Revista Opinión

Cuando Japón ganó la II Guerra Mundial

Publicado el 07 mayo 2017 por Miguel García Vega @in_albis68
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Cuando Japón ganó la II Guerra MundialBahía de Tokio, 2 de septiembre de 1945. A bordo del acorazado USS Missouri y ante el general MacArthur, Japón se rinde a los Aliados.

Tokio, 1 de enero de 1946. El emperador Hirohito, lee la histórica Ningen Sengen (“Declaración de humanidad”) por la que renuncia a su deidad y se declara un ser humano normal.

Cinco días después, el 6 de enero, el excoronel japonés Jenji Kikawa se presenta en una comisaría brasileña junto con media docena de seguidores pidiendo la legalización de su organización. Una sociedad “para cultivar el espíritu nipón y unir a los japoneses, sin menospreciar el nombre del emperador, como los derrotistas hacen”. Y añade “queremos pedir a la autoridad que prohibía la propaganda que algunos individuos inútilmente hacen dentro de la colonia [japonesa en Brasil], predicando el derrotismo”.

La organización a la que se refiere es el Shindo Renmei, protagonista de uno de los autoengaños más sorprendentes de la historia del siglo XX. Para ellos Japón había ganado la guerra y lo contrario era propaganda americana que no iban a permitir. No eran cuatro locos; en todo caso, miles de locos.

Cuando Japón ganó la II Guerra Mundial
Como les decía, se estima que el Shindo Renmei (Liga del Camino de los Súbditos), no eran cuatro gatos. Nada que ver con aquellos soldados perdidos en la selva que, como Hiroo Onoda, siguieron su guerra durante años. El Shindo Renmei nace en la comunidad emigrante japonesa en Brasil –en agosto de 1942– y llega a tener unos 100.000 socios inscritos oficialmente; además de 50.000 simpatizantes no inscritos.

A pesar de las cifras y de ser un caso muy curioso –que no solo nos habla del carácter japonés sino también de los resultados del fanatismo y de la capacidad humana para negar la realidad– la historia del Shindo Renmei es muy poco conocida fuera de Brasil. La información de este post está recogida del libro ¡Japón ganó la guerra! del historiador y periodista Jesús Hernández. Se lo recomiendo, se lo van a pasar bien.

El coronel Kikawa y el Shindo Renmei

Estamos en plena Segunda Guerra Mundial, el alineamiento de Brasil con los aliados y la persecución de la policía brasileña ha aumentado el sentimiento nacionalista de la colonia nipona. Se crean numerosas organizaciones clandestinas y una de ellas es el Shindo Renmei.

Su líder parece ser Junji Kikawa, “el admirable coronel. Kikawa había emigrado a Brasil en 1933, junto a su familia. Es un exmilitar de 67 años, de apenas metro y medio de altura, miope y de apariencia frágil; pero un líder natural y un ardiente nacionalista convencido de la obediencia ciega que la colonia japonesa en Brasil debía a Japón y a su emperador Hirohito.

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Junji Kikawa, “el admirable coronel”.

La organización nace con unos 400 hombres –no es cosa de mujeres– y se extiende rápidamente por toda la comunidad japonesa. Su principal herramienta es la Casa Paulista, una empresa de venta al mayor que proporciona tapadera y excusa para que sus vendedores consigan adeptos y difundan su propaganda hasta el último rincón de la aldea más apartada.

Makegumis y Kachigumis 

Ha estallado la guerra, no hay periódicos en japonés (ver más abajo), ni radios, ni personal de la embajada; cualquier comunicación de la comunidad japonesa- brasileña con su país de origen se ha cortado. La única fuente de información –ya que la prensa en portugués no cuenta– son radios clandestinas de onda corta recogiendo la señal de la Radio Central Militar de Tokio, que emite mensajes invariablemente propagandísticos sobre las múltiples victorias japonesas.

Por eso, cuando en septiembre de 1945 acaba la guerra,  no entienden por qué los brasileños andan por ahí diciendo que Japón ha perdido. Es imposible, disparatada propaganda americana. Lo que piensen los brasileños les da igual, pero les parece una traición y un insulto intolerable a la patria que haya japoneses que repitan dicha infamia. Serán los llamados makegumi (derrotistas) mientras ellos, los fieles al emperador se harán llamar kachigumi (creyentes en la victoria).

Los kachigumi –que llenan las filas del Shindo Renmei– son los más numerosos (en torno al 80% de la colonia), habitan sobre todo las áreas rurales más apartadas, no se mezclan con el resto de brasileños, son más pobres y tienen un bajo nivel de estudios.

Por contra, los makegumi son más instruidos, con mayor nivel económico y se concentran sobre todo en las ciudades, con un mayor contacto con otras comunidades.

Evidentemente son categorías generales, podemos encontrar excepciones en los dos bandos.

