Tras la primera sesión del Congreso, parece ser que vamos a tener varias anécdotas para la posteridad. Hay una de la que, en las últimas veinticuatro horas, ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir y más. Se trata del acto de presencia del bebé de la diputada Carolina Bescansa; también hubo un buen grupo que llegó en bicicleta con López Uralde en cabeza, un cacheo a Rita Maestre, un Monedero invitado en tribuna o una buena dosis de café para llevar para una larga sesión que cerró con Patxi López como el nuevo presidente de la cámara baja.
Dicho esto, parecería que habría mucho de lo que hablar —incluso lloró Pablo Iglesias a la salida, lo que me parece extraño que no se haya utilizado para tildarle de flojo o del señor Lágrimas de Cocodrilo, por ejemplo—, pero todo quedó tras el pequeño lactante.
A mediodía, ya alertado frente a lo que podía encontrarme por Internet, decidí hacer de tripas corazón y leer unas cuantas noticias desde la página de Facebook de unos cuantos periódicos: concretamente, La Vanguardia, El Mundo, El País y El Huffington Post. Y aluciné.
Diego, el bebé de Carolina Bescansa, en brazos de Pablo Iglesias. En el centro, Iñigo Errejón. © La VanguardiaLo más curioso, sin embargo, es que lo sorprendente no era el tono de los redactores, la línea editorial o la cobertura (desmesurada) que se le había dado a la noticia, sino las opiniones de muchos hombres y, sobre todo, mujeres, que habían decidido levantar su voz por aquí y por allá. No entraré a parafrasear todas y cada una de las msimas, pero me parece de traca leer cosas como: “¿Esta señora qué se cree? Si el resto de nosotras no podemos llevarnos a los niños al trabajo, ella tampoco” o un, todavía más bestia, “Ella puede pagar una niñera, no hace falta que vaya por ahí haciendo el paripé.”
Y probablemente sí. Seguro que Carolina Bescansa puede pagar una niñera. ¿Pero le ha preguntado alguien a esta señora qué opina sobre dejar a su hijo con una tercera persona?, ¿o en una guardería? Parece ser que el Congreso cuenta con una en su interior desde hace más de nueve años, además, por lo que todo apunta a que se realizó como un gesto reivindicativo.
¿Estará mal? ¿Estará bien? Lo cierto es que los análisis políticos se centran en que el problema es que lo que ha hecho esta señora, la gente corriente no podemos hacerlo. Que si el crío se pone enfermo y no puede ir al cole, tenemos que llamar al trabajo y pedir un día de permiso. ¿No será que el sistema está hecho como el culo? ¿No deberíamos centrar el problema en que si tengo que trabajar cuarenta horas semanales para destinar ese dinero íntegro a una guardería, mejor prescindo de trabajar? ¿No será que no tiene sentido que nadie te juzgue por tus decisiones como padre o madre ni te obligue a elegir entre trabajo o familia?
Si se ha llevado al bebé porque le ha fallado todo a última hora ¡qué putada! y ¡qué suerte, Carolina! La mayoría de nosotros, cuando nos falla todo a última hora, tenemos que pedir un día de permiso para quedarnos en casa con los hijos porque no podemos llevarlos al trabajo.
El bebé de Carolina, por Sgueina en El Huffington Post
No ha faltado ninguna opinión, ni tan siquiera la de la Federación de Mujeres Progresistas, que lo considera un error flagrante que daña la imagen del feminismo a todos los niveles; de un modo similar a la Unión de Asociaciones de Familias o la Fundación Mujeres, que parece ser que hubiesen preferido que fuese el padre quien hubiese aparecido con su bebé por el hemiciclo dándole el pecho.
Termino explicando una anécdota, ya añeja, que demuestra para lo poco que sirve el Senado en este país, por cierto. Donde en el año 2012, Yolanda Pinedo, senadora del PSC, también se acercó a votar con su hijo, y poco escuchamos sobre ello en los medios. Quizá la afiliación política también tiene algo que ver con la polémica, y los podemitas no solo huelen mal, sino que, además, son malos padres y madres. ¡Qué se yo!