Día a día sigue la lucha por conseguir unos céntimos. Al amanecer, Adolphe Mulinowa empuja latas de 10 galones de arena hacia una obra de construcción cercana. Más tarde, merodea en las aceras y arcenes de la carretera con unas cuantas botellas de plástico rellenas de gasolina rosa que ha comprado en los alrededores y trata de vender junto con otros vendedores en la calle. Patrón!, Jefe! Bwana! (Señor) gasolina!, gasolina!. Mulinowa grita y un peugeot pasa cerca de él esquivándole y haciendo saltar las piedrecitas sueltas del asfalto en mal estado. El coche no para. Mulinowa es un hombre pequeño treintañero, su cara es triste, sus ojos están enrojecidos, se acuclilla una vez más cerca de sus botellas. Esta escena se repite muchas veces en las cuatro horas que le toma venderlas. Mulinowa se gana 40 céntimos más. El atardecer llega y se dirige a su trabajo de noche en el que vende zapatos y pollos vivos. Unos cuantos céntimos más… Después de una jornada de 12 horas regresa a casa con su mujer, seis hijos y sus ganancias del día, alrededor de 60 céntimos de 1 euro y un paquete de harina de maíz colgando del brazo. Hoy hemos ganado a los dolores del estómago, dice cansado. Mañana más trabajo, del duro. De hecho arriba y abajo por las calles de Goma no se encuentra trabajo como los que conocemos en el mundo occidental. Sólo hay lo que aquí se llama “debrouiller” en francés “ir tirando”, sobreviviendo. Décadas de guerra y enfermedad seguidas por la erupción de un volcán que sumergió a la mitad de la ciudad bajo una dura capa de lava, redujeron el trabajo a la mínima expresión y a una realidad de trabajos dispares y eventuales.
Los funcionarios sobreviven por medio de los sobornos. Un abogado que trabaja a la luz de la luna haciendo pasteles. Una madre soltera de cuatro niños que se prostituye en su habitación decorada con estampas de Jesús y María colgando de las paredes. Están entre los más pobres de la Tierra sobreviviendo con menos 1 $ al día. En Estados Unidos el que hace menos de $9,310 por año es considerado pobre. La mitad del África sub-sahariana, 600 millones de personas viven con 65 céntimos al día, menos que lo que un estadounidense gastaría en una taza de café. Nunca es suficiente. En Goma, en el corazón de África, una familia media de siete gasta unos $63 dólares mensuales, 2/3 de los cuales en comida. Con cada dólar, ellos deciden emplearlo entre las necesidades básicas: comida, alquiler, ropa, colegio o medicinas.
Algunas veces la cuestión es de vida o muerte. Hace dos años el hijo pequeño de Mullinowa, Dieudonne o “el regalo de Dios” enfermó con una fiebre muy alta, sudores fríos y tiritonas. Mulinowa sabía que era malaria. Llevó a su hijo al “muganga”, curandero en swahili, el cual le roció con agua, exprimió la pulpa de unas hierbas en su boca y lo mandó a casa. Dos días después, el niño murió. Mulinowa sabe que con 20 céntimos para la medicina contra las tiritonas y la fiebre hubiera salvado la vida de su hijo. Pero no tenía dinero. Tampoco las familias de otros tres niños que murieron en el vecindario a la vez. No quiero que esto le ocurra a mi Annissette, dice Mulinowa de su hija de 2 años. Por eso trabajamos desde la mañana hasta la noche.
De alguna forma, los Mulinowas están mejor que muchos congoleses. La casa de madera de la familia descansa sobre lava reseca, tiene un tejado de lata y algunos muebles de madera. Las paredes han sido recientemente pintadas de blanco por una Agencia de ayuda internacional. Sus vecinos viven en casas de barro rodeadas de hojalata oxidada. En una ciudad de debrouillards, Mulinowa ha aprendido a explotar algunas pequeñas ventajas. Ha razonado que como en Goma hay docenas de vendedores ambulantes de gasolina sus oportunidades serán mejores a 3 km de Goma, cerca de la frontera entre el Congo y Rwanda. Allí, los conductores reducen la velocidad y es probable que se percaten de un vendedor con más facilidad. Su familia también mejora sus entradas saliendo a buscarse la vida, con la esperanza de que alguno de ellos vuelva con algo suficiente para comprar comida.
Si Mulinowa no vende suficiente gasolina, zapatos o pollos, quizás su hijo de 18 años, Iván habrá tenido mejor suerte haciendo entregas con su carro de madera, llamado chukudu. Por unos céntimos por viaje, Iván transporta mercancía a los vendedores y asa a la parrilla de carbón pescado del lago o toca la guitarra a los ritmos de Kanda Bongo Man. A veces los comerciantes le dan pequeños sacos de vegetales o harina. Pero si Mulinowa y su hijo no traen nada a casa, entonces su hija Bernadette de 15 años puede ser que traiga algo de dinero vendiendo ropa usada, sardinas en lata u otros productos que le venden los comerciantes del vecindario.
