Si miramos la tabla periódica, tres de cada cuatro elementos son metales. Pero antes de la segunda guerra mundial, salvo unos pocos como el hierro o el aluminio, estos elementos eran simples símbolos sin aplicaciones prácticas. Todo empezó a cambiar a partir de 1950, cada metal empezó a encontrar su sitio. Por ejemplo, el gadolinio es el mejor para obtener imágenes por resonancia magnéticas, el neodimio ha permitido fabricar los mejores imanes y láseres cada vez más potentes y el escandio, que ahora se utiliza en los cuadros de bicicletas, fue usando por la Unión Soviética para hacer helicópteros ligeros y misiles.
Pero en esta revolución de los metales, algunos se han manchado de sangre: es el caso del tantalio y el niobio. Es curioso (o justo) que los nombres de estos metales sean los de dos personajes que sufrieron de todo en la mitología griega. Níobe fue castigado por presumir de sus siete bellas hijas y sus siete hijos. Los olímpicos se encargaron de matarlos a todos. Se ve que se ofendían a la mínima. Tántalo, el padre de Níobe, mató a su propio hijo y fue castigado hasta la eternidad sumergido en un río hasta el cuello sin poder comer o beber. Cada vez que intentaba alcanzar unas manzanas, el viento las empujaba y cuando intentaba beber, el nivel del río bajaba hasta secarse por completo.
Si estás leyendo, lo más seguro es que tengas tantalio o niobio en tus manos o a pocos centímetros de ti. Son dos metales densos, resistentes al calor y a la corrosión y muy buenos conductores eléctricos. Propiedades que los hacen perfectos para circuitos electrónicos y esenciales en los teléfonos móviles. Si a esto le unimos que estos dos metales aparecen en un mineral llamado coltán y que más de la mitad de las reservas mundiales del coltán están en el Congo, el título empieza a tener sentido aunque, ¿qué tendrán que ver en todo esto los gorilas?
La República Democrática del Congo está al lado de Ruanda y unos años más tarde de las terribles matanzas que se produjeron en este país en 1990, los hutus del gobierno derrocado entraron en el Congo buscando refugio. Este fue el origen de una guerra en la que acabaron luchando hasta nueve países y doscientas tribus étnicas distintas. Lo más probable es que esta guerra no hubiera durado mucho ya que las densas selvas no eran un lugar en el que una guerra pudiera prolongarse. Además, el Congo era un país pobre y sus ciudadanos no podían permitirse ir a la luchar si no había dinero de por medio, dinero que de continuar la guerra se acabaría muy pronto. Y aquí es donde entra en juego el coltán. Desde 1990, con el desarrollo de la tecnología móvil, la demanda de este mineral aumentó de forma espectacular y el dinero empezó a llegar. Sería injusto echar la culpa de esta guerra a los móviles, el odio y los rencores de cientos de tribus fueron la verdadera causa, pero tampoco se puede negar que la tecnología móvil perpetuó esta contienda.
“Curiosamente, el tantalio y el niobio resultaron ser tan ponzoñosos porque el coltán era democrático. A diferencia de los tiempos en que unos impúdicos belgas controlaban las minas de diamantes y de oro del Congo, el coltán no lo controlaba ningún conglomerado empresarial; además, para extraerlo no hacían falta retroexcavadoras ni volquetes. Cualquiera que dispusiera de una pala y una buena espalda podía sacar unos cuantos kilos de mena de los lechos de los torrentes.”
Y este fue el otro gran problema y con el que el título tendrá ya sentido. Como los granjeros y campesinos podían ganar veinte veces más que su vecino con unas pocas horas de trabajo, las tierras y las granjas se fueron abandonando. Si la provisión de alimentos del Congo ya era frágil, esto fue la gota que colmó el vaso. La gente para no morir de hambre empezó a cazar gorilas, como si fueran búfalos, y esta caza irresponsable casi acaba con ellos.
“Pero las muertes de los gorilas no son nada comparadas con las atrocidades humanas. Cuando el dinero entra a espuertas en un país sin gobierno, no pasa nada bueno. Del país se apoderó una forma brutal de capitalismo en la que todo estaba en venta, incluidas las vidas humanas.”
Desde la década de 1990, más de cinco millones de personas han muerto en el Congo, la mayor pérdida de vidas desde la segunda guerra mundial. La máxima tensión fue entre 1998 y 2001, momento en el que los fabricantes de teléfonos móviles comprendieron que estaban financiando una de las guerras más crueles y decidieron empezar a comprar el tantalio y el niobio a Australia, a pesar de que fuera más caro. Aunque oficialmente se firmó una tregua en 2003 que puso fin a la guerra, en la actualidad el conflicto sigue abierto, sobre todo en la sección oriental más próxima a Ruanda y ahora es otro elemento, el estaño, el que financia esta guerra. Desde que la Unión Europea prohibió las soldaduras de plomo en los bienes de consumo, el estaño ha sido el sustituto para la desgracia de el Congo que también es un metal que posee en abundancia.
Joseph Conrad dijo del Congo que era “la más vil rebatiña de todas cuantas han desfigurado la historia de la conciencia humana” y todavía no hay razones para revisar esta idea.
Fuente | La cuchara menguante de Sam Kean