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Japón ocupa San Francisco; victoria total

El Shindo Renmei publica folletos clandestinos con “su” verdad. Hechos alternativos, que se diría ahora. Entre esos hechos, una falsa edición de la revista Life en la que la foto retocada muestra al general MacArthur rindiéndose ante Japón, con la bandera japonesa ondeando en el Missouri.

Pero a la vez, desde su radio clandestina de Bastos, se difundían noticias sobre las victorias japonesas más delirantes. En una mentalidad fanática la contradicción no hace mella, así que se producían a la vez rendiciones y batallas victoriosas, sin problema. Los japoneses avanzaban por los Urales machacando a los rusos, ocupaban la ciudad de San Francisco y el presidente Truman tenía que huir a Canada. Finalmente los japoneses resolvían la situación nombrando a Charles Lindbergh nuevo presidente de Estados Unidos.

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Familia japonesa en Bastos, sobre 1930.

Sabemos que para apoyar cualquier información es muy importante dar datos. Ahí van algunos. Según esta emisora, se habían rendido a los japoneses siete millones y medio de soldados norteamericanos y habían sido capturados 15.690 aviones y 6.500 barcos, de los que 950 estaban en perfecto estado.

Mientras, en la revista Hiraki, se informaba de que la marina japonesa había ocupado el Canal de Panamá, que todos los dólares del mundo quedaban confiscados por Japón y que todas las comunicaciones mundiales estarían bajo control nipón durante tres años.

Como ven, en 1946 la victoria japonesa había sido total.

Lávese el cuello

Todo esto da ahora mucha risa, pero la situación en la colonia japonesa era cada día más tensa y tenía que acabar mal.

En primer lugar, la ignorancia ajena siempre es una oportunidad para emprendedores que, ahora que Japón era prácticamente dueño del mundo, empezaron a vender parcelas de terreno en esos territorios conquistados, o a cambiar dinero japonés, ya sin valor, por moneda brasileña a los incautos.

Pero sobre todo porque el Shindo Renmei no había nacido solo para propagar la victoria japonesa, sino para combatir a los que la negaban. Los makegumi merecen un castigo ejemplar, por traidores a su patria y a su emperador. Primero se les amedrenta con diversos tipos de amenazas como insultos y pintadas en sus vehículos y sus casas. También se les envían cartas a algunos ‘derrotistas’ invitándoles al suicidio para “recuperar el honor perdido” o encabezándolas con un: “Usted tiene el corazón sucio, así que lávese el cuello”. Los receptores del mensaje entienden perfectamente que deben tener limpio el cuello para no contaminar la katana que va a cortárselo.

El 2 de marzo de 1946 llegó el primer muerto, Ikuta Mizobe, director de la cooperativa agraria de Bastos. A partir de ahí unos cuantos más. El 10 de julio, en un solo día, matan a otras cuatro personas. Y siguen sumando. Al final, según los datos de Jesús Hernández, el Shindo Renmei causa 23 muertos y 147 heridos.

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Tablillas de madera que eran amenazas del Shindo Renmei a los makegumi.

Por una parte, no es un grupo terrorista demasiado ‘profesional’. Los atentados eran muy improvisados, muchos fallidos o en los que se acaba matando a la persona equivocada. Tampoco ellos se consideraban criminales. La orden a los ‘comandos’ era que una vez llevada a cabo la sentencia contra el traidor se entregaran a la policía, ya que no se trataba de un crimen sino de un asunto de honor. Pocos lo hicieron, por cierto, aunque sí algunos. A la vez, el Shindo Renmei era una organización que busca la legalidad, por eso la policía no tuvo ningún problema en encontrar en su sede los nombres y direcciones de sus integrantes, y pudo detenerlos fácilmente.

Pero, por otra parte, la cosa se alargó porque a las autoridades brasileñas, ocupadas por otros problemas sociales, un asunto entre japoneses no le interesó demasiado. Y también porque la comunidad nipona era impenetrable, tanto para convencerles de la locura que significaba seguir creyendo en la victoria de Japón un año después de su rendición como para conseguir confesiones o delaciones.

Solo cuando los atentados llevaron a desórdenes públicos importantes, como en la ciudad de Tupá, las autoridades actuaron de forma enérgica. De hecho, se pasaron de enérgicos, con detenciones masivas y el internamiento de miles de japoneses en campos de concentración improvisados. Hubo  más de 30.000 sospechosos detenidos, de los que se acusó a unos mil. En dicha represión destacó el penal de máxima seguridad de Isla Anchieta.

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Eiiti Sakane, uno de “los 7 de Tupá”.

Con las detenciones masivas, incluida toda su cúpula, el Shindo Renmei acabó muriendo. El 6 de enero cometería su último asesinato. Eiiti Sakane, uno de los célebres miembros de la organización, se propuso matar a Paulo Morita, un intérprete de la policía. Se confundió y acabó matando a su cuñado.

