Revista En Masculino

Cuando escribo

Por Rkornhauser

Cuando escribo cometo el mayor de los errores y es esperar que lo que escribo cambiará el mundo, cambiará el mundo de alguien o al menos cambiará el mío. Cuando escribo creo que las palabras que elijo para comunicar mi mundo son las adecuadas. Cuando escribo me falta precisión. Cuando escribo termino diciendo cosas diferentes a lo que quería escribir en un principio. Cuando escribo me siento la persona más indefensa y vulnerable de todas. Cuando escribo me siento poderoso e invencible. Cuando escribo soy yo con el mundo. Cuando escribo no tengo idea de lo que estoy haciendo.

El problema viene cuando leo lo que escribo y cuando decido que lo escrito no debe formar parte del mundo.

En algún momento creí que estaba listo, que debía mostrar mi alma, ya que es única y preciada, como la de todos pues. Me encontré con un mundo atroz. Espantado, lleno de resentimiento y coraje, dejé de mostrar lo que escribía, pero no dejé de escribir. Hice el hábito de escribir todos los días, algo, lo que fuera. Casi todo lo que he escrito no sirve de mucho, más que para darme un poco de cordura y paciencia. Una suerte de terapia.

El otro gran problema que tengo cuando escribo es que quiero lograr lo que otros que admiro han logrado en mí: quiero lograr hacer sentir lo que Bradbury me hizo sentir en una escena del Vino del Estío, o Dylan Thomas con sus poemas, lo que Gaiman en la escena del Infierno en “Sandman”, lo que Cortázar cuando descubrí los “Cronopios” y “Rayuela”; cuando Goldman describe el amor verdadero en “La Princesa Prometida”; lo aprendido de Billy Wilder en sus películas y muchos, afortunadamente para mí, muchos más. Pensar así pone los parámetros muy altos, casi imposibles de alcanzar, y es muy fácil desmotivarse porque es evidente que no lo he logrado, y es muy probable que nunca lo consiga.

También he aprendido que no es bueno compararse, si uno se compara con los héroes es muy natural sentirse agobiado e insuficiente, como también es muy natural sentir, si uno se compara con autores no tan buenos que al parecer han andado más este camino, enojo y desprecio suficiente como para hacer de este planeta un gran receptáculo de mierda.

Al casi terminar la carrera tuve un encuentro algo fuerte con un profesor, yo iba a hacer mi tesis sobre algo de improvisación y jazz, una cosa que seguramente no hubiera terminado. Estaba en un seminario de tesis, y justo antes de presentar el trabajo final decidí cambiar de opinión, la que posteriormente fue mi directora de tesis me había seducido y terminé haciendo una tesis de la cual estoy muy orgulloso. El momento de anunciar mi cambio al profesor fue ríspido por decir lo menos. No recuerdo exactamente cuál fue la discusión pero recuerdo que al final pensé para mis adentros: “voy a leer los libros que me hagan más fuerte.” Y desde entonces he tratado de seguir esa conclusión. Algunos años mejor que otros.

Cuando escribo me desvío de la idea central. He pasado por muchas etapas en esto, ninguna me ha llevado a terminar un libro, pero bueno. El descubrimiento, el asombro, la negación, el desprecio, el asombro de nuevo, la negación, la evasión, el enojo, el asombro otra vez. En tantos años una cosa me ha quedado clara, no puedo dejar de hacerlo. Más allá del talento, del éxito o del futuro es algo de lo que tengo que hacerme responsable. En un día normal creo que pienso más en escribir, en la idea de escribir, que en otra cosa. Algo estoy haciendo mal si escribo menos de lo que pienso en escribir. No es algo que se quite con el tiempo, ni con la edad. Se puede ignorar y lo que termina pasando es que la gente se amarga, se vuelve agria.

Yo no quiero llegar a cierta edad con ojos que malmiran todo, reflejando la molestia de saber que no estoy haciendo lo que siempre he querido, con cierta resignación y con mucho enojo. Digo si llegué a los 31 con pelo y sin panza, creo que es algo que se puede hacer.


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