Se llama Cualquiera. Sí sí, ese es su nombre. No pongáis esa cara de sorpresa ni de extrañeza. Eso sí, si queréis, podéis sonreír.
Es su nombre de pila y los culpables, cómo no, sus padres. A Cualquiera se le ocurrió venir al mundo a las cinco de la madrugada (desde temprana edad ya comenzó a trasnochar). Es el noveno de diez hermanos y dicen que su nombre se debe a que su padre ya no sabía qué nombre ponerle, y cuando le preguntó a su esposa, la madre de Cualquiera, que era una santa, le dijo aquello de cualquiera, porque ya con tanta prole, le daba igual. Y su padre, que era otro santo, tanto se tomó aquello al pie de la letra, que lo inscribió con ese nombre en el juzgado de paz. Dicen otras lenguas que desde aquel momento, la paz dejó de existir.
Cualquiera no es diferente a los demás. De joven se enamoró, y pensó que el primer amor tendría algo de eterno, hasta que descubrió que eso del amor, también tiene fecha de caducidad. Cualquiera hizo como cualquiera, y alargó más de una noche embriagando algunos recuerdos por aquello de olvidar. Y para Cualquiera, su primera vez, quedó en pensar que esperaba no tardar en repetir aquella vez, para alardear de aquello que dicen que es tener experiencia sexual.
Cualquiera es otro más. O eso decimos todos. Cualquiera ha ido al médico y le han detectado una enfermedad. Como cualquiera. Dice el especialista que Cualquiera padece el síndrome de inmunodeficiencia asistida, pero por aquello de la hipocresía que sigue instalada en esta sociedad, Cualquiera ya no es cualquiera, y la compasión que rodea a otras enfermedades, en Cualquiera se ha transformado en rechazo.
Podemos ser Cualquiera, y entonces pediremos no ser tratados como cualquiera.
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