Los síntomas de la gripe son fácilmente identificables, es fundamental prevenirlos en el caso de pacientes de edad avanzada, niños y embarazadas. Pero ¿Cuando me tengo que empezar a preocupar?
La gripe es una infección vírica que se contagia fácilmente al toser o estornudar, a través de las gotículas infectadas que se expulsan. Pero también se propaga a través de la piel, a través de las manos por ejemplo. El causante es el virus gripal, del que se reconocen tres tipos: A, B y C, siendo los dos primeros los más frecuentes. El virus de la gripe tiene la característica de mutar constantemente, lo que impide inmunizarse y nos expone siempre a la enfermedad. Por eso, una vez superada una infección viral, quedamos inmunizados frente a esa cepa, pero no ante las mutaciones futuras. Por eso la gripe puede afectar a todo el mundo, incluso varias veces en un mismo año.
Si bien el virus de la gripe permanece activo todo el año, es en invierno cuando se desarrolla la llamada gripe estacional, que afecta principalmente a las personas con el sistema inmunitario debilitado o inmaduro, como los niños menores de 5 años, las mujeres embarazadas, los mayores de 65 o las personas aquejadas de dolencias crónicas o graves. Estos grupos de población son los más expuestos a las secuelas que puede dejar una gripe mal curada, como la neumonía u otros problemas respiratorios. Por eso se administra a estos grupos la vacuna gripal en otoño, la única forma de prevención eficaz reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que cada año cambia la formulación de la vacuna según la mutación del virus. Esta actualización de la vacuna permite adaptar la inmunización ante la cepa mutada y que el cuerpo desarrolle defensas ante los posibles contagios. Sin embargo, aunque estos grupos de riesgo sean los más vulnerables al contraer la gripe, esta infección vírica aguda puede afectar a cualquier persona, sea cual sea su edad.
Aunque comparte muchos síntomas con el resfriado, la gripe es una infección más grave en la que los síntomas son más intensos y dolorosos. Si los síntomas del resfriado son dolor de garganta, tos y abundante secreción nasal, acompañados de fiebre o no, en el caso de la gripe la temperatura es alta, aparecen los dolores musculares y en las articulaciones y un intenso malestar general. En general, estos síntomas desaparecen en una semana, sobre todo si proporcionamos el adecuado descanso al organismo y la toma de caldos e infusiones, ya que las bebidas ayudan a eliminar el exceso de mucosidad, a la vez que calman la tos y la irritación de garganta. Infusiones de eucalipto, saúco o jengibre ayudan a mitigar los síntomas de la gripe. También la vitamina C es crucial para aliviar la enfermedad, porque refuerza el sistema inmunitario. Una buena idea es tomar zumo de limón con una cucharada de miel, que reforzará la acción del jugo con su efecto balsámico y expectorante, aliviando la congestión y la tos.
El tiempo de incubación del virus, es decir, el periodo entre la infección y la aparición de la enfermedad, es de unas 48 horas. Para prevenir en lo posible el contagio de la gripe, es fundamental observar unos cuidados higiénicos básicos:
- Lavarse las manos frecuentemente, mejor con una solución antiséptica.
- No utilizar pañuelos de tela y elegir desechables de papel.
- No compartir vasos, cubiertos o toallas.
- Taparse la boca al toser o estornudar.
- Lavar a fondo frutas y verduras frescas, desinfectándolas antes de su consumo.
- Ventilar las habitaciones a diario al menos quince minutos.
- Evitar los cambios bruscos de temperatura, abrigándose al salir a la calle y quitando ropa al entrar en lugares con calefacción.
- Huir de las corrientes de aire, que pueden favorecer la propagación de virus.