Revista Educación

Cuando Ana tiene miedo II

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Cuando Ana tiene miedo II

21 enero 2014 por Ana Prieto

Las serpientes durmientes y las ratas scotex que me acompañaron en mi infancia fueron cediendo su espacio y su tiempo a otros seres. Mi madurez física fue tardía. A mi lado, mis compañeras de aula emergían elegantes y llamativas, cual diosa Venus, mientras yo seguía como un palo raso.

Las miraba con desconsuelo desde abajo, era más bien pequeñita para mi edad. Desde ese plano en contrapicado, veía las montañas que iban apareciendo en ellas y como se alejaban cada vez más y más de mí.

Demasiado empollona, demasiado tímida, demasiado responsable para un cuerpo de niña tan pequeñajo.

“Todo un modelo a seguir”, según decían con orgullo las monjas que me educaron. La realidad, demasiado de todo para esa edad. No gustaba.

El terreno de las ratas y serpientes fue conquistado por la larga sombra del miedo a la soledad más dura. En plena adolescencia, temía que jamás fuera capaz de hacer amigos o de suscitar el mínimo interés en otro para iniciar una conversación.

Así viví unos cuantos años, conviviendo con un miedo que tardé años en afrontar con éxito, pero ante el cual no me rendí nunca.

Lo hice tan bien que en segundo de BUP me ficharon en el grupo de las populares ¡Todo un logro! Eso sí, efímero. Poco después, como era previsible, caí de nuevo en desgracia sin justificación alguna.

En todo ese tiempo, aprendí a apreciar la soledad. Me hice su amiga y ella mi cómplice. Cuando más cómodas estábamos juntas, sin apenas esfuerzo empezaron a surgir espontáneas las relaciones y amistades verdaderas. La mayoría, las mejores de cada etapa, aún hoy las conservo. Suma y sigue. Decenas de “huertitos” que requieren cuidado. Cada uno distinto.

Hoy, al borde de la temida cuarentena, Ana todavía tiene miedo.

Miedo a que me impidan elegir qué hacer con mi cuerpo con una Ley del Aborto insultante, que fomenta la marginación y la intolerancia.

Miedo a que impongan una forma de pensar desWertebrada con la regresión de un sistema educativo, ya de por sí retrógrado y anquilosado.

Miedo a que el hastío y el cansancio nos venzan, como individuos y como sociedad, y cedamos sin plantar cara.

Miedo al dolor, al propio y al ajeno, al que produce la enfermedad de las personas a las que quiero.

Miedo, mucho miedo, a perder a un amigo.

Miedo a mí misma, porque soy la única que me puede fallar.

Y especialmente, miedo al miedo que paraliza

Y tú, ¿a qué tienes miedo?


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