Revista Cultura y Ocio
Un buen amigo mío, canario para más dato, y que viene con frecuencia a Madrid, advirtióme ya en días pasados, la respuesta mediática que se produciría si el Parlamento catalán aprobaba la prohibición de las corridas de toros en su territorio.
Ellos, los canarios, lo consiguieron en 1991 y por aquel entonces no se recuerda ninguna movida de la "caverna mediática y asociados" a cuenta de dicha prohibición.
Ahora resulta que los catalanes afrentan al mayor signo de españolidad. Es decir, al toro ensangrentado, a tendidos como el número 7 de la plaza de las Ventas de Madrid, donde energúmenos chillan, y vuelven a chillar, para que el torero se acerque más y más al sentenciado animal y se derrame en el albero sangre en abundancia.
Al parecer el asunto no es un asunto animalista, no se trata de la evolución de una sociedad que poco a poco va sustituyendo sus bárbaras costumbres, sabiendo como sabemos que queda un larguísimo camino por recorrer.
No. En este caso el tema es un problema identitario. Los catalanes quieren borrar cualquier signo de españolidad, cualquier signo de nuestra identidad cultural. Como dice el ínclito Mayor Oreja: "es una ofensa nacional".
Toma ya!
Yo pensaba, ilusa de mí, que nuestra españolidad, nuestra identidad, tendría que ver con nuestra diversidad paisajista, con nuestra diversidad lingüística, con nuestra amplia riqueza gastronómica... tendría que ver con un Guernika, con un Pau Casals, con un Enrique Morente, con un Goya y un Velazquez, con un Miguel o una Rosalía... con nuestras pinacotecas, con nuestros museos... en definitiva con nuestro riquísimo patrimonio... con tanto, tanto y tanto....
Ay! dioses del olimpo, que país este el nuestro que situamos siempre los avances en la confrontación y en la división.