Tina quiere un chorro bien dirigido.
Siempre hace falta que llueva suave y constante en España. Ya estaba por pedirle al cielo lo que Carmen Maura al funcionario de la manguera: «Riégueme, riégueme toda». Pero no ha hecho falta, el agua está aquí. Apollinaire y yo podemos decir Il pleut!¡Llueve! Que se quede poco o mucho ya es otra cosa.Un ideograma en mojado.
En realidad no soy muy adepta a la lluvia aunque sé que es necesaria pero con la de juego que da, como para no aprovecharlo. Por ejemplo, qué gusto da sacar a relucir bonitos y artísticos paraguas. Con los nuevos tiempos, los paraguas de antes han desaparecido. Recuerdo yo uno en el paragüero de mi abuela. Era un paraguas con mango plateado con tres piedras de color verde transparente incrustradas. Nunca lo abrí, nunca se abrió, nunca vi que se usase. Ahora se lleva el plegable, menos perdible pero más soso por implicaciones tecnicas. Recreémonos entonces en cómo era antes la cosa con el inicio de Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, Jacques Demy, 1964).
Aunque a lo largo de mi vida me he encontrado con que muchas personas odian los paraguas. Les parece antinatural cubrirse de la lluvia con uno. A ver, sí, la lluvia es una cosa natural y está bien notar la lluvia pero en esta vida donde estamos inscritos en asfalto, calefacciones exageradas, contaminación y alergias, un pequeño techo momentáneo no se rechaza.
Para empezar otoñalmente en la poesía.
Para más loa al paraguas, un librito de poesía y dibujos editado por Mil y un cuentos que se llama Versos para leer con paraguas. Os dejo aquí el más breve de sus composiciones:
Brassens fue el compositor de la canción que tenéis justo arriba y espero podáis reproducirla y tenía otras sobre el tiempo, la lluvia y demás. Brassens inconfundible con la lengua suelta. En su canción L’orage llamaba imbéciles a los países donde jamás llovía. Empezaba declarando: «Parlez-moi de la pluie et non pas du beau temps. Le beau temps me dégoûte et me fait grincer les dents. Le bel azur me met en rage» («Habladme de la lluvia y no del buen tiempo. El buen tiempo me disgusta y me hace rechinar los dientes. El azul del cielo me pone furioso»). Sobre todo declaraba esto porque a la lluvia le debía que buscara en él cobijo una mujer casada. El peso de las circunstancias.
También podemos dejar que la lluvia corra por el cristal descifrando figuras. Una gota detrás de otra puede llevar como las nubes a la imaginación y si no llegan esas gotas convertir la condensación del espejo del baño en lágrimas. Esa imaginación provocada por las formas imprevistas tiene a uno de sus mayores exponentes en Chema Madoz.
La imaginación descubierta.
Hilar lo efímero.
Esta última imagen me lleva directamente a una declaración de Louise Bourgeois que me parece maravillosa y que ya una vez creo que hace poco ya usé por estos lares. Algo de ese juego metafórico, de mirar más allá de lo aparente del objeto tiene, como hace Chema Madoz la frase de la artista. Louise Bourgeois declaró: «Siempre he sentido una enorme fascinación por la aguja, por el poder mágico de la aguja. La aguja se utiliza para reparar el daño. Es una petición de perdón. Nunca es agresiva, no es un alfiler».
Radiografía de aquella España en femenino.
Susana Canales se alejaba del Viaducto de Segovia.
Pero volviendo a la lluvia, a las gotas que dejábamos en el cristal para avivar la imaginación, en ocasiones tienen tanta vida, tanta o más que quien las mira. Así lo hacía en Calle Mayor (1956, Juan Antonio Bardem), Isabel (Betsy Blair). Afuera hay movimiento, dentro de casa no. Y ya que citamos cine español del bueno en blanco y negro en mojado pues traemos aquí ese momento de Susana Canales por las calles de Madrid toda empapada en esa película que ya auguraba en su título ese momento: Cielo negro (1951, Manuel Mur Oti).