Revista Cultura y Ocio

Cuando el MUHBA y Barcelona destruyeron el búnker del Guinardó

Publicado el 16 octubre 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Los días que anuncian tormentas tengo la incontrolable necesidad de escaparme al Parque del Guinardó. A veces, me acompaño de alguno de los perros y con la mano libre saludo al niño del aro antes de dejar atrás la avenida de Mare de Déu de Montserrat, las fuentes y los caminos que ascienden, serpenteantes, por la cara sur de la montaña.

Ahora, en la cima siempre hay gente, y los trabajos de restauración y museización que hablan del pasado han quedado inermes y desprovistos del interés general que acaparan las vistas a trescientos sesenta grados; el valor de la historia de la ciudad queda relegado a cuatro paneles informativos que, en parte, han apartado otra historia más cercana que nos habla de chabolas, miseria y gris en el Turó.

De asentamiento ibérico a ruinas de una guerra, pero también tierras de cultivo, cantera, casas de verano y antenas de telecomunicaciones… Un espacio al que no hacen justicia ni cuatro ni cuatrocientos carteles pero que, en el pasado, en una Barcelona que se había construido por y para el ciudadano,  muy probablemente no eran tan necesarios para recordar.

Vistas desde el Turó del Guinardó (Búnker del Carmelo)

A veces he llegado a pensar que aquello que realmente me fastidiaba era que todos esos guiris, esas voces que en verano conquistan nuestros atardeceres a doscientos sesenta y dos metros de altura, ascendiesen hasta El Búnker sin valorar nada más allá de unas bonitas vistas, sin reparar en que aquello que verdaderamente todos los adeptos a Barcelona íbamos a echar en falta era la soledad y la materialidad de un espacio que también se ha prostituido entre revistas que hacen guardia en vuelos comerciales y guías turísticas que descansan en cualquier local del Eixample, del Gótico o del Raval.

Supongo que en eso consiste crecer, lo haga uno mismo o su ciudad. Pero no cambia que a veces eche de menos el Turó del Guinardó que conocí, imagino que de un modo similar a como nuestros abuelos recordaban la rambla de las Flores, que hoy ha perdido incluso el nombre. Quizá una mirada demasiado quizá romántica que, día tras día, se vuelve un poco más irreal


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