Revista Comunicación
En uno de mis encuentro con Leonardo Estarico, éste me dijo que era portador de un mensaje de Natalia Botana, director del diario Crítica, quien deseaba conversar conmigo.
En el día y hora convenidos llegué al diario, por entonces todavía en la calle Sarmiento. Era una de esas tardes tórridas de primavera avanzada que la humedad hace insoportable. Las escaleras rebosaban gente; me abrí paso hasta el primer piso y allí enfrenté al cancerbero del famoso director, el Negro Cipriano; sin preguntarme quién era ni a qué venia, me adelantó que el jefe no estaba, pero apenas le dije que mi nombre era Pettoruti, me abrió la puerta.
Cómodamente sentado en un sillón, leyendo, se encontraba Botana, personaje del que se hacían lenguas medio Buenos Aires; vestía una amplia camisa de seda blanca y tenia una pistola en el cinto. Me recibió con gran cordialidad y empezó la charla; diez minutos después llamó a su Negro para advertirle que no estaba para nadie, hasta que yo partiese. Cayó la noche y seguíamos conversando. Me encontré con un hombre muy particular, interesantísimo, lleno de preocupaciones literarias y otras, que tenia bien poco en común con el retrato que de él se hacía. Se hallaba al corriente de todas las novedades en materia de literatura y me hizo muchas preguntas sobre el ambiente artístico europeo, parangonado con el argentino, internándose por saber que encontraba en este último susceptible de ser cambiado. Al despedirnos, me tomó afectuosamente del brazo y me e dijo: “Crítica, como usted lo sabe, es un diario leído por todo el mundo; pues bien, Crítica es suyo; escriba cuanto quiera y como quiera”.
¿Cómo explicar, sino una infinita variedades de matices y que estos matices no se componen con la conciencia, sino con el instinto y todos los demás sentidos, ojos, oídos, inteligencia, olfato, tacto? Bien entendido, el tacto mental que lleva el artista a ver y a disponer los colores con el pensamiento, y a rechazar con el pensamiento los que le parecen inadecuados. El color no existe en pintura desde que la luz lo descompone y fragmenta; es, pues, necesario crearlo.
Había temas “tabú”, como el de la pintura mejicana, recientemente lanzada por Vasconcelos a los cuatro puntos cardinales mediante cantidades de folletos; toda América la celebraba en un coro sin disonancias; supongo que en nuestro ambiente la única voz inarmónica fue la mía. Porque dije que esa pintura para mí no era pintura, sino propaganda hecha con colores y pinceles sobre muros o sobre telas; no pocas persona, inclusive amigos y entendidos, me acusaron de bandería, de arbitrariedad o de inquina. Así aprendí que no son muchos los que saben leer a través de las reproducciones y tanto menos cuando son en color, que las hace falsas y bonitas.
EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”