos que ahorren dinero. Y no me mal entiendan, todas éstas son buenas definiciones para el concepto de innovación.
El problema es el marco, ese estrecho marco. Porque si sólo vemos en la innovación el cómo sacar un provecho monetario inmediato de algo, no estamos innovando, estamos exprimiendo. Estamos limitando severamente el potencial para un verdadero crecimiento y... poniendo en riesgo el futuro mismo. Y no es que me quiera yo poner catastrófico, pero veámoslo así por un momento.
Nos damos cuenta, y nos quejamos, que los consumidores cada vez quieren todo más rápido, más barato, más cerca y más customizado. El tema que no somos capaces de ver es que esos mismos consumidores somos nosotros y llevamos día a día esa misma urgencia a la oficina.
Y la urgencia es el enemigo púbico de la innovación. Porque innovar va mucho más allá de hacer algo inmediato, nuevo y que genere plata mañana (u hoy por la tarde si es posible). La innovación debe ser capaz de ser autosustentable y de crecer sobre sí misma. Pero hacemos cosas que, tristemente, van acompañadas de frases como:
1. "Así está bien, no es necesario que esté completamente terminado".
2. "Saquémoslo así, ya luego hacemos algo que dure más".
3. "Si no perdura, no importa, sólo necesitamos que jale para estos dos meses".
El problema grave es... ¿Entendemos por qué la urgencia es el enemigo de la innovación? Porque para innovar se requiere de un proceso que no permite la urgencia: pensar. Pensar qué voy a hacer y por qué voy a hacerlo. Luego entender que es lo que sigue, para poder construir sobre el primer paso. Y tener incluso el tesón de quedarme en el plan trazado, sin importar las tormentas en las que seguramente navegaremos.
Tomemos el caso de Apple con el iPhone:
-¿Qué vamos a hacer? Un teléfono móvil fantástico.
- ¿Por qué vamos a hacerlo? Uno, porque podemos (sabían perfectamente que contaban con la tecnología y los recursos -no sólo monetarios- para lograrlo); y dos, porque la gente que le gusta nuestra marca lo va a comprar.
-¿Cómo vamos a construir sobre esto? Logrando que el teléfono se comunique con los demás dispositivos que el consumidor ya tiene. De nosotros (usuarios de Apple, más algunos conversos).
No fueron por el mundo entero, fueron por los que quieren Apple.
¿Son el sistema móvil dominante en el mercado? No. ¿Son el líder en ventas de unidades en el mercado? No. Bueno, en algo han de ser líderes, ¿no? Sí claro, mira:
- Marca número 1 del mundo (por encima de Google y Coca).
- La empresa de tecnología número 1 del mundo, de hecho, es la única empresa de tecnología en el Top 10 del Fortune 500.
Y se les ha criticado muchísimo en los últimos años. Han sido consistentes con la innovación inicial (iPod) y los bloques que le han seguido. iTunes, iPhone y ahora... Apple Watch. Y no, sigue sin ser para todos. Es para los que quieren Apple.
Pero eso es innovar: Pensar, entender dónde estoy y a donde quiero ir. Y ser consistentes y congruentes.
Venga, vamos todos a elevar el estándar. Alguien tiene que hacerlo.