No es por amargarles el fin de semana pero eso exactamente es lo que le diremos a nuestros hijos dentro de unos años. Miraremos al infinito con ojos melancólicos y empezaremos todas nuestras historietas de abuelo cebolleta con las palabras mágicas: Cuando éramos ricos…
Porque no me negarán que fuimos ricos. Aunque ahora toquemos a retirada hubo unos años dorados en los que lo que nos cabreaba de nuestros políticos era que mandaran tropas a Irak. Lo de que nos robaran, como el dinero lo repartían en los bancos casi gratis, era anecdótico. Como un tic nervioso propio del poder por muy local que éste fuera. Pobriño, cómo no va a robar con lo fácil que se lo hemos puesto.
Y como crecíamos. Daba gusto vernos sumando por ciento sobre por ciento de crecimiento del PIB. Hasta Aznar estiró un par de centímetros de tanto ponerse de puntillas entre Bush y Blair. Lo de la expansión de Zara era sólo un reflejo del resto de país, la punta del iceberg. Como Amancio, todos éramos nuevos ricos. Lo malo es que él lo era y nosotros nos lo creíamos. A pies juntillas.
Alguien nos contó que la economía es democrática y que el crecimiento, económico se entiende, está al alcance de todos. Y nos lo tragamos. Y nos supo a gloria. Un día te levantabas sin techo y al siguiente te acostabas con un piso, un coche y una hipoteca para el resto de tu vida. Y para qué hacer cuentas. Total en una año la vendo por el doble y arreglado. Había bónuses, ese ser mitológico de la familia de la bonanza, variables e incrementos salariales para todos. O casi. Lo importante era crecer. En lo económico. A toda costa. Y a todos los niveles.
Imagínense ustedes que Perico, de Pastelerías Perico y Hermanos, empresa cotizada en la bolsa de su pueblo, hubiera tenido la genial idea de decirle a sus inversores que como la empresa va bien y da beneficios majetes ha decido que Santa Rita Rita que me quede como estoy. La torta que se hubiera pegado su acción en ese mismo instante hubiera sido épica. Oigan que mi empresa va de cine hubiera dicho Perico. Pero a palabras necias oídos sordos. Aquí o crecías exponencialmente o no te comías un rosco.
Piensen ahora que otro Perico, presa de en un ataque de sinceridad, cuando su jefe le pregunta que dónde se ve en los próximos cinco años le contesta que aquí mismo. En su mismo puesto que desempeña a las mil maravillas y además le gusta.Y como calcula que en cinco años lo hará con lo ojos cerrados le gustaría reducirse un par de horas la jornada para pasar más tiempo con su familia. A la media hora el tal Perico se hubiera encontrado en su casa con todo el tiempo del mundo para dedicárselo a su familia. Porque lo molón es tener potencial, para crecer, aunque ahora no hagas la O con un canuto.
Se ha impuesto un crecer o morir que nos ha llevado a todos a endeudarnos hasta las cejas para seguir creciendo y engordando la burbuja que nos ha estallado en la jeta. A crear burbujas, bien grandes eso sí, no nos ha ganado nadie. La puntocom, la inmobiliaria, la renovable, la aeroportuaria, la telecom, la sanitaria, la autonómica, la del cotilleo, la de las cajas, la de los bancos, la de las cajas y los bancos, y la de las pensiones. Y ahora viene la del emprendimiento. Si no al tiempo.
Cuando aprenderemos que en términos relativos el dinero, como la energía, ni se crea ni se destruye, se transforma. No se puede comprar al alza y vender a la baja a la vez pero se pueden hacer transacciones razonables. Sin más. No podemos aspirar a un mundo más rico sino mejor repartido.
Aquello fue el sueño de una noche de verano.
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