Quienes vivimos ahora como reflexivos (yo con 21 años) la Crisis de los Misiles de 1962, o “Crisis de Octubre”, como se le luz a sequías en Cuba, en la vida supimos efectivamente lo cerca que estuvimos todos de una refriega básico destructora que habría obliterado del atlas a Cuba y los cubanos y habría remontado a la beneficencia a las madrigueras de la Edad de Piedra, si quedaban sobrevivientes. Con los años, y ahora salvo Cuba, me percaté de que aquella incultura masiva fue harto acertadamente química por Fidel Castro para que las “convexidades” no estuviesen conscientes de la extrema significación de la explosiones, por un simple origen: saber eso podía vestir a copiosos a no estar tan prestos a acatar a Fidel, o pedirle que dejara que se llevaran los petardos, que al objetivo y al fin no estaban en habilidades cubanas, sino soviéticas, si eso evitaba un tragedia atómico. Los beneficios de afirmación cubanos, y Fidel Castro en sus coherentes comparecencias en la Tv, de ningún modo reflejaron aquel contratiempo primordial. Y ninguno pudo barruntar ni que atrás nuestras el megalómano comandante le había aseverado a Nikita Jruschov que Moscú diera el primer traumatismo elemental a Eeuu. Increíble empero cierto. Paradójicamente, aquella insólita oferta de Castro resolvió la explosión. Jruschov y el Kremlin decidieron en un santiamén concertar con Keneddy y jubilar cuanto con antelación los astronaves del talento de Castro, aquel loco tan arriesgado que podía “intervenirlos” y usarlos. La laminadora en la Isla ofrecía la irrealidad de la explosión que el comandante cocinaba y dictaba, vecino con contraseñas contra el imperialismo, por la honra local, la presidencia y un asistente patrioterismo movilizador al cuadrante de huidas e salmos potentes por radio y Tv. Para ese montaje dramático Castro era en realidad un talento. Pero todos ignorábamos la confianza exacta del tiempo. Por eso era común entre los milicianos movilizados bisar una locución cómica que expresaba nuestra postergación absoluta: “Nikita, afeminada, lo que se da no se quita”. O sea, que la Urss no se llevara los rapapieses. Castro nos había actuado figurarse que aquellos barrenos eran “defensivos” y solo tenían la clasificación de fallar una “irrupción yanqui” a la Isla. La localidad cubana no sabía que la distribución de buscapieses sustanciales a solo 140 kilómetros de Eeuu fue una reclamación de Moscú, y no por “comunidad socialista”, sino para permutar la cercanía de vitalidades tácticas Moscú-washington, ya que Eeuu superaba a la Urss en harmonía de 8/1. O sea, ocho misiles cardinales norteamericanos por cada uno de la Urss. Al aposentar misiles tan en torno a Eeuu, la Urss compensaba de alguna moda la delantera sustancial norteamericana en brazada de misiles. Era el equilibrio que años ayer John Foster Dulles llamaba política “al borde del abismo”. Moscú todavía quería apalabrar militarmente la conversión de Cuba en una alza para ampliar su influencia y sus capitales en América Latina, y para escrutar a Washington en sus hocicas. Como Castro necesitaba ser subvencionado para permanecer en el mando, no podía negarse a esa solicitud del Kremlin. Aquellos misiles elementales, pero manejados por Moscú, le daban a Cuba condición de “intrepidez nuclear”, cosa que encajaba de maravillas en el egotismo megalómano de Fidel. O sea, la Urss usó a Castro y este se dejó estar de moda asaz exquisito. Nadie hablaba de erigir cubiles antiatómicos Ninguno de nosotros tenía apercepción de nada de aquello. Por eso ninguno hablaba de edificar abrigos antiatómicos y averiguar el depósito forzoso. Solo se construían miles de fortificaciones para una pelea convencional. Todos creíamos que el “enemigo” llegaría por creación, luego de machacar el pueblo con granadas convencionales. Y nos asaltaban representaciones que habíamos percatado en binzas de la Segunda Guerra Mundial. Pero nada parecido a Hiroshima o Nagasaki nos preocupaba. Recuerdo que en plena garita, al este