Balonmano. Torneo preolímpico masculino Argelia-España.
A mediados de este mes, el Gobierno del PP justificaba en el Parlamento la multa impuesta a un ciudadano que portaba una bandera republicana en un partido de la selección de balonmano en Alicante, alegando que su actitud podía interpretarse como una “provocación” a los aficionados españoles. El suceso aludía a un partido entre España y Argelia en el pasado mes de abril, en el que la Policía expulsaba al portavoz de una bandera de la República extendida “con gran vehemencia” al que se le abrió un expediente de sanción. Tal vez, si el manifestante hubiera ondeado la bandera de una manera más discreta y no hubiera llamado la atención, el Gobierno no le hubiera aplicado la Ley contra la violencia. Pero llamaba demasiado la atención del público y esa “provocación”, según el Gobierno, “provocó malestar entre el resto de espectadores que animaban a la selección. Y, en ese contexto, se le expulsó, abriéndole el expediente de sanción.
Fuentes del Gobierno insisten en que el aficionado que portaba la tricolor estaba provocando a los presentes. “Ante la evidencia de que se trataba de un acto que pudiera ser interpretado como una provocación que, en ese contexto, podría dar lugar a reacciones violentas del público presente, funcionarios policiales instaron al ciudadano a que depusiese su actitud”, relata el Ejecutivo. Ricardo Sixto, diputado de IU, denunció que, en otro partido posterior, al mismo portador de la bandera republicana se le vetó la entrada, se le trasladó a un espacio vacío del Polideportivo y se le conminó a identificarse de forma intimidatoria. El Gobierno explicó que el portador de la tricolor estaba en la primera fila de la grada preferente, de forma aislada, ante cientos de seguidores de la selección española “que enarbolaban banderas nacionales y animaban al equipo”. Pero, las imágenes del partido desmienten esta versión. La gradería estaba medio vacía y tan sólo un reducido grupo de seguidores ondeaban banderas nacionales.
“Tal y como lo han explicado en el Congreso –escribe David Torres en el artículo de Público “Banderas de nuestros padres”– una bandera nunca es un símbolo inocente ni un trapo pintarrajeado, ojo, sino una buena excusa para arremangarse y empezar a repartir estopa. Es lógico que piense de ese modo una manada de patriotas cuyo exhibicionismo llegó al extremo de plantar una bandera española del tamaño de un campo de tenis en mitad de la plaza de Colón, no fuesen los transeúntes a equivocarse y pensar de repente que estaban en Guatemala. Es la misma psicología que esos chulos de discoteca que se incrustan un pepino en la bragueta, para que se distinga de lejos que ellos son muy machos. Hace poco esa enseña gigantesca (cualquier día sopla una ventisca y sale volando la plaza) cayó desgarrada al suelo y muchos vivieron el desplome textil como una metáfora de la patria que se está yendo a hacer puñetas, metáfora coetánea de ese último planchazo real en que todavía no está claro si Juan Carlos estaba bailando break con la nariz o había inaugurado ya las vacaciones y no le trajeron a tiempo la piscina. Pero es verdad, hay que reconocer que algunas banderas ponen nerviosa a la peña, a mí me pasa con la esvástica y con el águila franquista que, no sé por qué, me trae a la memoria el aroma churruscado del Kentucky Fried Chicken. Ha pasado mucho tiempo pero todavía queda gente a la que la tricolor republicana le recuerda un gobierno legítimo y de inmediato, por puro instinto patriótico, echan mano a la cartuchera”.