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No les ha pasado alguna vez. Que el mundo se les ha hecho un poco monótono, o mucho, a su alrededor. Que esperaba que las cosas fueran de una manera, y zas, pasan de otra muy distinta a lo que planeaban. Entonces, el "bajón" (que no es una persona muy baja) les inunda y todo lo que hay al alcance de su vista le aburre, le hastía y le llena de monotonía el cuerpo y la mente. ¿Y ahora qué? Muchos dirán que hay que levantarse y continuar. Vaya, si no fuera porque precisamente eso es lo que quiere el cerebro, que se levante y luche por cambiar la situación. Pero, si han pasado por eso, se darán cuenta de que es una solución barata y barriobajera sacada de la manga de un cerebro vago y pendenciero, porque el ánimo se lo destrozará al ver que no está emocionalmente preparado para tal lucha y empaque. No haga lo que el cerebro le incita a pensar en primera instancia. Hacer lo contrario que piensa su cerebro suele funcionar mejor. No siempre, claro, pero en un porcentaje elevado de veces. En estas situaciones, casi siempre. Aléjese de la idea de moverse como si estuviera pataleando y déjese de comportarse como el rabo cortado de una lagartija. Ya está cortado, y no tiene remedio; no se va a recolocar por moverse tanto. Relájese y deje que esas ideas se desvanezcan durante unos días. Deje que su cuerpo asuma lo que su mente no quiere. Y de pronto, por fin, el cerebro, se pondrá a pensar de verdad. Y cambiará la perspectiva de su realidad inmediata. Eso, eso Zen. Bruscamente contado y sin perifollos. El Zen se acerca más al sentido común que cualquier otra filosofía que conozco, y el sentido común de miles de años de pensamiento es la base del Zen. Haga ejercicio, si quiere, que también hará que su mente se active cuando vea le ha levantado de ese sofá tan cómodo que tiene para mover el esqueleto, pero dejará pasar una oportunidad de conocer cómo se las gasta el cerebro. Recuerde, o grábelo con sangre en la piel si hace falta, no se deje atrapar por su cerebro, atrápelo a él llevándole a dónde no quiere ir. A veces, muchas veces, nuestra mente se comporta como un niño perezoso que quiere hacer sus deberes.