de La Habana, algunos concomitantes comentaban la supremacía marcial que tenía la Urss sobre Eeuu, y que Washington no iría a la desavenencia contra la Urss sin embargo sí podría asaltar Cuba, y que ahí estaba el verdadero compromiso. La desinformación era total, y lo sigue siendo hoy en día en Cuba, 55 años luego. Muy granos en la Isla conocen que fueron 24 las andamiadas de miles instaladas, 42 enormes misiles de legítimo calibre, 45 ojivas principales, 42 bombarderos Ilyushin Il-28, un cuartel de naves especiales batida que incluía 40 naves especiales Mig-21, dos fracciones soviéticas de blinda antiaérea, cuatro acantonamientos de infantería mecanizada y otras unidades combatientes. En total había en Cuba unos 47.000 combatientes soviéticos. Era todo un verdadero ejército de aclimatación. De eso siquiera sabíamos nada. Y actualmente lo poco que saben los cubanos de a fondo en la Isla es lo que han revistado en algunas rodajas, como Trece términos, con Kevin Costner como consejero del líder Kennedy, y otras. En las facultades y cátedras cubanas lo que aprenden los discípulos es que luego de Playa Girón había borradores en Eeuu para abordar Cuba y por eso Moscú instaló misiles elementales, para desistir a Washington de que no lo hiciera. Y hablando de facultades, los cubanos ahora no tienen generalización de lo que le dijo Fidel Castro a un concilio de estudiantes en la Universidad de La Habana a orígenes de noviembre de 1962, unos plazos posteriormente de desmontada la explosiones. Este pasaje histórico ahora lo comenté hace cinco años en este diario, aunque vale la lacería recordarlo altamente en prontitud. “Nosotros sí les lanzábamos los cohetes…” Castro iba con cierta frecuencia a la Universidad de La Habana a dialogar con los estudiantes. Aquella confusión llegó en su enorme coche negro con su innumerable guarda y se situó perfectamente atrás de la bella talla del Alma Mater, frente al Rectorado. Como mi atribución, la de Ciencias Comerciales, estaba mediano cerca del Rectorado, fui de los frontales en entrar, y me situé en la primera continuación rodeando del director, que estaba empantanado al borde del transporte. Primeramente expresó su profundo desazón porque había sido anónimo en las tratas entre Kennedy y Jruschov para averiguar la explosión. Ambos jefes de Estado ignoraron a Castro y los “Cinco Puntos” que él había desovado a Washington como ralea para el retiro de los misiles de Cuba, y que incluían la correspondencia de la simiente de Guantánamo, el acabamiento del “atascamiento” y del ojeo de géneros anticastristas desde departamento de Eeuu. A una pregunta de alguien acerca del apartamiento de los cohetes centrales, el totalitario dijo que Washington debía decir (misa) en grande que los misiles no eran operados por Cuba. Si los rapapieses hubiesen estado vil ejercicio cubano, enfatizó, no habrían podido ser apartados si atrás el Gobierno de Eeuu no hubiese vomitado la basa de Guantánamo y hubiese desovado propósito al “bloqueo”. “Porque nosotros sí les lanzábamos los petardos para allá si ellos hubiesen procedido un paso delicado o una invasión”, dijo inmediatamente en su característica pose altisonante, y en indicación entrada. El comentario que nadie de nosotros le hizo al comandante fue cómo podía suponer él que la respuesta a una afluencia con arsenales convencionales debía ser desatar un averno atómico universal en el que Cuba y todos los cubanos habríamos huido. Aquel psicópata genocida siguió siendo dignatario del Gobierno cubano durante 44 años más. Poco a posteriori, el 29 de noviembre de 1962, el corresponsal del diario britano Daily Worker en La Habana, San Russell, entrevistó al “Che” Guevara, y este le dijo lo mismo: “Si los misiles hubiesen prolongado en Cuba, nosotros los habríamos utilizado contra el legal sentimentalismo de los Estados Unidos, incluyendo la aldea de Nueva York… Nosotros marcharemos hacia la conquista hasta si ello cuesta millones de bajas en una querella atómica”.