Crédito: Blandine Le Cain
El domingo por la noche, Bruselas, el corazón de la UE, se vistió con sus mejores galas. Música y pantalla gigante a las afueras del Parlamento. Dentro, un hemiciclo inutilizado por mucho tiempo se convirtió el pasado 25 de Mayo en un gran escenario azul donde esta vez los escaños los ocupaban periodistas.
“This time is different”, prometía la campaña del Parlamento Europeo para las elecciones del pasado domingo. Y lo ha sido. Durante los próximos cinco años habrá el doble de asientos euroescépticos en la Eurocámara. Y aunque cada caso es distinto, el porcentaje de votos obtenidos en términos nacionales por partidos de extrema derecha como el Frente Nacional (25% de los votos) en Francia, o el partido neonazi Amanecer Dorado (9,4%) en Grecia, asusta. La victoria arrasadora del FN fue una de los titulares de la noche, sin duda, a pesar de los sondeos que ya vaticinaban una importante subida.
El domingo, tras conocerse los primeros resultados en Francia, compareció la líder del FN: “Nuestro pueblo exige una sola política: de los franceses, por los franceses y para los franceses”, dijo una Marine Le Pen poseída por la euforia. En número de asientos el FN pasa de los tres escaños actuales en la Eurocámara a más de veinte. Ni más ni menos.
Hace unos meses, cuando todavía ni había empezado la campaña electoral, tuve la ocasión de entrevistar al portavoz del Parlamento Europeo, Jaume Duch, y preguntándole por el hipotético escenario de una eurocámara más euroecéptica, me dijo esto: “Cuando uno ve que el Frente Nacional sube, no sube en función de las elecciones al Parlamento Europeo, sube en función de la situación política en Francia”.
Apenas pasados dos días después de los comicios y todavía con resaca electoral, el mapa político francés se remueve a un ritmo indigerible. Ayer, Jean-François Copé, presentó su dimisión y dejó a su partido, Unión por un Movimiento Popular (UMP), sumido en la crisis más grave de su historia. Al otro lado, los socialistas, que fueron terceros con un 13,9% de los votos -el peor porcentaje de su historia-, intentan sostenerse en el gobierno y han rechazado disolver la Asamblea Nacional, como ha pedido Le Pen por segunda vez.
Con una maquinaria electoral “marinista” que cada vez seduce a más franceses y un bipartidismo fantasma, las elecciones presidenciales de 2017 podrían confirmar el peor de los escenarios. El populismo ultraderechista que convence y un país ingovernable. Y una Francia menos libre, menos igualitaria y menos fraternalista. ¿Será Le Pen, como se autoproclama, la voz del pueblo?
BLANCA BLAY PLANAS desde Bruselas
@BlancaBlay
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