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Cuando la Emperatriz fue narcotraficante

Publicado el 06 mayo 2011 por Cosechadel66

Los chinos. Si lo decimos ahora, puede que lo primero que nos venga a la cabeza sea un establecimiento comercial abarrotado y con al menos un artículo hortera en su escaparate. Un lugar donde comprar barato casi de todo, desde bombillas a bisutería. Pero hubo un tiempo en el que decías ”Los Chinos” y sonaba como “lejos”. Y me refiero a tiempos que estos ojos que persiguen mis dedos sobre las teclas no han visto.

Nos centramos en el final del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Las potencias occidentales quieren tener sus propias tiendas de todo a 100. Basicamente, conseguir una pasta gansa cambiando espejos por metales preciosos o similares.El problema con los chinos consistía en que de tontos no tenían un pelo, y el sistema no les parecía como muy justo, y eso. Así que les decían a los occidentales que compraban porcelana, seda o te en sus costas que los pagos fueran en plata y que se dejasen de espejitos o collares de cuentas. Resumiendo, que los cuentos chinos eran precisamente eso, chinos, y que se los sabían muy bien. Aun así, los europeos tenían claro que aquello no podía ser, que la plata estaba muy carita y debía servir más para las cuberterias de los ricos que para pagar a aquellos puñeteros chinos.

Como no tragaron con los espejos y las cuentas, los europeos probaron con otra cosa. Y la solución resulto ser el opio. Y es con lo que empezaron a pagar las mercancias chinas, es especial los ingleses (aunque justo es reconocer que el sistema lo empezaron a utilizar los españoles). Lo primero es que la amapola crecía sin dificultad en casi cualquier parte, y lo segundo es que se obtenian rentabilidades de hasta el 400 por cien. Así que la cosa estaba meridianamente clara. Comenzaron a plantar Opio en la India y Turquía y a pagar con é las mercancias en los puertos chinos. Se convirtieron en la mayor red de narcotrafico de la historia, bajo el auspicio de la mísmisima monarquía de la famosa moral victoriana. Doble moral, pero victoriana que te cagas. Mientras en Inglaterra el consumo del Opio se tomaba como algo reservado a las excentricidades creativas y a lo peor de la población, (otra cosa era el uso “farmaceútico” del laúdano o similares), en China se creaban fumaderos de Opio sin ningún tipo de reservas. Era el negocio perfecto.

Perfecto para la Corona Inglesa, por supuesto. Porque los chinos no veían la perfección por ningún lado. De hecho, comenzó a ser un auténtico problema que el Opio empezase a llegar a las capas de población de obreros y campesinos. Muchos de ellos llegaban a arruinar a sus familias con tal de seguir consumiendo. Nada que nos suene raro, desde luego. El caso es que el asunto llegó a tales extremos que el emperador chino decidió cortar por lo sano y, en 1929, ilegalizó el consumo y comercio de opio. Los ingleses, que por aquella época (en realidad, casi siempre) eran de hacer las cosas “Because Yo lo digo”, hicieron oídos sordos al tema, y siguieron a lo suyo. Daoguang, que asi se llamaba el monarca chino, decidió entonces nombrar a uno de sus mejores funcionarios, Lin-Hse Tsu, para combatir la lacra que amenazaba con destruir China.

Lin se tomo la tarea muy en serio. Comenzó a destruir los cargamentos de opio que lograba capturar e hizo una “limpia” entre el corrupto funcionariado chino. Llevó al talego a 1.700 distribuidores de opio y logró echar del país a los principales comerciantes británicos, en especial a un elemento llamado William Jardine. Un narcotraficante para los chinos y un hombre de “negocios” super respetable para los británicos. Tan respetable, que nada más llegar a Inglaterra le dijo a la Victoria y su gobierno que aquello no podía ser. Que si se habían creido los chinos que su país era suyo. Que había que darles un severo correctivo no sea que se dejara de ganar dinero, oiga. A todo esto, otra cosa que había hecho Lin era escribir a la misma Emperatriz Victoria a la que Jardine por su parte había comentado el temita.

“Pero existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho. Anteriormente, el número de fumadores de opio era reducido; pero ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente (…) Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio. Parece ser que esta mercancía envenenada es fabricada por algunas personas diabólicas en lugares sometidos a vuestra ley (…) He oído decir que en vuestro país está prohibido fumar opio. Ello significa que no ignoráis hasta qué punto resulta nocivo. Pero en lugar de prohibir el consumo del opio, valdría más que prohibieseis su venta o, mejor aún, su producción (…)

Todo opio que se descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con opio a bordo será incendiado (…) Entonces, no solo no obtendréis ningún beneficio de nosotros, sino que os arruinaréis en el negocio. (…) No digáis luego que no se os avisó a tiempo.”

¿A quien hizo caso la amiga Vicky? Pues está claro, a quien le traía dinerito a casa. Y le dijo a Lin que “Si no quieres Opio, toma dos tazas”. Preparo a la Real Armada, unos soldados por aqui, otros cañones por allá, y les dio a los chinos hasta en el carnet de identidad. Aquella guerra fue conocida como la “Primera Guerra del Opio”, y terminó en 1842. Como consecuencia de ella, China debió ceder Hong Kong a Inglaterra, por la sencilla razón de que el amigo Jardine pensaba que era un puerto ideal para el comercio de Opio. Además otros 5 puertos chinos debían ser abiertos al comercio del opio, y se obtuvo un resarcimiento económico por los cargamentos destruidos. En realidad, fue el comienzo para China de una de las más negras etapas de su historia.

Jardine disfrutó poco de su victoria, por que murió en 1843, pero no así sus descendientes. Jardine Matheson Group, la empresa que surgió de todo aquello, es aun la segunda mayor empleadora de Hong Kong, por detrás tan sólo del gobierno de la ciudad, y es una multinacional con presencia en cuatro continentes. Eso si, Hong Kong ha sido devuelto a China y Lin-Hse Tsu es recordado como “El diáfano”, el primer combatiente antidroga de la historia. Una de las primeras cosas que hicieron los chinos al recuperar la ciudad fue colocar una estatua suya en recuerdo a su esfuerzo. También la tiene en el Barrio Chino de Manhattan. El éxito no fue justo con él, pero al menos, lo fue la historia.

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Fuentes: Wikipedia, Light of Darkness, y Clasesdehistoria.com

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