cuándo empezamos a incorporar leche en nuestra dieta
Hace 10.000 años, nuestra relación con la leche era similar a la de otros mamíferos. Este rico alimento debía alimentar durante sus primeros años de vida a las crías hasta que fuesen más o menos independientes de la madre. Después, los niños abandonaban el pecho para comer como el resto de la tribu y dejarlo libre para nuevos bebés. Para asegurar que eso sucediese y los mayores no se quedasen enganchados a las mamas, la evolución favoreció el apagón del gen que produce la lactasa, la enzima intestinal que permite digerir la lactosa, el principal nutriente de la leche. A partir de ese momento, beber leche suponía ganarse un dolor de estómago o incluso una peligrosa diarrea.
Pero al final de la última glaciación, los humanos habían decidido comer la fruta del árbol prohibido, aventurarse fuera del paraíso y empezar a jugar con las reglas de la madre naturaleza. Poco a poco fueron seleccionando los animales más dóciles para comer su carne, utilizar su piel o, al cabo de un tiempo, aprovechar su leche. Aunque el organismo de aquellas personas aún no podía digerir aquel alimento para crías, se dieron cuenta de que cuando se fermentaba para convertirse en yogur o queso mantenía sus propiedades nutritivas sin producir problemas digestivos.
En esas poblaciones de ganaderos apareció una mutación que parecía enmendar la plana a la naturaleza. Los individuos de aquellas poblaciones recuperaron la capacidad para digerir la leche durante toda su vida y con ella lograron acceso a un alimento nutritivo que les podría salvar el pellejo cuando otros recursos escaseasen. Hoy, alrededor de un tercio de la población mundial es tolerante a la lactosa. La gran mayoría son europeos o tienen ancestros de este continente, aunque también hay algunas regiones, en África y Oriente Medio, en las que se produjo, de forma independiente, la mutación que hace posible digerir la leche.
En un principio se pensó que aquella transformación, que podría haber incrementado hasta en un 19% el número de descendientes de los poseedores de la variante genética, se había expandido a toda velocidad por Europa. Aquellos mutantes habrían desplazado a las tribus de cazadores recolectores que ocupaban el continente, convirtiéndose en los ancestros de los europeos actuales. Sin embargo, pese a la gran ventaja evolutiva de poder beber leche, el cambio está muy lejos de ser universal y tardó en aparecer. En el norte del continente, la mutación tuvo mucho más éxito que en el sur y hay regiones de Europa, como España, donde, pese tener animales domesticados, hace tan solo 3.800 años la tolerancia a la lactosa aún no se había desarrollado.
Mark Thomas, investigador del University College London y uno de los principales expertos del mundo en la materia, reconoce que por ahora solo tienen algunas hipótesis y muchas incógnitas por resolver antes de entender por qué tantos adultos mantienen la tolerancia a la leche. Una de las posibilidades que ha puesto a prueba es la hipótesis de la asimilación del calcio. Para que nuestro cuerpo pueda aprovechar este importante mineral, es necesaria la vitamina D, y la principal fuente de vitamina D es el Sol. Esto explicaría por qué en los países del norte del continente, donde la radiación ultravioleta es menor, habría existido una mayor presión selectiva a favor de los individuos que pudiesen consumir leche y con ella el calcio y la vitamina D que contiene.
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DANIEL MEDIAVILLA
“¿Cómo empezamos a beber leche?”
(el país, 20.09.15)