Tomaba desayuno hace unas horas y recibí un e-mail de un buen amigo pidiéndome que escribiese algo sobre esta noticia: “Cipriani pide no votar por un candidato que esté a favor del aborto”. La verdad es que la noticia me había llamado la atención, pero no había pensado en escribir cosa alguna, porque el Arzobispo de Lima es un viejo conocido de la farándula electoral y porque su vocación de político parece, normalmente, mayor que la de pastor de la Iglesia. Al ser pues, conocida su posición en estos términos, pensé que quizá decir algo podría resultar siendo un despropósito; sin embargo, creo que algunas aclaraciones deben hacerse en pro de la honestidad intelectual y de la transparencia religiosa.
Como indica La República, Cipriani “recordó que la doctrina de la Iglesia católica es no aceptar el aborto, por lo que consideró que los católicos deben seguir dichas enseñanzas y no votar por candidatos que tengan una posición contraria”. Estas son sus palabras exactas: “Un católico no puede aceptar el aborto, no puede aceptar esas uniones de hecho. El católico tiene un contenido. Si un candidato le dice a un católico que está a favor del aborto, el católico le dirá: por usted jamás voy a votar”. Quisiera hacer algunos comentarios al respecto.
1. En principio, no cuestiono la intervención de las autoridades eclesiásticas en política, aunque con algunas atingencias. De hecho, las diversas Conferencias Episcopales al rededor del mundo han hecho, algunas veces, importantes comentarios en torno a cuestiones muy graves y sus voces han sido determinantes, ya sea como invitaciones efectivas a la acción, o como declaraciones morales o de consuelo. ¿Puede una autoridad eclesial, entonces, pronunciarse sobre cualquier tema? Pues, en principio, creo que sí; no obstante, el asunto es cómo lo hace y qué dice sobre el tema en cuestión.
2. Me parece, en ese sentido, perfectamente legítimo que el Arzobispo de Lima emita sus consideraciones sobre materias varias. Es su derecho constitucional y es, en cierto sentido, su responsabilidad pastoral. El problema surge, no obstante, con el tipo de pretensiones que tienen sus intervenciones, más aún cuando los argumentos son falaces y pretenden confundir a la población creyente, que muchas veces no tiene instaurada la cultura de la libre expresión de la voluntad y que, más bien, obedece a la autoridad que se considera instaurada por Dios. Cuando JLC, entonces, insta a no votar por un determinado candidato equiparando ese voto a un gesto que atenta contra la catolicidad no solo comete una falacia, sino que desarrolla un razonamiento perverso:
2.1. Primero, porque sabe que ningún candidato ha hablado de permitir el aborto, sino de debatirlo de modo más transparente. Ese candidato ha sido Alejandro Toledo, puntero en las encuestas y enemigo del fujimorismo y de Castañeda, sus candidatos predilectos (por el fujimorismo el candidato a primer vicepresidente es Rafael Rey, miembro del Opus Dei y por Solidaridad Nacional, lo es Augusto Ferrero, quien ha sido abogado de la causa del Arzobispado contra la PUCP). En ese sentido, JLC desinforma deliberadamente a los feligreses y lo hace, además, con intenciones soterradas.
2.2. No solo eso, sino que pretende hacer pasar por evidente el hecho de que un católico vote por un candidato que esté a favor del aborto (cosa que, por 2.1. ya vimos que es falsa) supone un atentado contra su fe. Como si el creyente tuviese que descartar todo un inmenso programa de reformas sociales positivas –si ese fuera el caso– por no compartir la convicción personal de un candidato. Recuérdese que un boicot similar trató de llevarse a cabo con el presidente Obama en los EEUU (véanse las varias entradas que dediqué a este tema). Se trata, pues, de un razonamiento perverso de las autoridades eclesiales que son capaces de condicionar el desarrollo de las inmensas mayorías por la posición personal de un grupo.
2.3. No solo eso, sino que el Cardenal –y sucedió lo mismo en otros casos– se aprovecha de la ignorancia de la gente, para sugerir algo de modo velado, a saber, que Toledo u Obama, o quien fuese, son promotores del aborto, cosa que es abiertamente falsa. A lo mucho, en los casos más “extremos” podría considerárseles como promotores de la libre decisión al respecto y de la despenalización de ciertos tipos de aborto, no todos. Si ese es el caso, el Cardenal no debería instar a negar el voto, porque lo único que se haría es adaptar la legislación a la realidad, de modo que quienes abortan lo hagan en condiciones más saludables y no clandestinas y peligrosas. Quien quiere abortar lo hará con o sin autorización eclesial, con o sin apoyo gubernamental. Menos hipocresía es lo que hace falta.
3. Decía, inicialmente, que el Cardenal tiene derecho a opinar de lo que considere pertinente, pero conviene, ciertamente, que uno jerarquice sus opiniones y que digas las cosas cuando es más pertinente. JLC es muy elocuente cuando quiere, pero ha sabido siempre guardar un silencio cómplice cuando, más bien urgía su voz. Solo hace falta recordar su indiferencia frente a la búsqueda de justicia de las víctimas del conflicto armado interno cuando era Obispo de Ayacucho o su menos lejano silencio frente a los numerosos casos de pederastia que agobian a la Iglesia Católica. Muy fácil es callar cuando se quiere encubrir, muy fácil denunciar con halo de santidad, cuando los intereses personales están detrás. Ojalá JLC hubiese estado cuando verdaderamente se le necesitó como pastor, lamentablemente, siempre estuvo ausente.
*Los dejo con un bonus track (tomado de Vimeo): un excelente documental reciente sobre el tema de la pedofilia de los sacerdotes católicos. Está muy bien hecho y creo que merece toda nuestra atención si queremos, de verdad, una religiosidad y una Iglesia renovadas.