Pero Sakane ya era un “lobo solitario”. Las autoridades pactaron con lo que quedaba del Shindo Renmei suavizar la represión a cambio de que olvidaran sus intenciones criminales. Por ejemplo, se liberó al coronel Kikawa, que salió de la cárcel entre el silencio absoluto de la prensa, a cambio de su retirada de cualquier actividad pública. Además, la ficción de un Japón victorioso no podía largarse de forma indefinida. Finalmente, en 1956 se liberó a todos los presos que quedaban en las cárceles, muchos de ellos con escasas pruebas en su contra.

Negación y olvido

En los años 60 todos querían olvidar y aquel tema se convirtió en tabú entre la comunidad japonesa, mientras que a los brasileños tampoco les interesaba remover sus comportamientos racistas.

Con la entrada del siglo XXI, primero un libro y luego una película hicieron revivir la historia. Entonces aparecieron testimonios de algunos protagonistas que negaban gran parte de lo que acaban de leer. Todo eso solo era la versión de las autoridades brasileñas ya que, según ellos, ni el coronel Kikawa era el líder ni el Shindo Renmei tuvo nada que ver con los atentados, realizados por unos pocos fanáticos a título individual. El Shindo Renmei solo era, según  esta versión, una asociación cultural, sin vinculación al fanatismo y la violencia.

Puede que sea cierto, pero también puede ser un intento de exculpar un comportamiento vergonzoso que, más de medio siglo después, aún se ve más fanático y absurdo de los que ya era en su momento.

Pero tal como reapareció,  el asunto volvió a morir después. A las nuevas generaciones de nikkeis, más integrados en la sociedad brasileña, todo aquello les importa un pimiento.

Ahora ya no es más que una anécdota a pie de página, pero en esta época de posverdad me parece interesante recordar a lo que puede llevar el aislamiento, la mentira y el fanatismo; cosas de las que no estamos vacunados. Leyendo algunas cosas en las redes sociales, incluso pareciera que rebrotan.

*En la foto de portada, “los 7 héroes de Tupá”. La historia se me hacía muy larga, la encontrarán en el libro. 

Contexto: ¿Cómo pudo ocurrir?

Un poco de contexto, por si sigues interesado/a en comprender. A principios del siglo XX el café, junto al caucho, es la primera riqueza nacional de Brasil. En 1888 queda abolida la esclavitud, los esclavos se largan y hay que buscar mano de obra fuera. En 1895 se firma un tratado de amistad con Japón y en 1905 llega a Brasil el Kasatu Maru –una especie de Myflower japonés– con 800 emigrantes a bordo. Vendrán más: entre 1917 y 1940 unos 160.000 japoneses llegarán al país, sobre todo al estado de Sao Paulo, con Santos como el principal puerto de llegada. 

La emigración japonesa es muy conveniente. No vienen hombres solos sino familias enteras; son trabajadores y disciplinados, la gente apropiada para un cultivo tan exigente. Por contra, el choque cultural es total. Llegan a otro paisaje, otro clima, una comida intragable para ellos y un idioma incomprensible. No se integran, ni aprenden el idioma ni se mezclan con otras nacionalidades, simplemente trasladan barrios japoneses a otro país. 

Aislamiento japonés

Ese aislamiento, una de las razones de lo que vendrá, se verá incrementado por cuestiones de política brasileña e internacional. En 1937 el presidente Getulio Vargas da un golpe militar y crea el Estado Novo (1937-1945): cierra el parlamento, prohíbe los partidos políticos y concentra todos lo poderes. Cabalgando la ola del nacionalismo blanco, el 20 de agosto de 1938 decreta la prohibición de publicaciones en lenguas extranjeras sin previo permiso del ministerio de Justicia. Eso hará inviable la prensa en japonés. 

Estalla la Segunda Guerra Mundial y aunque Vargas está políticamente más cerca de las fuerzas de El Eje (Alemania, Italia y Japón), geopolíticamente  lo está de Estados Unidos. El 7 de diciembre de 1941 se produce el ataque a Pearl Harbour, los estadounidenses entran en la guerra y Vargas ve claro que le interesa ese bando. En enero de 1942 rompe relaciones con Japón.

A partir de ahí sus súbditos serán hostigados, mucho más que alemanes e italianos. Se desempolvan viejos decretos que nunca se habían llevado a la práctica. Se prohibe la enseñanza en lengua japonesa a los menores de 10 años, así como cualquier publicación en ese idioma, e incluso su uso en lugares públicos.También se requisan todas las radios y se les prohibe conducir cualquier tipo de vehículo. 

De todas las prohibiciones, a la que más se resistirán será a la primera. Se crean escuelas clandestinas en sótanos de almacenes y casas particulares donde se dan clases nocturnas. No se trata solo de la lengua, sino de enseñar a sus hijos la cultura y el modo de vida japonés. La policía responde con redadas, clausurando dichas escuelas improvisadas e incautando “materiales subversivos” tales como libros infantiles, cuadernos, borradores y tizas. 

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