"España no es un buen lugar para morirse", decía M.Sahuquillo en El País hace unos dos meses, tras analizar un notable informe realizado por The Economist. Dicho informe, que medía el índice de calidad de muerte en base a diversos parámetros, evidenciaba que España no salía bien parada en un hipotético ranking.
Posiblemente, el informe no hace justicia al esfuerzo que se ha efectuado en los últimos años a nivel estatal para potenciar un servicio (los cuidados paliativos) aún demasiado heterogéneo en cuanto a accesibilidad y grado de soporte, y por tanto poco equitativo. Pero sí evidencia lo mucho que nos queda aún por recorrer.
Al margen de las dificultades desde el punto de vista de recursos, que competen a la Administración, sorprende la reticencia y la resistencia que seguimos encontrando a muchos niveles. Puede entenderse que a nivel social las trabas de orden cultural y antropológico requieran aún de muchos años para que la actitud de las familias sea otra, y el proceso de atención a la fase final de la vida entre en otro orden.
Pero se entiende menos que a nivel de instituciones o entidades, de foros de opinión, o de profesionales de la salud, persista una asombrosa presencia de ignorancia, de incomprensión, cuando no de menosprecio, hacia el trabajo realizado por los paliativistas.
Diálogo y atención al paciente
Llevamos años clamando desde las cabeceras de las camas de los pacientes que se pueden hacer las cosas de otro modo, que las personas enfermas y quienes sufren con ellas necesitan y demandan otro tipo de atención, que el enfermo no es un campo de batalla en el que el médico mantiene su cruzada frente a la enfermedad y la muerte, y que aceptar la "derrota" y acompañar durante la misma puede ser un tratamiento tanto o más importante que seguir peleando por lo imposible.
¿Cuándo se entenderá que el acercamiento honesto, el diálogo adaptado al paciente, el interés por lo que realmente desea, es un valor esencial e irrenunciable en la medicina?
¿Cuándo se entenderá que las familias, lo que más agradecen al final, es haberse sentido arropadas y acompañadas?
¿Cuándo se entenderá que lograr que en un centro hospitalario los pacientes mueran en buenas condiciones y atendidos por profesionales entrenados debe ser un objetivo a conseguir y motivo de orgullo y de liderazgo?
¿Cuándo se entenderá que los Cuidados Paliativos no se limitan a los últimos días/horas de vida, sino que deben empezar mucho antes, y que complementan perfectamente el valioso trabajo desarrollado por los oncólogos u otros especialistas, sin entrar en "competencia" con ellos?
Un último apunte. Los paliativistas hemos tenido siempre la sensación de que nuestros pacientes, al ser bien cuidados, con buen control de síntomas (incluyendo el dolor), y al recibir soporte emocional, mejoran su calidad de vida, e incluso viven más, con sorprendentes estabilizaciones de sus procesos finales. Pues esta percepción empieza a tener su refrendo científico, y en una prestigiosa revista médica (New England Journal of Medicine) un artículo demuestra que en el grupo estudiado los pacientes que recibieron C.P. de forma precoz no sólo mejoraron su calidad de vida y su estado de ánimo, sino que aumentaron la supervivencia.
O sea, no sólo somos mucho más "baratos" que la atención hospitalaria convencional (eso ya está archidemostrado), sino que además empieza a ser evidencia científica (y no sólo empírica) que nuestros pacientes están mejor con nosotros que sin nosotros.
Quien tenga oídos para oír, que oiga. Los pacientes, es decir, potencialmente todos los ciudadanos, serán los grandes beneficiados.