Revista Educación

Cuando éramos ‘boy scouts’

Por Siempreenmedio @Siempreblog

http://c2.ac-images.myspacecdn.com/images02/87/l_00293617a7fe48209a33ccf885a5d151.jpg

Hace unos meses Kase-O, MC de la banda de Rap Zaragozana Violadores del Verso, nos sorprendía subiéndose al escenario acompañado de una banda de Jazz compuesta por Hugo Astudillo (saxo), Dani Comas (guitarra), Juan Pablo Balcazar (bajo) y Dani Dominguez (bateria). Ahora vuelven a la carga con gira de conciertos y anuncian disco para final de 2011 o principios de 2012. Podéis ía que la prioridad era adaptar el entorno a nuestras necesidades, empezando por las más básicas. Así que nada más llegar a territorio hostil la primera tarea que teníamos por delante era construir las letrinas. Para ello, nos alejábamos de las casetas de campaña lo suficiente, cavábamos tres agujeros de un metro de profundidad en el suelo, echábamos cal en el fondo y luego levantábamos encima asientos de madera, idénticos a los que puedes encontrar en las paradas del tranvía, a la izquierda de los bancos tradicionales.

¿Han cagado alguna vez en una letrina construida con troncos? Te subes ahí, apoyas los muslos en un palo y la parte baja de la espalda en el otro. El culo queda suspendido en el aire, desangelado, expuesto a la montaña de cal del foso. No hay agua, frescor, ni etiquetas de champú que leer. Solo tú, el agujero y la naturaleza salvaje. Haces fuerza y, cuando sale, tienes la sensación de que tu caca vuela y cruza el aire, de que flota. Entonces, pese a la incomodidad, notas que estás en comunión con el universo entero, de que todo esta hecho de la misma materia. El misticismo dura solo unos segundos, justo el tiempo que tardas en descubrir que te has dejado los kleenex en el bolsillo interior de la caseta de campaña y comienzas a buscar, desesperadamente, una piña o un manojo de pinocha.

Después de veinte días en el infierno de Orticosa, lo primero que hacía al llegar a casa no era abrazar a mi padre y a mi madre, ni abrir e inspeccionar la nevera; ni siquiera echarme en la cama o tumbarme en el sillón, no. Solo soltaba la mochila en la entrada, corría al cuarto de baño, abría la tapa del váter y vaciaba la cisterna para ver el agua correr. Luego me bajaba los pantalones lentamente y, con mucho cuidado, dejaba caer el culo sobre sus bordes suaves de porcelana, muy despacio, con todos los sentidos puestos en cada milímetro de su superficie. Una vez sentado volvía a tirar de la cadena una vez más, únicamente por puro y refrescante placer.

Dicen que solo valoramos las cosas que tenemos cuando las perdemos, y es cierto. Yo lo comprobé en el infierno de Orticosa, varios veranos seguidos, cagando en una letrina sobre una montaña de heces y cal. Lo hice en los duros años ochenta, cuando éramos boy scouts.


Volver a la Portada de Logo Paperblog