Una compañera de trabajo habló anteayer de la inminente llegada de sus vacaciones. Es mi caso también, pero ni me inmuté. A pesar de desear el viaje que llega durante más de un año y haber guardado cual hormiguita los días de vacaciones para este mes de enero, ahora es como si todo lo sufrido no hubiera tenido lugar. No me inmuto porque estoy tranquila y para mí no hay mejor estado que ese. La gente anhela estar exultante, supongo, pero para mí, la tranquilidad es el mayor de los deseos. No me emociono cuando el médico tras ponerme la vacuna me dice ‘feliz viaje’ o mis amigos que lanzan ‘qué envidia’; estoy demasiado centrada en la preparación y la visualización del viaje. En cierto modo, ya estoy viajando.
Hace unos meses hablé la sensación que uno tiene cuando el viaje no llega; de angustia, desidia, incluso desesperación. Pero ahora, gratamente, puedo decir que todo eso desapareció. Es diciembre, pero es mi verano; mi momento viajero; mi premio anual al trabajo duro. Ahora siento alegría contenida, mucha energía, activación. Todas esas sustancias que los viajes segregan y que ninguna otra cosa me concede. No al menos de la misma manera. Esa es la sensación “cuando el viaje llega“.
Ese momento de leer acerca de un destino; de imaginarme en las fotos que veo en Internet; de coger vuelos internos y trazar un recorrido; de idealizar los lugares que visitaré; de hacerme con los nombres de los lugares creyendo que ya los conozco; flipando con la capacidad de hacerme a lo nuevo con lo conservadora que soy –o creo ser- en muchos sentidos de la vida; ese momento de calcular que me queda menos de una semana para comenzar la aventura y sentir algo especial y muy difícil de catalogar.
Un 2016 con un fin claro: el viaje largo
Hay años de “viajes largos” como me gusta decir, aunque claro está podrían ser más largos. Como trabajadora dispongo de un mes y reservar unos 20 días para un destino supone no tener demasiadas vacaciones para el resto del año. Es algo que me gusta asumir porque son viajes a lugares lejanos, más lentos en cierto modo y que suponen esa doble sensación de la que hablo: cuando el viaje no llega – la mayor parte del año- y cuando el viaje llega –el mes previo, el del viaje e incluso el posterior-. Una especie de juego, o de reto, o de qué se yo que te lleva un poco al extremo, para lo bueno y para lo malo.
No obstante, no me puedo quejar en absoluto de mi 2016 viajero. Si bien llevo más de un año pensando en guardar vacaciones, gracias a alguna sorpresa, he podido visitar Londres, Málaga y alrededores, Cuenca, Altea, el Valle del Silencio en León, Lanzarote, Malta y México, más concretamente el estado de Guanajuato. Así como seguir haciendo pequeñas escapadas en mis lugares de origen y residencia: la Ruta de las Xanas en Asturias y conocer Patones de Arriba o Chinchón en Madrid; así como Brihuega o Sigüenza en Guadalajara, cerca de Madrid. Estos son los números, digamos, pero lo más importante son los ratos que me llevo con mi chico o amigos, los paisajes, la gente local, las experiencias, las emociones y sobre todo, el recuerdo lo que sentí en aquellos momentos: mucha felicidad.
Este post reemplaza al resumen del año porque el año natural no tiene sentido en mi mundo viajero. Pero creo que no es solo eso. Si bien el año pasado quise ponerme el reto de viajar cada mes, este año y más si cabe en los venideros –mi vida personal está experimentando muchos cambios- me gustaría viajar más despacio e intentar dejar al margen el ansia viajera que en estos últimos me ha caracterizado. Al final, pero solo con la edad, he comenzado a entender a esa gente que reclama el slow travel y a entender su porqué.
Filipinas, por fin
Ahora toca hablar del destino: Filipinas. País del sudeste asiático compuesto por más de 7.000 islas que se me metió en la cabeza hace más de dos años y que desde entonces, por otros varios motivos, sabía que iba a visitar. Fecha: 5 de enero. Duración del viaje: 20 días. Expectación y deseo en niveles máximos.
Me gustaría agradecer desde estas líneas la ayuda de Irene del blog Tragaviajes.com, una enamorada del país y chica de origen filipino con mucho cariño en todo lo que hace, que me ha ayudado a trazar tanto los planes como todos los detalles del viaje. Aún con todo, hay bastantes cosas sin cerrar, y cada vez tengo más ganas de dejar un poco de espacio a la improvisación. Más si cabe en Filipinas, no me preguntéis por qué, pero ¡tengo taaaantas ganas!
Por otra parte, este viaje me permitirá entrar en 2017 con muy buen pie y con una página en blanco de vacaciones donde me gustaría añadir otros nombres propios como Copenhague, Polonia, Tenerife y un nuevo reto viajero, India. Por otros cuantos motivos, este sería un viaje ultraespecial, pues hasta hace poco no me sentía muy preparada para visitarlo. Quizás haya madurado, no lo sé. Quizás quiera un destino que me golpee; que me haga tomar decisiones. Aunque, ¿puede un destino hacer eso? No, claro que no. La decisión la tomo yo, pero los viajes me ayudan a separar ciclos y etapas y así me ha pasado en otras ocasiones. Cosas que tiene una…
Sin más, si alguien ha dedicado un ratito a leer este post, me gustaría desearos un feliz año y que seáis muy felices y viajéis, que si me leéis es porque os gusta