Hay fotos que representan un espíritu. Instantáneas que están atiborradas de narratividad, pero sobre todo de inspiración estética. Te están contando cosas, son tan evocadoras como un perfume. En cierta forma, con Tan lejos de Krypton quise reconstruir y traducir al idioma de las palabras el espíritu de esta instantánea. En ella aparecemos mis hermanos y yo, una mañana del Día de Reyes, estrenando juguetes, en la galería de acceso a nuestro piso de Nervión.
La foto es puro años 80. Y ese fue el punto de partida para la novela. La obra que más quebraderos de cabeza me ha dado. Reescribir los propios recuerdos desde la mirada de un niño de 10 años es un propósito complicado. Evocar el aroma de los 80 que viví, sin que resultara forzado, constituía un reto. Lo mío con esta novela, después de tantas dolorosas reescrituras, amputaciones, nuevos desarrollos, era ya una cuestión de cabezonería: hasta que no la publicara, estaba dispuesto a no seguir escribiendo. Ha habido muchas dudas. Pero por encima de estas dudas, una certeza: se trata de mi obra más personal. Con la que más me identifico y en la que más me expongo. La sensación es de incertidumbre, pero también de alivio. Por fin mis 80 se hacen carne de libro: por fin puedo contar cuando fuimos superhéroes.