Este año ha sido un buen año. En el mes de abril tomé una decisión que cambió el transcurrir de mis días y que aunque, como todo, ha tenido su cara y su cruz, en líneas generales ha hecho que todo haya cambiado a mejor. Os lo cuento porque solo tenía un reverso claramente negativo: mis días de vacaciones, al cambiar de trabajo a principio de año, serían menos. Sobre todo, el cambio fue para bien porque ahora aprovecho mejor el tiempo; quizás la “cosa” que más valoro en mi vida. Somos lo que el tiempo libre nos permite ser.

Y aunque evidentemente voy a hablar de viajes, el tiempo libre abarca mucho más que eso: es la medida que damos a nuestros seres queridos, a los momentos que aún rutinarios nos aportan alegría o a los conocimientos que nos enriquecen. Y la triste realidad es que el tiempo libre escasea. A veces, son ratos que encontramos entre jornada laboral y jornada laboral. Otras, ni siquiera eso, pues para vivir momentos especiales necesitamos más que un fin de semana. Un fin de semana, tristemente, a veces no llega.
De ahí que en ocasiones la escasez del tiempo libre nos frustre y creamos que la vida es eso que pasa entre unas vacaciones y otras. Por suerte es algo más. Pero a veces es duro no poder tener más tiempo para hacer lo que a uno le apetece; lo que nos dé la real gana. Bien sea perderse en nuestro pueblo, con un clima perfecto que echamos de menos en la gran ciudad; bien teniendo al mar cerca; bien sea tan solo para abrazar a nuestros padres. Y qué duro se hace también esperar a ese momento en que somos libres desde que empieza el día hasta que el sol se pone… qué difícil pensar que la vida se nos escapa en una oficina donde a veces ni siquiera el tiempo es aprovechado eficientemente. ¡Qué difícil visualizar el destino sin poder aún tocarlo!

He intentado diversas formas de arreglar esto. Que si pequeñas escapadas; que si unos días en la playa; que si una buena cena en un restaurante internacional; que si decirme a mí misma que la venganza, programada para diciembre, será colosal; que si unas buenas fiestas de pueblo… y nada. No hay forma de saciar la sed de al menos una semana de descanso (o un mes, o un año… no lo sé). Los sucedáneos de viajar nunca mejoran al original. ¡Qué gran peso!
Quizás escriba este texto solo para desahogarme -sí, seguro, es así-, pero siempre he creído que hablar las cosas o escribirlas ayuda a calmar la agonía que puede producir una situación. Tan solo hablando de ello adquiere una dimensión diferente y desaparece el comienzo de la desesperación. Se convierte en una de mis palabras favoritas -¡qué pesimista, yo!-: resignación. Acción y efecto ser paciente en las adversidades. Dicho así, parece que hasta cambia de sentido (otras acepciones más esclarecedoras son conformidad o tolerancia). Hasta que un día el tiempo se libera y llega ese momento tan deseado; pensado; idealizado; soñado; planificado; ese tiempo de vivir.