Pero el colchón sobre el cual descansa la familia es la mujer de Mulinowa, Faith, que hace maravillas para alimentar a su familia de 8, un saco de 25 kg de harina cuesta 24$, un saco de judías $17 y una docena de pescado salado $7. A veces, recibe cosas que le envían los parientes que viven en pueblos de los alrededores, los vende y consigue dinero extra.
Cuando trabajas duro, te pasan buenas cosas dice Faith (Fé) Mulinowa. Nosotros conseguimos salir adelante.
Goma, ciudad en el lado este del Congo está controlada por los rebeldes que luchan contra el gobierno central a cientos de kilómetros de Kinshasa, la capital. Un grupo de ayuda estimó que al menos 3.3 millones de gente han muerto a causa de la violencia y el caos desde 1998.
Pero incluso una sociedad que vive al límite necesita funcionarios. Hombres con cierres gubernamentales, como Pancrace Rwiyereka, un abuelo granjero, profesor de profesión que trabaja en la División de Trabajo de Goma, se une a su propia versión del debrouiller. Los funcionarios no traen a casa un salario, porque no les pagan, pero la mayoría ficha cada día en el trabajo. Un trabajo en el gobierno da la oportunidad de conseguir dinero de los hombres de negocios y del público. Sus puestos oficiales son una farsa.
La extorsión y el soborno son la forma de conseguirlo, dice un empleado del gobierno de nivel medio, empleado en el departamento de finanzas. ¿Por qué crees que nunca dejaríamos nuestros trabajos o haríamos huelga por aumentar nuestros salarios?
Las autoridades requieren de intermediarios que importen productos para obtener sellos de al menos seis agencias, la oficina principal de aduanas, otro de la oficina de inmigración, otro de la agencia de salud, otro que certifique que los productos sean alimentos en buen estado, la tasa del gobernador de la oficina de hacienda y un oficial que recolecta el dinero de los camioneros por la rehabilitación inexistente de las carreteras.
Los burócratas venden sellos a los negocios a precio reducido y se embolsan dinero. Si un supervisor descubre que las tasas apropiadas no han sido pagadas, también hay que pagarle.
Los sobornos en Goma están a 5$ por un certificado de nacimiento y hasta 100$ por una licencia de importación. Pero los trabajadores han de repartirlo sus colegas y superiores. Y así es, muchos días vuelven a casa con menos de 1$. El sistema asegura que un soborno alimente a varias familias al día.
Los funcionarios dicen que ellos sólo buscan un medio para que les paguen por sus servicios. Así es por aquí. La gente de la calle ha de abrirse camino con dificultades para sobrevivir. Los únicos que en algún momento han sido ricos son los líderes y aquellos con amigos bien situados, con contactos.
En el siglo XIX, el rey Leopoldo de Bélgica trató al Congo Belga como una posesión personal. El antiguo dictador Mobutu Sese Seko, que subió al poder en 1965 – cinco años después de la Independencia del Congo de Bélgica – consiguió hacerse con $8 billones de dólares durante sus tres décadas en el poder. En un famoso discurso suyo reconoció abiertamente el rol de la corrupción.
“Todo se compra y se vende en nuestro país” dijo “y en este comercio, mantener una posición dentro del poder público, del gobierno, constituye un instrumento de intercambio por dinero u otras ganancias materiales que son públicas e ilícitas.” O en palabras de un contable del gobierno “tenemos que cuidar de nosotros mismos. Si no lo consigues, te mueres”.
Así que cada día Rwiyereka de 61 años, se viste con su chaqueta marrón y su camisa de segunda mano, cartera en mano se dirige a su oficina en la División del Trabajo. Las paredes color crema están teñidas por causa de la lluvia tropical que cae a través del techo en forma de goteras.
Rwiyereka colocó su escritorio cerca de una ventana para aprovechar la luz natural del sol. Hace unos meses que los ladrones pelaron los cables eléctricos del edificio.
Desde la ventana, ve la selva fértil, la tierra negra que una vez convirtió esta zona en el granero del África Central. Las colinas son ricas en maderas finas y nobles así como en minerales, incluyendo coltan, mineral usado para hacer piezas de ordenadores en Asia y teléfonos celulares en Finlandia.
A pesar de su riqueza natural, los residentes de Goma creen que los dioses les han castigado al infierno. Cuando llueve, la lava que aún se enfría por la erupción del Mt. Nyiragongo en enero de 2002, emite nubes de vapor que envuelven la ciudad. El olor a sulfuro atraviesa la ventana de Rwiyereka a veces. Con frecuencia las entrañas del volcán resuenan haciendo burbujear el gas metano muy cerca del Lago Kivi.
En su escritorio, Rwiyereka señala dos montones de cartas de trabajadores. Dice que aquellos que quieren que investigue sus quejas han de traer su propio papel para que su secretaria, que no recibe salario, pueda hacer la carta de respuesta oficial con su máquina de escribir manual.
Rwiyereka sofoca la risa cuando algún visitante le pregunta si él o sus 27 trabajadores aceptan sobornos. “Intento decirles que no está permitido” dice “pero tienen que comer. Ellos y yo sabemos que tener un trabajo que no da dinero es mejor que no tener trabajo”.
Artículo original del periodista Davan Maharaj de Los Angeles Times traducido por nuestra compañera Silvia y otros.