Era viernes, la Plaza de Armas estaba abarrotada por cientos de personas que esperaban al gobernador para que empezara la ceremonia del Grito de Dolores. Fue el 15 de septiembre de 1933, todo era fiesta y ni siquiera las lluvias que azotaron durante varios días a la capital fueron razón suficiente para que el pueblo se diera cita y celebrara el 123 aniversario del inicio de la Independencia de México.
En medio de la fiesta y la felicidad, voces de pánico y desesperación anunciaban el inicio de la catástrofe; ¡Se reventó la presa, se reventó la presa! En estampida, la gente comenzó a correr en todas direcciones, algunos a sus casas, otros buscando a su familia, otros tantos se dirigieron a las zonas altas, cerca del Santuario de Guadalupe. El caos y la tragedia llegaron con una ola gigante, un golpe inesperado que arrastró con todo lo que tuvo a su alcance.
El desastre, si bien pudo ser predecible, se debió a las constantes y torrenciales lluvias que durante varios días estuvieron cayendo sobre la capital potosina. En aquel tiempo al igual que en la actualidad, la Presa de San José era el principal contenedor de agua que tenia San Luis Potosí, sin embargo, la Presa La Constancia era el punto en donde se acumulaban las aguas que lograban escaparse a la cortina de San José pero esta vez las lluvias saturaron ambas presas; San José resistió, La Constancia, simplemente, colapsó.
La ruptura de la Presa La Constancia se tradujo en una potente ola que impactó directamente a la entonces pequeña ciudad de San Luis Potosí; Morales, Santiago y Tlaxcala fueron los barrios que más daños sufrieron. Decenas de personas no tuvieron oportunidad de salir de sus hogares, el agua los tomó por sorpresa destrozando sus pequeñas viviendas y llevándoselos consigo entre escombros, lodo, piedras y restos de todo tipo.
En medio de la corriente, gritos de auxilio y llanto se escuchaban en todas direcciones. Pasaba de la medianoche y el centro de la ciudad estaba inundado, casi un metro de altura. En algunos edificios se colocaron varias marcas para conocer cómo progresaba la catástrofe, al mismo tiempo, una intensa movilización de personas, aquellas que lograron ponerse a salvo durante el embate, diseñó un rudimentario plan de acción para auxiliar a los heridos y a los miles de damnificados.
El General Francisco Carrera Torres, encabezando un grupo de 200 soldados más un pequeño escuadrón de policías federales, actuaron de manera inmediata; se dirigieron a las zonas bajas y sacaron a las personas atrapadas, acción que salvó la vida de cientos de personas y que permitió restar víctimas mortales a tan espantosa tragedia.
El sábado 16, desde muy temprana hora y en todas direcciones, lo único que se veía era la desgracia, los vestigios de una civilización venida abajo de manera súbita, caótica y aterradora, con decenas de muertos y miles de heridos, viviendas deshechas, calles vueltas ríos de lodo y piedras, miseria, dolor y agonía en un solo lugar.
Desgarrador era ver a los padres y madres de familia buscando por todos lados a sus hijo, niños bañados en llanto y lodo que se encontraban perdidos, familias enteras que murieron aplastados al colapsar su casa. Sin embargo, la tragedia también dejó ver puntos encombiables; la solidaridad de los potosinos, la inmediata acción de las autoridades y la incuestionable unidad de un pueblo azotado por la desgracia.
La noche del 15 de septiembre de 1933 quedó grabada por muchos años en la mente de los potosinos, al igual que quedará la del 15 de abril de 2017 en los habitantes de Armadillo de los Infante; pueblos que sucumbieron ante la fuerza de la naturaleza pero que, en el caso de la capital potosina, lograron superar la tragedia y resurgir triunfantes de entre los escombros, la desgracia y el dolor.