“¿Habéis analizado alguna vez esta emoción que llamamos ternura? ¿Es alegre, es triste la ternura? ¿No parece más bien la ternura una semilla de sonrisa que da el fruto de una lágrima? En el enternecimiento sentimos angustia precisamente por aquello mismo que nos causa placer. Así, la inocencia nos encanta porque se compone de simplicidad, pureza, insuspicacia, nativa benevolencia, noble credulidad. Mas precisamente estas cualidades nos dan pena porque la persona dueña de ellas será víctima de los dobles, impuros, suspicaces, malévolos y escépticos que pueblan la sociedad. La inocencia no nos entusiasma, la inocencia no nos enoja, la inocencia nos enternece. Si nos representamos la emoción como un volumen, yo diría que la ternura es por dentro placer y por fuera dolor” (Ortega y Gasset[1]).
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“(En la nostalgia) echamos de menos algo que un día gozamos: es el dolor de hallarnos enajenados del paisaje patrio que abrigó cálidamente nuestra infancia y donde todo nos hacía mimosos guiños de nodriza; es el vacío afectivo que nos queda al vivir separados de aquella mujer tan bella y tan amada que oprimía nuestras pupilas con aquellas sus miradas tan largas, tan hondas, tan nuestras... Mas al echar de menos estas realidades encantadoras las traemos imaginariamente junto a nos[1]otros, las revivimos, volvemos a notar sus perfecciones, sus delicadezas, sus delicias, y un sordo deleite va vertiéndose en nuestro espíritu. El gesto de desolación con que añoramos el tiempo feliz concluye en un gesto de vago placer alucinado. Al revés que la ternura es la nostalgia hacia dentro, dolor, y hacia fuera, placer” (Ortega y Gasset[2]).
[1]Ortega y Gasset: “Azorín, primores de lo vulgar”, en “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2, p. 158.
[2] Ortega y Gasset: “Azorín, primores de lo vulgar”, en “El Espectador”, Vol. II, O. C. Tº 2, p. 159.